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En «Proyecto político de la noviolencia»

Sobre la estrategia de la revolución noviolenta (Theodor Ebert)

Sobre la estrategia de la revolución noviolenta (Theodor Ebert)

Este texto fue publicado en Alemania en 1969. Lo extraemos de un libro clásico de la divulgación de la noviolencia en España, «Proyecto político de la noviolencia», recopilación de artículos de autores de diferentes épocas y lugares sobre el tema, realizada por uno de los personajes centrales en los origenes recientes del movimiento noviolento, pacifista, antimilitarista y objetor: Gonzalo Arias. Reproduciremos nuevos textos de este libro. Podéis encontrar otros de sus libros en su propia página web: http://www.gonzaloarias.net


Sobre la estrategia de la revolución noviolenta

Theodor Ebert *

En el Manifiesto comunista, Marx y Engels se expresaron de manera al parecer definitiva sobre los métodos revolucionarios: «Los comunistas declaran francamente que sólo pueden alcanzar su objetivo mediante la subversión violenta de todo el orden social actual». Hay entre los nuevos izquierdistas de hoy muchos que, carentes de sentido histórico, absolutizan esa declaración, en lugar de observar con el propio Engels que «el armamento, la composición, la organización, la táctica y la estrategia dependen ante todo y en cada momento del nivel de producción alcanzado y de los medios de comunicación».

Si tratamos de encontrar la mejor estrategia de un cambio revolucionario teniendo en cuenta el nivel actual de la producción, la concepción de una «subversión violenta» no parece ya sino una solución anacrónica en una sociedad industrial moderna que practica en alto grado la división del trabajo. En un estudio de introducción a los escritos de Mao Tse Tung, Sebastian Haffner ha dicho, respecto a la estrategia de guerrillas en los países del Tercer Mundo, que «la complicada técnica de vida... en un país industrial muy desarrollado hace imposible la guerra popular, porque ésta, por mucha que sea la motorización, inmoviliza a la población en un sentido político-militar. El hombre aislado, e incluso una masa compuesta de hombres aislados, no puede salirse de la red de vinculaciones y dependencias económicas tejida por la civilización altamente industrializada sin poner inmediatamente en peligro su vida

Quien juega todavía hoy con la idea de una subversión violenta debería pensar, como dice el mismo Haffner, que «para una población que se ha hecho dependiente de la técnica, la parálisis repentina y prolongada del aparato técnico, sin el cual ya no puede vivir, es como una especie de genocidio; las consecuencias inevitables serían el hambre, epidemias y muertes innumerables».

Pero ni siquiera se llegaría a esos extremos: teniendo en cuenta la experiencia de mayo del 68 en Francia, puede suponerse que la perspectiva de un retorno al funcionamiento normal del servicio de retirada de basuras y a la distribución de gasolina bastaría por sí sola para echar a parte de la población en brazos de las fuerzas del orden conservadoras.

La larga marcha

Las condiciones materiales del mundo industrial moderno exigen nuevos métodos revolucionarios, que han de conducir a cambios radicales de las estructuras sociales sin causar perturbaciones excesivas en esas complicadas técnicas vitales. Ese nuevo método revolucionario es la revolución no-violenta. En lugar de la «subversión violenta», que no estaba adaptada a la sociedad altamente capitalista, se preconiza en el período de neocapitalismo o capitalismo social la «larga marcha a través de las instituciones» (Rudi Dutschke).

Esta estrategia consiste en aprovechar todas las posibilidades ofrecidas por la democracia formal para llegar a la democratización progresiva de instituciones sociales aisladas. Se crearía así el terreno que permitiría mantener con la población un diálogo sobre los objetivos de la «Nueva Izquierda», y en especial de la oposición extraparlamentaria. Al criticar la concepción de «la gran negativa» de Marcuse, H.T. Risse ha hecho notar que «una teoría crítica de la sociedad no puede prescindir de un trabajo concreto sobre objetivos concretos, y que por esta razón los cambios sociales nunca son posibles sino en campos delimitados».

