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Rebelión

 Armas de destrucción masiva: Hiroshima, Nagasaki

Armas de destrucción masiva: Hiroshima, Nagasaki

Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal
Rebelión

Este texto es el capítulo XII del libro de conversaciones de Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la industria nuclear en la salud y el medio ambiente, editado por El Viejo Topo, Barcelona, 2008, con prólogo, prefacio, coda, epílogo y notas final de Jorge Riechmann, Enric Tello, Santiago Alba Rico, Joaquim Sempere y Joan Pallisé.

Estados Unidos todavía estaba en guerra con Japón. En aquel momento Japón no estaba desarrollando armas nucleares. La cuestión era si se debería usar o no la bomba en la guerra contra Japón. Como sabemos, el presidente Truman decidió arrojar dos bombas […] Ha habido un largo debate respecto a las razones por las que Estados Unidos arrojó las dos bombas. La explicación oficial es que ello acortaría la guerra y, por consiguiente, salvaría vidas estadounidenses. Es incuestionablemente cierto que el acortar la guerra salvaría vidas estadounidenses, a costa, obviamente, de muchas vidas japonesas.
La elección del momento siempre ha sido sospechoso. Sabemos que la Unión Soviética se había comprometido a entrar en la guerra contra Japón exactamente tres meses después de que acabara la guerra contra Alemania. Los alemanes se rindieron el 8 de mayo y, por lo tanto, estaba programado que los soviéticos declararan la guerra a Japón el 8 de agosto, lo que efectivamente hicieron. La bomba sobre Hiroshima se arrojó el 6 de agosto. Parece verosímil sugerir que uno de los mensajes del momento elegido era el enviado por Estados Unidos a la Unión Soviética: tenemos la bomba – y funciona – y vosotros no. Así que, ¡cuidado!

Immanuel Wallerstein (2007), R.I.P.: No proliferación

Rafael Poch de Feliu, el actual corresponsal de La Vanguardia en China, describía en un artículo de agosto de 2005 - “Hiroshima: La lección que la humanidad no aprendió”- lo que había sucedido 60 años antes: “A las 8,15 del 6 de agosto de 1945, un bombardero B-29 de un grupo de tres «fortalezas volantes» que navegaban a 8.500 metros de altura, lanzó una bomba sobre Hiroshima. Los aviones habían despegado seis horas y media antes, en plena noche, de la isla de Tinian, al lado de Guam, a 2.700 kilómetros al sureste de Japón. La bomba llevaba el inocente nombre de «Little Boy», medía 3 metros de largo y 0,7 de ancho. Su peso era de 4 toneladas. Explotó a 590 metros de altura, liberando una energía equivalente a la explosión de 13.000 toneladas de TNT, es decir la capacidad convencional de bombardeo de 2.000 aparatos B-29 sumada. La bomba tuvo tres efectos mortales: calor, explosión y radiación. En el momento de la explosión se creó, en su epicentro aéreo, una bola de fuego de centenares de miles de grados centígrados. Tres décimas de segundo después, la temperatura en el hipocentro (el punto situado en el suelo directamente bajo el epicentro) ascendió a 3.000 o 4.000 grados. Entre 3 y 10 segundos después de la explosión, esa enorme emisión de calor mató a quienes estuvieron expuestos a ella en el radio de un kilómetro, quemándolos y destrozando sus órganos internos. En un radio de 3,5 kilómetros la gente también se quemó; la madera de las casas, los árboles y los vestidos prendían (…) Quienes entraron en la zona en las siguientes cien horas, también recibieron radiaciones gamma. Sus consecuencias a largo plazo continúan siendo hoy responsables de cánceres, leucemias y otras enfermedades. De las 350.000 personas que se encontraban en Hiroshima el 6 de agosto, en el momento de la explosión, 140.000 habían muerto en diciembre de 1945. En Nagasaki, bombardeada tres días después, murieron 70.000 de sus 270.000 habitantes. No todas las víctimas fueron japonesas. En el momento de la explosión, en Hiroshima había 50.000 coreanos, de los que 30.000 murieron. Los coreanos eran trabajadores que habían sido deportados a Japón en condiciones próximas a la esclavitud (…) La bomba no tenía una justificación militar, la derrota de Japón era un hecho y su rendición incondicional era cuestión de pocos meses, según las estimaciones militares estadounidenses, hoy aceptadas por la mayoría de los historiadores, pero el nuevo artefacto contenía un mensaje de poder mundial que trascendía al desafío japonés y cuyo verdadera destinatario era la Unión Soviética”.

