casco insumissia fusil roto
x
casco insumissia fusil roto

Para ponerse en contacto con nosotr@s envíanos un email a noticias @ antimilitaristas.org.

El Correo

La derrota posheroica de ETA (Pedro Oliver Olmo)

La derrota posheroica de ETA (Pedro Oliver Olmo)

Derrotar a ETA. A pesar de la
fuerte resonancia militar de
la palabra derrota, la derecha
española ha conseguido presentarla
con rasgos de civilidad
democrática que, por paradójico
que parezca, deberíamos asumir como
si fueran moralmente superiores a los que valoran
el diálogo y la no violencia. Con esa palabra
se está utilizando el mismo código militarista
que desde siempre ha gustado utilizar
a la propia ETA para autodefinirse como organización
militar. Y no cabe duda de que al éxito
último de ese tipo de lenguaje también ha
contribuido la persistente y sin embargo decadente
capacidad operativa de ETA, un hecho
que, después de la matanza terrorista del 11-
M, se ha ido haciendo cada vez más inexplicable
e insoportable (¿quién no tuvo en 2004 la
ilusión de ver a ETA sumida en la perplejidad
y autodisolviéndose?). Espoleados por la necesidad
de persistir frente a una estrategia estatal
que busca su derrota material (policial, judicial
y punitiva), los actuales dirigentes de
ETA están obviando que ya han sido derrotados
por el alcance del profundo cambio sociocultural
que han experimentado las sociedades
occidentales, un proceso de transformación
en el que está plenamente instalada la muy
rica y acomodada sociedad vasca, aunque en
ella se sigan dando fenómenos de violencia política.

Una de las más genuinas expresiones de ese
cambio cultural puede encontrarse en la conformación
de una mentalidad posheroica que
desapasiona el campo de la conflictividad política,
incluyendo el que sigue dinamizando la
propia ETA. De esa manera se explica que entre
sus propios apoyos sociales de última hora
esté cundiendo con cierta ansiedad el deseo de
verla disuelta (no derrotada en el sentido policial
de la palabra, pero sí disuelta). La mentalidad
posheroica del ‘entorno de ETA’ estaría
anhelando el fin de la lucha armada, mientras
que al mismo tiempo, con los valores clásicos
de la mentalidad heroica que se forjó en los ciclos
de conflictividad de los años sesenta del
siglo XX, esa misma gente no quisiera ver a
ETA militarmente derrotada. Toda derrota
deja un regusto de contradicciones.

En el lenguaje político se habla de derrota
en un sentido mucho más estricto y material.
Tras la ruptura de la última tregua, la palabra
derrota se ha convertido en el concepto fetiche
del discurso anti-ETA. Ninguna formulación
de la política antiterrorista puede admitirse si
no contempla rotundamente la derrota de ETA
como objetivo y lo defiende como algo indiscutible.
Sin embargo, eso no siempre ha sido así.
De hecho, durante la pasada legislatura hablar
de derrota era poco menos que un estorbo. Que
las cosas hayan cambiado, aunque la propia
ETAlo provocara con su terco y suicida rechazo
del proceso de paz, ha sido un gran triunfo
de la derecha española. En realidad, el Estado
español nunca se había planteado seriamente
como posibilidad la derrota policial de ETA.
Desde la UCD hasta el PSOE de Felipe González,
a pesar de que se impulsaran tácticas de
‘guerra sucia’, todos los estrategas de la lucha
anti-ETAasumían que sólo podrían golpearla
materialmente y debilitarla políticamente, pero
al final, de una u otra forma, tendrían que llegar
a algún tipo de negociación política que solucionara
definitivamente el largo y sangriento
conflicto vasco. El cambio de esa estrategia
de presión llegó cuando, tras la reacción social
por el asesinato de Miguel Ángel Blanco en
1997, el entonces ministro de Interior,Mayor
Oreja, logró crear en el PP la ilusión de que era
posible la derrota policial de ETA y, de paso, el
fin de la hegemonía del nacionalismo democrático
en el País Vasco. Así se impuso la estrategia
de la derrota. Y, más aún que una estrategia
se creó un marco cultural que lograba
presentar a su oponente –el diálogo– como
sinónimo de entreguismo.