«Territorios liberados»

Tales campos delimitados no pueden ser disociados del contexto general de la sociedad industrial moderna. Es preciso que se mantengan en «interacción» con ésta si quieren conservarse vivos y activos, es decir «contagiosos». Esta interacción no quiere decir integración en un sistema que se pretende superar. Pese a todas las adaptaciones y los acomodamientos temporales que puedan ser necesarios, pueden considerarse como «territorios liberados» las instituciones que se ha conseguido transformar en subsistemas de participación democrática en los que toda manifestación de voluntad se realiza de abajo arriba.

En esto consiste la estrategia de guerrillas pacíficas para las grandes ciudades, que fundamentalmente podría también aplicarse a las aldeas (en las que la guerra de guerrillas armadas es técnicamente todavía posible).

Cuando en una o en varias instituciones todos sus miembros participan activamente en las decisiones que les conciernen, tales instituciones se hacen capaces, pese a los arreglos transitorios con el sistema establecido autoritario y jerarquizado, de reunirse para nuevas ofensivas y nuevas ampliaciones de los «territorios liberados». Estos subsistemas se protegen contra la integración mediante su estructura en consejos que definen sus objetivos socioeconómicos.

Hitos en el camino

En el curso de esta «larga marcha a través de las instituciones» se precisan hitos que permitan distinguir entre los progresos reales y las simples maniobras de adaptación tecnocrática. A distancia media, tales hitos pueden ser por ejemplo para las universidades unos nuevos estatutos sobre una base tripartita, y para las empresas la participación en las decisiones patronales. A más largo plazo, me parece particularmente importante fijarse como objetivo la transformación de la defensa militar en defensa social, lo que permitirá a la población civil, en caso necesario, defender las instituciones sociales democráticas contra los golpes de Estado o las agresiones mediante métodos no-violentos de resistencia. La orientación hacia ese objetivo nos permite ya hoy distinguir entre los que no ven en las reformas sino una posibilidad de alcanzar una mayor eficacia tecnocrática y los que se proponen una reforma radical y permanente, la supresión de la dominación del hombre por el hombre. El que acepta como objetivo la organización de la defensa social se declara automáticamente dispuesto a dos cosas: primero, a renunciar al aparato militar como instrumento de la disciplina interior; y segundo a confiar, en una situación de crisis, en la autonomía de las instituciones emancipadas, o sea en el «poder desde la base».

La revolución a ras del suelo

Esta «larga marcha a través de las instituciones», esta reforma radical permanente, este dilatado proceso de desmantelamiento del poder establecido, sólo aparentemente son más largos que la «subversión violenta». La larga marcha no-violenta tiene, frente a la subversión violenta, la ventaja de resolver simultáneamente dos problemas que ésta se ve obligada a atacar sucesivamente, suponiendo que pudiera resolverlos. Para la estrategia de la revolución no-violenta no existe una prioridad de la toma del poder político que permitiría alcanzar la revolución social mediante una «dictadura educativa»; para la revolución no-violenta, sólo puede haber simultaneidad y paralelismo entre revolución social y revolución política.

Muchos estudiantes de la oposición extraparlamentaria piensan haber aprendido de Mao Tse Tung este concepto de la simultaneidad de la revolución social y la revolución política: eso trata de demostrar Haffner en su análisis de las tendencias revolucionarias entre los estudiantes berlineses. «La revolución de Mao... no era una ofensiva frontal contra el poder del Estado, sino la lenta construcción de un poder contrario a ras del suelo, al principio incomprensible e inaprehensible... Evidentemente no se puede transponer sin más el método de Mao a una sociedad industrial desarrollada; pero los principios de su acción... la transformación revolucionaria de sectores particularmente vulnerables de la sociedad en lugar de un ataque directo contra el poder del Estado... inspiran instintivamente y de manera muy eficaz las acciones actuales en Europa. En este sentido, los jóvenes europeos pueden ser considerados como discípulos de Mao, lo sepan o no.» Pero si se atiende más a la práctica que a esa interpretación, puede afirmarse con mayor justificación que los estudiantes son discípulos de Gandhi. La «revolución a ras del suelo», es decir la transformación radical de una sociedad mediante la democratización sucesiva de sus instituciones desde abajo hacia arriba, era su propia concepción de la revolución, y en ese sentido trató de influir sobre la política india hasta su muerte. Esta concepción le indujo siempre a oponerse a los políticos del Partido del Congreso, que trataban de tomar el poder no violentamente desde arriba, en lugar de formar, como quería Gandhi, una república de consejos y de cooperativas.