Era la primera vez que se usaba armamento nuclear. No ha habido hasta ahora más ataques de este tipo. No se han usado nuevamente bombas atómicas, estas sí verdaderas armas de destrucción masiva. Fue al final de la segunda Guerra Mundial, en agosto de 1945, cuando Alemania ya se había rendido.

Efectivamente, se lanzaron dos bombas atómicas, una sobre Hiroshima y otra sobre Nagasaki. La primera, Little Boy, con la que el B-29 Enola Gay bombardeó Hiroshima, era de uranio 235 y se cree que tenía una potencia aproximada de 15 kilotones; la segunda, Fat Man, era de plutonio y tenía una potencia mayor, equivalente a los 21 kilotones. En total, según diversos estudios, y como bien recordaba Poch de Feliu, unos 210.000 fallecidos. En torno a 140.000 en Hiroshima, unos 70.000 en Nagasaki. Prefiero no comentar la estúpida y abyecta ideología que subyace a los nombres escogidos para las dos bombas, pero ya puedes imaginarte lo que pienso.

Históricamente, como ya hemos comentado, los reactores nucleares fueron diseñados con una finalidad militar, para conseguir el plutonio necesario que permitiera fabricar bombas como Fat Man, la segunda bomba, la lanzada sobre Nagasaki. Más tarde se comprobó que el plutonio fisible generado podía ser utilizado a su vez como combustible de fisión, aumentando enormemente la eficiencia de las centrales nucleares, si bien la vía del reactor de plutonio quedó aparcada por los graves problemas acaecidos con el Súper Fénix francés -fíjate Salvador también en este caso en el nombre, un tanto más culto: el ave fénix que renace de sus cenizas; el plutonio que renace del uranio gastado- y con el reactor británico de Dounreay. Para usar el uranio con fines armamentísticos se necesita obtener, como ya hemos comentado, un grado de pureza, de «enriquecimiento» dicen, del uranio 235 del 95%, cantidad necesaria para que se produzca la reacción en cadena con la sucesiva ruptura de los núcleos de los átomos. La masa crítica requerida es de 50 kilogramos, aunque puede reducirse con geometrías adecuadas de alta eficiencia y reflectores de neutrones -berilio, por ejemplo- que rodeen a la masa de material fisible.

Dejando aparcado el tema de la experimentación militar y el uso de proyectiles con uranio empobrecido, la energía atómica, en su aspecto militar más directo, se ha usado, pues, en estas dos ocasiones. Para la salud de las poblaciones de las dos ciudades japonesas, ¿qué efectos causaron las bombas? ¿Qué efectos sigue causando?

Dejando aparte los efectos inmediatos de las explosiones que causaron, como decíamos, decenas de millares de muertos y otros tantos heridos por la onda térmica y mecánica, los efectos de la radiación que se produjo están bastante bien estudiados. Casi todos los criterios que existen hoy en día de dosimetría, radiobiología y en efectos sobre salud humana provienen de los estudios de las poblaciones afectadas por estas dos explosiones. Lo sucedido se siguió investigando durante bastante tiempo, hasta hace muy poco, incluso tal vez se siga investigando todavía.

Lo que se ha podido comprobar con toda claridad, sin ningún género de dudas, es que en ese grupo de personas se ha producido una serie de afecciones, que luego han sido la base de numerosos estudios experimentales y de dosimetría; no hay ninguna incertidumbre en este punto. Las bombas atómicas lanzadas por EE.UU. en Japón, en Hiroshima y Nagasaki, son una prueba más de la descomunal fuerza destructora que posee la energía nuclear. Además de los muertos que provocaron de inmediato los bombardeos, fueron muchos los supervivientes que más tarde murieron de cánceres y otras afecciones inducidos por los efectos de ambas bombas.

Incidentalmente, si la Alemania nacional-socialista hubiese llegado a disponer de la bomba hoy en día —¿en qué mundo?— estaríamos hablando quizá de Manchester y Birmingham o ciudades europeas similares. La lógica guerrera acostumbra a llevar a acciones finales muy parecidas. Baste recordar los bombardeos de “castigo” aliados sobre Dresde en las postrimerías de la contienda en Europa.

¿Podrías dar ejemplos de los principales estudios realizados en este campo?