A esto último parece haberse apuntado también
el presidente Zapatero si hemos de creer
su rechazo a cualquier otra experiencia de diálogo
con ETA. Pero nadie puede saber si, después
de tantos años de provocar terribles daños
y a su vez ir sufriendo grandes desgastes,
ETA sucumbirá a una estrategia antiterrorista
que al fin cree en su derrota material. Para
sostener esa duda se tiene en cuenta la importancia
de sus apoyos sociales y que todavía no
se han abordado buena parte de los contenciosos
sobre los que ETA sustenta su insistente
intención de seguir existiendo. Sin embargo,
aunque ETA no haya sido derrotada materialmente,
aunque siga siendo una organización
armada que resiste a la acción del Estado, es
un artefacto simbólico que se ha quedado fuera
de sus propias coordenadas culturales. ETA
emite señales que desde hace tiempo no sintoniza
lamayoría y que cada vez entienden menos
las gentes con pensamiento radical, incluso
las que alguna vez compartieron sus lenguajes
revolucionarios. ETA utiliza un código heroico
que ya no puede entender una sociedad
eminentemente posheroica.

Así las cosas es imaginable un final cruento
y también un final autodirigido por la propia ETA.
Cuando eso ocurra podremos calibrar
el alcance de su derrota posheroica como referente
histórico y cultural, analizando su ubicación
en la construcción del recuerdo social,
o sea, en la forma de recuperar su memoria
histórica. Es algo que ya se está viviendo –la
batalla del MLNV por dignificar el relato de su
propio pasado–, pero se agigantará cuando ETA
haya desaparecido de la escena. Si observamos
este mismo fenómeno en la España actual, el
que se desarrolla a través de múltiples iniciativas
favorables a la recuperación de la memoria
histórica de la Guerra Civil y el franquismo,
vemos que, aunque hay muchos agentes
sociales implicados ‘desde abajo’, en España
se está intentando construir desde arriba una
memoria histórica que pueda llegar a definirse
como ‘memoria democrática’ de todos los
españoles. Con la vara de medir que imponen
los actuales parámetros de legitimidad democrática,
sólo es posible recuperar de forma unitaria
sujetos colectivos indefinidos, como ‘los
españoles’, ‘los vascos’, ‘los catalanes’, ‘los progresistas’
o ‘los demócratas’. Se recuperará
también, aunque con polémicas, a algunos otros
que mantienen una gran relevancia social,
como ‘los socialistas’ y ‘los católicos’, o los ‘nacionalistas
democráticos’. Sin embargo, no se
podrá recuperar para la memoria oficial ni a
‘los anarquistas’, ni a ‘los rojos’, ni a ‘los separatistas’.
Ni siquiera a ‘los republicanos’. Y, en
la atmósfera cultural de una sociedad posheroica
que no valora las pasiones ideológicas de
antaño, jamás se podrá incorporar a la centralidad
de la memoria dominante a sujetos colectivos
que en otro tiempo fueron admirados
pormuchos, como ‘los brigadistas’ o ‘los guerrilleros’,
menos aún a ‘los terroristas’.

Qué deparará el futuro a la memoria histórica
de ETA? Dependerá de cómo se resuelva
el conflicto vasco, pero, incluso en el mejor
de los horizontes posibles –imaginemos un proceso
soberanista exitoso y no violento– el recuerdo
que ETA va a dejar será odioso y perdurable.
Quienes quieran dignificar la memoria
histórica de ETA tendrán que emplearse a
fondo. Los monumentos que construyan los defensores
de la memoria de ETA siempre quedarán
revestidos de una simbología heroica
extemporánea, mientras que a las autoridades
estatales y autonómicas no les será difícil convertir
en ‘lugares de la memoria democrática’
las calles y los parajes que han sufrido atentados.
Los historiadores académicos seguirán
construyendo una historiografía que pone énfasis
en el carácter terrorista de ETA, y está
muyclaro que el relato que se haga sobre el pasado
violento del conflicto vasco, aunque se enfríen
mucho los análisis y se considere el dolor
desde todas las perspectivas, nunca podrá
obviar el recuerdo de las víctimas, sobre todo
el de las más inocentes y el de muchas que fueron
asesinadas de forma absolutamente inexplicable,
por ejemplo, cuando el Gobierno español
se ofrecía para dialogar. Según se vaya
consolidando este ambiente cultural que no
entiende de razones heroicas para matar por
motivos políticos, la narrativa de las muertes
absurdas provocadas por ETA empañará cada
vez más su propia memoria histórica, e incluso
el recuerdo de sus caídos. El absurdo perdurará
y vencerá a la épica. A estas alturas, y por
si el tren del diálogo volviera a pasar cerca,
ETA debería proyectarse hacia el futuro y preguntarse
si no será más difícil conllevar los
efectos culturales de su derrota posheroica que
las consecuencias políticas de su derrota ‘militar’.

PEDRO OLIVER OLMO PROFESOR DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA EN LA UNIVERSIDAD DE CASTILLA-LA MANCHA (UCLM)

EL CORREO
DOMINGO 17 DE AGOSTO DE 2008

Alternativa Antimilitarista - Moc
Administración RSS