Los experimentos de Gandhi

La concepción revolucionaria de Gandhi está también más cerca de la que tiene la oposición extraparlamentaria alemana por cuanto que, a diferencia de Mao, Gandhi no la entendía en el plano territorial sino en el plano social. No trataba de crear regiones territoriales liberadas, sino de democratizar de manera abierta y no-violenta instituciones ya existentes. Los modelos de las universidades críticas como instituciones paralelas y de los estatutos de algunas universidades alemanas basadas en la autodeterminación no hay que buscarlos en China ni en Cuba, sino en la India. Allí se boicotearon, en 1920-21, las escuelas colocadas bajo vigilancia inglesa y se instituyeron escuelas indias paralelas. Los municipios bajo influencia gandhiana, como el de Ahmadabad, tomaron a su propio cargo las escuelas, con grandes sacrificios materiales. Incluso las experiencias comunitarias tienen sus modelos en escala más amplia en las granjas «Fénix» o «Tolstoi» que Gandhi creó en Sudáfrica y en sus ashrams en la India, si bien estos modelos no son del todo convincentes pues tales comunidades estaban en constante peligro de aislarse y renunciar a la interacción con la sociedad.

Guerrilla no-violenta

En esta larga marcha, la democratización de cada una de las instituciones no ha de hacerse necesariamente de una manera espectacular. En general, esta democratización fundamental en una democracia formal deberá manifestarse por medio de elecciones y votos, precedidos de negociaciones directas. Las acciones efectistas como ocupaciones, huelgas de hambre y sentadas tendrán lugar únicamente cuando sea necesario poner en conocimiento del público los conflictos existentes entre el poder establecido y las iniciativas de la base en la institución de que se trate, y cuando sólo una prisión no-violenta masiva pueda forzar a los conservadores a adaptarse al nuevo subsistema de los rebeldes.

La revolución no-violenta puede ser comparada con la guerra de guerrillas: en lugar de los puntos de apoyo de la guerrilla hay que poner las instituciones liberadas, por ejemplo el Instituto Otto Suhr de Berlín, y en lugar de las zonas territoriales liberadas un complejo de instituciones sociales, como universidades y sindicatos. Pero la situación de «liberada» o de controlada por el «establishment» de una institución podrá determinarse todavía con menos precisión que en el caso de la guerrilla, en el cual a menudo vastas extensiones de un país se encuentran sometidas a fuerzas contrapuestas, y sólo de pequeños sectores puede decirse inequívocamente si están controlados por el gobierno o por las guerrillas.

La usurpación civil

El proceso ulterior de compromisos entre partidarios del orden vigente y rebeldes conducirá, tras una extensión de las instituciones liberadas por el conjunto del país, ya sea en el marco de elecciones o por medio de manifestaciones de masa u ocupaciones no-violentas de empresas y administraciones, al traspaso del poder a manos de los rebeldes. No se tratará de una especie de golpe de Estado no-violento urdido por una élite izquierdista ni de un gran movimiento de oposición en forma de una huelga general, sino de una «usurpación civil». Esto quiere decir que, lejos de interrumpir el trabajo, los insurrectos toman ellos mismos en sus manos la organización del trabajo según los métodos del sistema social que preconizan, y es la amplitud misma de esa acción la que obliga a las clases hasta entonces dominantes a adaptarse a las estructuras creadas por los rebeldes. En la práctica esto significaría, por ejemplo en la universidad, que los estudiantes y los profesores de izquierda no van a la huelga, sino que se encargan ellos mismos de hacer funcionar la máquina universitaria. Lo mismo harían los obreros y empleados en las empresas, los periodistas en las salas de redacción y los policías en las comisarías.