En el Life Span Study (LSS, estudio a lo largo de la vida) de Hiroshima y Nagasaki, el 60% de las 86.572 personas ─cohorte epidemiológica─ en las que se obtuvieron estimaciones individualizadas estuvieron expuestas a dosis de 5 mSv como mínimo. A dosis más bajas, por debajo de 5 mSv, no se observó una evidencia directa de los efectos de la radiación. A partir de 5 mSv el incremento de tumores sólidos y leucemias es estadísticamente significativo y guarda relación con la dosis recibida. Es importante observar que el grupo de individuos que estuvieron expuestos a dosis bajas, en el rango de interés directo para la radioprotección (5-200 mSv, incluso entre 5 y 100 mSV), también se constata un exceso significativo de cánceres. Por otro lado, se hallaron efectos de la radiación en incrementos de la mortalidad a causa de patologías no cancerígenas, observándose un aumento estadísticamente significativo en la incidencia de enfermedades cardíacas, accidentes vasculares cerebrales, enfermedades digestivas y respiratorias y del sistema hematopoyético. Además, se demostró la existencia de una relación dosis-respuesta estadísticamente significativa respecto a la mortalidad por enfermedades no neoplásicas. Respecto a los efectos tardíos más relevantes de la radiación de las bombas atómicas, cabe resaltar las anomalías tanto funcionales como cualitativas en las células linfocitarias T y B en los supervivientes expuestos a dosis elevadas iguales o mayores a 1,0 Gy.

La leucemia es el primer tipo de cáncer asociado con la exposición.

Efectivamente. La leucemia, el primer tipo de cáncer asociado con la exposición a radiaciones en los supervivientes, es también el que posee el riesgo relativo más elevado. El tipo de leucemia, ya sea la linfoide aguda, la mieloide aguda, la mieloide crónica o la leucemia de células T, depende de la edad en el momento de la exposición, el sexo y el tiempo desde la exposición. Al igual como ocurre con los tumores sólidos, tanto la incidencia como la mortalidad aumentan con dosis a partir de 3 mSv, pero en proporciones mucho mayores. Así, a dosis bajas, hasta 200 mSv. los incrementos fueron del 14%, ascendieron al 48% para exposiciones entre 200 a 500 mSv y alcanzaron el 74% entre 0,5 y 1 Sv. Cabe indicar aquí que en los últimos años existen estudios que consideran infravalorados los incrementos de patologías en relación con las dosis de exposición recibidas, achacados a la deficiente dosimetría de la época en que se inició el LSS. Debido a que la exposición de los supervivientes de la bomba atómica se produjo en todo el organismo, los estudios de esta cohorte permiten comparar el riesgo de cáncer según su localización. Los cinco tumores más frecuentes se encontraron en el estómago (31% de los tumores cancerígenos), colon, hígado, pulmón y mama en las mujeres, con la particularidad de que en el caso de este último el riesgo absoluto disminuía rápidamente con la edad de exposición, en contraposición al de pulmón, que aumentaba rápidamente.

¿Por qué crees que se produjeron fuertes polémicas entre los investigadores en algunos momentos?

Porque el mayor problema que han tenido los investigadores que han estudiado los efectos de estos ataques militares es que no conocían exactamente la potencia de las bombas. Se sigue discutiendo en la actualidad si la potencia de la bomba lanzada sobre Hiroshima era de 10 ó de 20 kilotones, se habla ahora de 15 kilotones; si emitían más neutrones, si emitían menos. Además, no olvidemos que las dos bombas eran distintas; precisamente por eso se efectuaron dos lanzamientos. Desde un punto de vista militar, Japón estaba derrotado incluso antes del lanzamiento de la primera bomba. Esto nos llevaría demasiado lejos y a otros ámbitos. Es posible pensar, no es ningún extravío, que no fuera el debilitado imperio japonés, ya derrotado, el destinatario último de esta perversa demostración de fuerza militar. Poch de Feliu, en mi opinión, con acierto, apuntaba a otra dirección en el artículo que has citado.

La bomba de Hiroshima, decía, era de uranio enriquecido, de uranio 235, mientras que la de Nagasaki era una bomba de plutonio. El tipo de explosión y las características de la radiación fueron distintos.

El conocimiento de estos temas en el momento del lanzamiento (1945) era uno; treinta, cuarenta, cincuenta años después, ha sido, es, otro muy distinto. ¿Qué nuevas consecuencias han podido comprobarse?