Naturalmente hay que prever que los gobernantes tratarán mediante sanciones de impedir tal evolución. Pero la originalidad de esta concepción es, primero, que pese a las sanciones los rebeldes se sirven exclusivamente de medios de ataque no-violentos y, segundo, que no se defienden por la violencia contra las sanciones de los gobernantes. Estas dos notas esenciales de la nueva estrategia revolucionaria necesitan ser expuestas y razonadas con más detalle.

Exclusividad de los medios no-violentos de ataque

La primera característica de la estrategia no-violenta consiste en que se advierte formalmente al adversario que los insurrectos no recurren a los métodos no-violentos simplemente a título experimental o provisional, sino que sus formas de combate seguirán siendo no-violentas hasta el nivel máximo de la escalada. Nehru declaró el 12 de octubre de 1930 en Ahmedabad: «El virrey inglés de la India sabe que el Partido del Congreso ha decidido, después de deliberaciones prolongadas, seguir el camino de la no-violencia y que no se apartará de él.» La oposición extraparlamentaria alemana no ha podido hasta ahora tomar una decisión inequívoca análoga, porque le faltan las condiciones institucionales, reclamadas también por Rudi Dutschke, para las «discusiones públicas sobre los problemas de organización de las manifestaciones de combate».

Líderes de vocación revolucionaria como Gandhi y M.L. King tomaron la decisión de emplear exclusivamente métodos no-violentos basándose en dos convencimientos. En primer lugar, estaban convencidos de que sólo una tal decisión de principio podía convencer al adversario de que no tenía nada que temer personalmente y de que el sistema post-revolucionario le reservaría un lugar, y un lugar aceptable.

En segundo lugar, estaban convencidos de que las técnicas de lucha no-violenta constituían «un sustitutivo plenamente válido del levantamiento armado», y que si la no-cooperación, la desobediencia cívica y la usurpación civil no han podido mostrar hasta ahora toda su eficacia ello se debe a las precarias condiciones de organización o a su aplicación según una estrategia concebida con arreglo a los métodos de la guerra civil armada.

El anuncio del carácter rigurosamente no-violento de la lucha de los revolucionarios debe convencer a los gobernantes de que aquéllos saben valorar la capacidad constructiva y la ciencia de sus adversarios y les respetan escrupulosamente en su dignidad humana.
Esclavos del sistema y no muñecos

King y Gandhi admiten ciertamente que sus adversarios (y sus adeptos manipulados) son «esclavos del sistema» y que «las estructuras económicas les apartan de su vocación propia», pero no los consideran nunca como muñecos determinados por la economía. Éste es un punto esencial de su estrategia.

La estrategia de la guerrilla y la de la insurrección no-violenta se parecen en que tratan de ganar como aliados, mediante la propaganda, a los grupos activos que parecen tener intereses análogos a los suyos. Pero se distinguen fundamentalmente cuando se trata de sus relaciones con sus adversarios declarados. Gandhi y King parten de la hipótesis de que puede convencerse a todo adversario de cuáles son sus intereses verdaderos humanos mediante una dosificación inteligente de llamadas a su conciencia y de presiones no-violentas por una parte, y siempre que por otra se le proponga un mecanismo de sustitución en estado de funcionar y se le dé la posibilidad de adaptarse al sistema social de los revolucionarios.

Mao y Guevara piensan por el contrario que los sistemas sociales combatidos por ellos no pueden ser transformados más que mediante la destrucción física de sus principales representantes. De ahí que Guevara vea en el odio un factor de lucha, «el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar».

Estas palabras son terribles, y al médico Guevara no le ha sido seguramente fácil escribirlas. Si no hubiera visto un problema en esta transformación de revolucionarios humanistas en máquinas de matar, ciertamente que no se habría expuesto con su cruda manera de expresarse a la crítica (la cual podría acaso mostrar una solución de recambio). Deberíamos reconocer esto, en lugar de indignarnos fácilmente en nombre de la moral o de establecer paralelos apresurados con las máquinas de matar de los fascismos. Los fascistas suelen adornar sus crímenes con una fraseología del tipo «tratamiento especial» o «solución final».

Distinción entre sistema y persona

La posición de Gandhi y King frente al adversario se contrapone a la de Guevara: la estrategia de aquéllos exige una distinción entre el sistema y los hombres que lo representan. Se puede odiar el sistema, pero a sus representantes, dice King, hay que tratarlos con «comprensión y con una buena voluntad creadora capaz de perdón».

Esto no significa en absoluto que Gandhi y King esperaran convencer a sus adversarios exclusivamente mediante llamamientos morales. Proyectaban simultáneamente medidas de no cooperación, de usurpación civil, capaces de aislar a sus adversarios de la masa de sus seguidores y de llevarles finalmente a la aceptación del nuevo sistema social.
Se han criticado a menudo las acciones no-violentas interpretándolas como llamamientos moralizantes bastante ingenuos, pero no se ha tenido en cuenta la teoría apuntada de la acción no-violenta. Ésta tiene clara conciencia de que las personas hacia las que apuntan las acciones directas están sometidas a presiones en función del papel que desempeñan en el sistema; pero se niega a considerar a los adversarios como muñecos que desempeñan un papel histórico fijo. Mediante la usurpación civil se cambiarán finalmente las estructuras sociales, con lo que se dará a los supuestos muñecos nuevas posibilidades de comportamiento.

Los revolucionarios pretenden sustituir de una manera constructiva el sistema combatido. Para ello es preciso mostrar de manera concienzuda el funcionamiento posible del nuevo sistema y demostrar la realización histórica del mismo mediante iniciativas concretas.

De esta manera se tendrán en cuenta los temores de adversarios conservadores que no quieren dar un salto en lo desconocido. Esto no significa que los revolucionarios deban integrar en el sistema existente sus nuevas instituciones; significa tan sólo que se tienen en cuenta las aspiraciones del adversario en cuanto al buen funcionamiento de un sistema y que «se dosifican las iniciativas revolucionarias de manera que el adversario no tenga que reaccionar con pánico».

King: «Acción no-violenta militante»

Esta voluntad de distinguir entre el sistema adverso que se combate y la persona adversa que se respeta se basa para Gandhi y King, como acabo de decir, en su convicción de que la acción no-violenta no es inferior en nada a la acción violenta. Las acciones no-violentas no consisten solamente, desde luego, en marchas de protesta o huelgas del hambre, sino también en sentadas, huelgas y usurpaciones civiles. Cada vez que en sus últimos discursos M.L. King hablaba de «militant nonviolent action», pensaba en iniciativas de combate que debían tener sobre la vida ordenada y manipulada un impacto mucho más duradero que unas cuantas piedras o unos cócteles Molotov.

Desobediencia cívica

En uno de sus últimos discursos, Martin Luther King propuso la desobediencia cívica por parte de las masas de trabajadores en desempleo y en subempleo para desarrollar así, en los suburbios miserables del Norte de los Estados Unidos, el poder de la base. Primeramente pensó en el bloqueo de los centros urbanos por miles de huelguistas sentados, en sentadas delante y dentro de las fábricas y en un gran campamento de negros sin trabajo en Washington. Para justificar tales medidas coercitivas decía:

«Rechazamos como medios de lucha tanto la insurrección armada como las súplicas inútiles dirigidas a un gobierno que no quiere oír... Debemos pasar a la desobediencia cívica. Impedir el funcionamiento de una ciudad sin destruirla puede ser más eficaz que un levantamiento, porque la desobediencia cívica puede sostenerse más tiempo y, aunque sea costosa, no es sin embargo ciegamente destructora. Es además difícil para un gobierno intervenir contra la desobediencia cívica con métodos de represión abrumadora. La desobediencia cívica en masa puede además aprovechar la cólera para hacer de ella una fuerza constructiva y creadora. Es inútil recomendar a los negros que no se encolericen cuando tienen que encolerizarse. Es incluso más sano para la psique humana no reprimir la cólera sino transformarla en energía constructiva y pacífica, llena de fuerza, capaz de impedir el funcionamiento normal de una ciudad represiva

El Pastor King sabía que sería muy difícil organizar la desobediencia cívica en masa. Gandhi, en 1922, había tenido que interrumpir su primera campaña de desobediencia cívica porque algunos indios exasperados habían matado en Chauri Chaura a varios policías. Pero King estaba convencido de que un comportamiento realmente no-violento en una acción de desobediencia cívica, «sin encender un solo fósforo ni tirar un solo tiro, podría adquirir las proporciones de un seísmo».