Efectivamente, como es lógico, el conocimiento de los años cuarenta y cincuenta no era el de los años ochenta o noventa. En los años ochenta se vieron cosas que no se pudieron estudiar antes porque no se tenía el concepto ni el conocimiento científico adecuado. Por ejemplo, lo que antes hemos comentado de las rupturas cromosómicas. Los métodos de dosimetría cromosómica son de los años setenta y ochenta. Cuando se aplicaron a los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, se reformularon los criterios para comprobar si se habían subvalorado o sobrevalorado en algunos casos los efectos de las dosis que había recibido la población. El grave problema científico era saber qué dosis había recibido cada grupo de personas para relacionarlo después con los efectos. Está claro que ha habido una incidencia enorme de leucemias y muchos otros tipos de cánceres que han acortado la vida, de problemas patológicos importantes como los que ya hemos citado, de problemas inmunológicos, de problemas cutáneos, genéticos, neurológicos.

¿Crees que puede afirmarse ahora, al cabo de sesenta años de las explosiones, que ya no existen apenas efectos tras el lanzamiento de estas dos armas de destrucción masiva?

Sigue habiendo algunos supervivientes ancianos en condiciones de vida precarias por las afecciones derivadas de la radiación recibida, pero no debemos olvidar que han pasado ya más ya sesenta años.

Lo que realmente deberíamos conocer bien es la radiactividad de fondo que sigue existiendo actualmente en Hiroshima y Nagasaki. Es evidente que los japoneses han realizado un trabajo muy minucioso de limpieza de tierras contaminadas. No hay estudios recientes como señalaba.
Hubo numerosos estudios durante muchos años para analizar los efectos sobre el propio ejército de Estados Unidos, sobre los militares que participaron en las pruebas atómicas realizadas en áreas de EEUU (Nuevo México y Nevada) y en las islas del Pacífico (Enewetak, Bikini, etc), estudios clasificados y que hasta avanzados los años setenta, a los treinta años de los lanzamientos, cuando se suelen liberar los informes, no se empezaron a publicar. Otros aún no han salido a la luz pública.

Sea como sea, que yo sepa, recientemente no se han realizado más investigaciones. Sería interesante saber si existe radiactividad residual y si ha afectado, si sigue afectando, a estas poblaciones.

¿Cuál ha sido el posterior desarrollo de las armas nucleares tras este primer armamento ?

Las bombas nucleares, la bomba atómica, se fundamentan en una reacción de fisión explosiva. Se emplearon por primera vez —aparte de la explosión de prueba en Alamogordo, Nuevo México (el 16 de julio de 1945)— allí, en Hiroshima y Nagasaki. Después de la segunda Guerra Mundial, se desarrolló una segunda generación de bombas, llamadas termonucleares, comúnmente conocidas como bombas de hidrógeno, más potentes y destructivas que las de fisión, que se fundamentan en reacciones de fusión nuclear del hidrógeno pesado activadas por una reacción de fisión previa. De hecho, el detonador de una bomba de hidrógeno es una bomba de fisión que produce los millares de grados de temperatura necesarios para que los núcleos de hidrógeno se fusionen y formen helio. La fecha de la primera detonación de una bomba de hidrógeno fue el 1 de noviembre de 1952, en el atolón de Enewetak, en las islas Marshall, en el océano Pacífico.

Más tarde, a partir de 1974, se construyeron las llamadas bombas de neutrones, con menor capacidad explosiva aunque con radiación intensiva de neutrones. Con esta generación de bombas nucleares se pretendía disponer de un arma capaz de matar o inhabilitar a las tropas enemigas, con sólo una destrucción limitada de las infraestructuras en el radio de acción de la bomba. Se las llamaba “armas inteligentes”. Mataban personas y no destruían infraestructuras, “respetaban el paisaje”.

El lenguaje empleado es tan despreciable como los artefactos que designa.