Límites de la presión no-violenta

Sería sin embargo un error no ver en la desobediencia cívica sino un medio de presión material. La desobediencia cívica trata al mismo tiempo de convencer: es siempre también un llamamiento a los sentimientos más nobles de aquellos a quienes se somete a presión. El que ejerce una presión no-violenta se expone sin reserva a la violencia de los opresores, confiando en que éstos no estarán a la larga ni moral ni materialmente en condiciones de reprimir el levantamiento no-violento. El objetivo esencial de las iniciativas de presión no-violenta emprendidas por minorías es ganar la simpatía de la mayoría de la población para las convicciones de la oposición e impedir mientras tanto que el gobierno utilice todas sus posibilidades de organización para llevar a cabo decisiones que impongan sacrificios a la población.

Gene Sharp, el teórico más notable de la acción no-violenta, ha llamado no obstante la atención sobre los límites de estas acciones de presión al comentar las observaciones del Committee of 100 inglés, explicando largamente por qué la minoría tiene que ganarse necesariamente a la mayoría y por qué es imposible una especie de «golpe de Estado no-violento»: «Los que se imaginan que podrían actuar como «jacobinos gandhistas» y, como minoría clarividente, imponer su voluntad a una mayoría que cree en la política actual, no han comprendido evidentemente nada de la naturaleza de la acción no-violenta y abrigan ideas irresponsables y peligrosas en alto grado.» Sharp concibe ciertamente la posibilidad de que una minoría bien organizada obtenga mediante una táctica de obstrucción la dimisión de un gobierno, pero tiene tal acción por miope y finalmente poco prometedora. «La minoría, con su táctica de obstrucción, se arriesga a ganarse la antipatía de la mayoría y a hacer imposible que ésta considere de manera abierta el punto de vista de aquélla. Se instalaría un nuevo poder, por la vía constitucional o por un golpe de Estado, que continuaría la vieja política oprimiendo enérgicamente a la minoría. Siempre que una minoría se propone únicamente bloquear la acción del gobierno, el resultado puede ser que se convierta en una minoría cada vez más pequeña, con probabilidades cada vez menores de alcanzar su objetivo

Coalición con los liberales

Martin Luther King ha precisado en sus propuestas de desobediencia cívica que habría que evitar la polarización de la sociedad en torno a grupos extremistas. La desobediencia verdaderamente «cívica», dispuesta al sacrificio, debe ejercer su presión moral y material de tal manera que provoque un movimiento de solidaridad que vaya desde la izquierda ampliamente hacia el centro, evitando dar a los conservadores pretextos para la formación de organizaciones de «defensa ciudadana». King había esperado que la desobediencia cívica «no excluiría, sino que más bien apoyaría una política de coalición» (con lo que aludía a negociaciones políticas con los liberales blancos).

Además de una política explícita de coalición, la colaboración entre grupos legalistas y partidarios de la desobediencia cívica podría hacerse también indirectamente, de tal manera que los moderados arranquen concesiones a los conservadores argumentando con el aumento de los elementos radicales. Lewis Coser ha llamado la atención sobre este juego de influencias indirectas entre radicales y moderados. A su juicio hay que ver en el empleo de la violencia por los extremistas una condición esencial del éxito de la acción de los moderados. Pero hay que corregir aquí su análisis. El mecanismo por él observado funciona de manera todavía más rápida y segura en relación con acciones directas no-violentas. En efecto, las acciones no-violentas provocan mucho menos la solidaridad de los elementos conservadores, y los moderados no tienen necesidad alguna de tomar sus distancias respecto a los radicales. Coser no ha insistido en el hecho de que la reacción conservadora a las acciones violentas podría también bloquear las medidas progresistas moderadas: si así no fuera, el fenómeno de los «agentes provocadores» no habría desempeñado papel alguno en la historia de los conflictos internos.

Exclusión de la autodefensa violenta

No sólo la afirmación de la exclusividad de los medios no-violentos de combate se hace por convencimiento de su propia fuerza; también la exclusión de toda medida de defensa violenta -segunda característica de toda campaña no-violenta- se apoya en una serie de consideraciones estratégicas. La voluntad de los no-violentos de soportar las sanciones de los gobernantes sin recurrir a la legítima defensa violenta es el aspecto más popular, pero acaso también el más frecuentemente mal interpretado, de los levantamientos no-violentos.

Una tal aceptación del sacrificio no tiene su origen en una obediencia virtuosa a las autoridades ni en una conciencia insuficiente de la ilegitimidad de las sanciones, sino en un cálculo meditado. Dado el control gubernamental de los medios de comunicación de masas y la tendencia del conjunto de la población a someterse a las autoridades, es más verosímil que toda tentativa de autodefensa contra las brutalidades de la policía sería interpretada como tentativa de agresión por parte de los manifestantes. En cambio, si los manifestantes anuncian por anticipado su intención de realizar una acción directa radicalmente no-violenta, no tendrán que probar por su parte que se encontraban en situación de autodefensa, sino que corresponde al poder justificar los medios que emplea. Este cambio de perspectiva, este pedir responsabilidades a los gobernantes, es uno de los más importantes objetivos psicológicos de una acción directa. Si los manifestantes se escabullen de las sanciones de los gobernantes, renuncian con ello a utilizar el factor emocional en favor de su tentativa de información. Las manifestaciones no tienen solamente una función de provocación y argumentación, sino también de generación de un movimiento de simpatía.

Espíritu de sacrificio calculado

Cuando aquellos a quienes se dirige la manifestación se cierran a todo argumentos racional en virtud de sus prejuicios y de las manipulaciones de que han sido objeto, son precisos a menudo el espíritu de sacrificio y el sufrimiento voluntario de los manifestantes para derribar el muro de prejuicios y, mediante un cambio en la disposición emocional de los observadores, hacerlos accesibles a argumentos racionales.

Se reprocha con frecuencia a los partidarios de acciones noviolentas que hablan demasiado de sus métodos y muy poco de sus objetivos políticos. Este reproche está justificado respecto a algunos liberales y pacifistas, pero en general me parece que es válida esta regla: si los manifestantes quieren atraer la atención del público sobre los objetivos de su acción, deben reflexionar ellos mismos sobre los métodos que emplean. De otro modo, puede ocurrir que el público no hable sino de los métodos y los manifestantes no hablen sino del contenido político de su acción.

En las acciones violentas ocurre fácilmente que los sectores interpelados oscilan entre las fuerzas contrapuestas de la razón y del sentimiento, y que las reacciones emocionales hacen imposible una solución racional del conflicto. En las acciones desprovistas de violencia física y formalmente «cívicas», el elemento emotivo actúa generalmente como apoyo del argumento racional. La estrategia de Gandhi y de King frente a una población impermeable a la argumentación racional consistía en tratar de cambiar su posición no sólo con medios no-violentos de presión sino también y sobre todo mediante un llamamiento a sus sentimientos: «He descubierto que el simple llamamiento a la razón no encuentra ningún eco allí donde existen prejuicios seculares o se apoyan en una pretendida autoridad. La razón debe fortalecerse al contacto con el sufrimiento, y el sufrimiento hace abrir los ojos a la comprensión

No buscar culpables

Tal aceptación del sufrimiento no debe conducir a los manifestantes a considerarse mártires en potencia; pero esas reflexiones pueden darles seguridad para aceptar, metódicamente y sin odio, el sacrificio como inevitable para la consecución del fin.

Al estar dispuestos a soportar sin resistencia sanciones injustas, los revolucionarios hacen comprender finalmente a los gobernantes que no les interesa vengarse de la explotación, la represión o la opresión pretéritas, sino tan sólo la creación de un sistema nuevo y justo. Esta voluntad de olvidar el pasado y de no buscar culpables debería ser en general la condición previa para que los grupos hostiles sobre los que recaigan responsabilidades se atrevan a iniciar un nuevo camino al lado de los revolucionarios. Los manifestantes que tratan de oponerse a la policía mediante tácticas de movimientos o forzando barreras hacen en realidad el juego a los policías, que a la larga están siempre mejor armados y mejor preparados para tales confrontaciones. Cuanto más los manifestantes se vistan de manera revolucionaria y, como los estudiantes Zengákuras japoneses, jueguen a la guerra civil, más difícil harán que la población que les observa reconozca en ellos a ciudadanos medios con los cuales debería identificarse, y más difícil será que ese público no preparado concluya que tras esa forma de actuar hay un contenido nuevo que también a él podría interesarle. Cuando se hace el experimento teórico de una escalada de cascos, escudos y varas se llega, en medio del siglo XX, a la absurda imagen guerrera de los caballeros medievales cubiertos de pesadas armaduras.