Sin duda, suele ir parejo. Después, con el final de la guerra fría, se ha modificado el equilibrio de terror atómico produciéndose un gran descontrol en la propiedad, vigilancia y supervisión de estos armamentos, principalmente en algunos países del este de Europa, Ucrania y Rusia principalmente, y Asia, en especial Paquistán.
En la actualidad, los militares operan todavía en el marco de un complejo industrial-nuclear con unas dimensiones sin precedentes históricos. Centenares de barcos de guerra, submarinos y portaaviones, satélites militares y reactores están diseminados por la Tierra y en la propia órbita terrestre. Además de las cinco grandes potencias atómicas reconocidas -EEUU, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña- existen otros países con arsenales atómicos. India posee entre 85 y 90 armas nucleares, las primeras, por cierto, utilizando material de centrales electronucleares; Israel, con una ambigüedad estudiada en su amenazadora política exterior, cuenta con un arsenal atómico estimado en unas 200 bombas, y Pakistán ha fabricado, como mínimo, entre 15 y 25 de estas armas. Por su parte, Corea del Norte quizás tenga material para unas 10 cabezas nucleares, aparte de la prueba que realizó últimamente. Ninguno de estos países es firmante del Tratado de no Proliferación Nuclear, el TNP1, de 1968, salvo Corea del Norte que sí lo había ratificado pero suspendió su aplicación por “discrepar” de las inspecciones de la AIEA. Por cierto, es un dato importante, Irán es firmante del TNP y lo mantiene en vigor.

Luego está el oscuro caso histórico de la Unión Sudafricana del apartheid.

La Unión Sudafricana desarrolló un programa de armas nucleares ─todo apunta que con la ayuda de Israel─ en los años 80 y probablemente efectuó explosiones de prueba en el Atlántico Sur, en algún lugar situado entre el cabo de Buena Esperanza y la Antártida. Hay expertos que apuntan que esa o esas explosiones, captadas por satélite, fueron en realidad pruebas de bombas israelitas. Con la caída del régimen racista-bíblico, Sudáfrica firmo el Tratado en 1990 y, se supone, desmanteló su arsenal atómico. En la magnífica novela de Graham Greene El factor humano se saca a colación la estrategia nuclear de aquel prooccidental y mefistofélico régimen.


¿Cuántas armas atómicas se calcula que existen en estos momentos? ¿Cuántas están desplegadas?

Finalizada la guerra fría, suponiendo que realmente haya finalizado con todas sus escenas, y tras el desmantelamiento provocado de la URSS, siguen existiendo unas 27.000 armas atómicas en el mundo, 12.000 de las cuales -¡el 44,4%!- están desplegadas activamente. No es de extrañar que en la presentación del informe de la Comisión sobre Armas de Destrucción Masiva ante la Asamblea Anual de Organizaciones no Gubernamentales en las Naciones Unidas, en septiembre de 2006, su presidente, Hans Blix, pusiera énfasis en la necesidad de volver a situar el desarme nuclear en la agenda crítica de la sociedad civil, lo mismo que en los años ochenta, cuando la ciudadanía europea, entre otros numerosos colectivos sociales dispersos por el mundo, estaba ampliamente movilizada contra las armas nucleares.

No sólo la ciudadanía europea, también la sociedad norteamericana.

Desde luego, efectivamente, también la ciudadanía norteamericana. Precisamente, William J. Perry, ex secretario de Defensa de los Estados Unidos, que no es ningún socialista radical, declaró en 2004 que nunca había estado más temeroso de una explosión nuclear de lo que estaba en aquellos momentos. No creo que haya cambiado de opinión, no tendría buenos motivos para ello.

Precisamente Wallerstein ha recordado recientemente la mala salud del tratado de no proliferación. Ninguna de las tres disposiciones pilares del Tratado –compromiso de las cinco potencias nucleares de no ayudar a cualquier otro país a convertirse en nueva potencia; compromiso de dar pasos hacia un desarme efectivo; promesa de asistencia al resto de países para desarrollar la energía atómica para usos pacíficos- se ha respetado completamente: aunque admitamos que las cinco potencias ayudaran sólo ocasionalmente a otras potencias a convertirse en Estados nucleares, estos nuevos Estados podían hacerlo y, de hecho, lo intentaron; no ha habido desarme significativo, todo lo contrario: las cinco potencias (Estados Unidos, en particular) han aumentado sus arsenales, y, finalmente, la disposición acerca de los usos pacíficos de la energía nuclear, como hemos comentado, se ha vuelto muy polémica desde el momento en que EE.UU. ha llegado a considerarla como un vacío legal que permite a otros países avanzar sin trabas por la senda nuclear.

Pues me parece que Immanuel Wallerstein está muy bien informado, que suele argumentar correctamente y que esta vez también lo ha conseguido. Creo que su resumen es perfecto. Yo estoy de acuerdo y me imagino, creo imaginar bien, que tú también.

Has imaginado bien.

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