Los negros del movimiento por los derechos cívicos y los ingleses del Committee of 100, impugnadores de las armas atómicas, han hecho marchas y sentadas de protesta parcialmente ilegales en el centro de las ciudades; mediante su disciplina en la desobediencia y su voluntad de sacrificio se esforzaron por hacer comprender a una población manipulada que no se oponían a todo orden, sino únicamente al orden injusto establecido, y que si se manifestaban era por deber de conciencia, y no porque las manifestaciones «son apasionantes y divertidas».

La no-violencia como posición radical

Los miembros de la oposición extraparlamentaria que en ciertas circunstancias estarían dispuestos a pasar a la acción violenta se consideran muchas veces muy radicales. Por mi parte, pienso que para un socialista humanista y para un demócrata no puede haber posición más radical que la de estar decidido a alcanzar sus fines revolucionarios por medios no-violentos. Sólo así se completa la confianza crítica en la inconsistencia del adversario con una desconfianza permanente de lo acertado de nuestra propia posición; dicho de otra manera, sólo la exclusión de las medidas violentas nos permite ampliar constantemente nuestra propia comprensión de las interrelaciones sociales.

Gandhi y King renunciaron al empleo de la violencia confesando que, por mucho que se esforzaran en el análisis cuidadoso de la situación, sólo podían llegar a comprenderla de una manera parcial, y podían cometer inevitablemente errores de juicio.

Tal reconocimiento de los límites de su propio saber no les llevó sin embargo a renunciar a la acción. Como declaró el Círculo de Trabajo 28 de la Universidad Crítica al anunciar su programa para el semestre de verano de 1968,

«el método de acción directa no-violenta abre posibilidades de acción incluso en situaciones conflictivas no claramente definidas, pues en caso de error de cálculo las consecuencias recaen ante todo sobre los propios ejecutantes de la acción. La exclusión de la violencia y del engaño es propicia para dirimir racionalmente un conflicto, pues de esta manera no hay actividades combativas que al convertirse en un fin en sí mismas impongan la simulación ideológica y la renuncia a la autocrítica, sino que se conservan todas las posibilidades de reflexión permanente y de modificación de los planes de acción».

Crítica de la violencia «liberadora»

La renuncia a la violencia se presenta aquí como la condición previa de toda democracia de participación, pues el empleo de la violencia haría imposible toda discusión pública de las acciones antes, durante y después de la realización de éstas. Por consiguiente, la adhesión a la no-violencia se basa por una parte en el temor de poner en marcha un proceso educativo patológico y por otra parte en el convencimiento de que no es posible luchar por una democracia social de hombres y mujeres libres e iguales dejándola en suspenso temporalmente.

Las acciones violentas de un grupo de la oposición extraparlamentaria conducen, por lo menos al principio, a desarticular los mecanismos de control democrático y, cuando las realizan y planifican sistemáticamente grupos de personas más numerosos, a estructuras de mando jerarquizadas. Un incendio político o una pedrea contra un grupo de policías no pueden ser objeto de discusión pública antes ni durante la acción, y sólo con dificultades pueden serlo después. La planificación de acciones terroristas, como el apedreamiento de las ventanas de la vivienda de un juez o el secuestro de un fiscal o de un político haría de la oposición extraparlamentaria, actualmente pública, una organización clandestina. El resultado sería que, por razones de seguridad, pronto se ejecutarían incluso órdenes incomprensibles, y que el temor a los agentes infiltrados actuaría sobre la atmósfera interna de las organizaciones de combate suscitando una permanente desconfianza de todos contra todos. Si una tal organización revolucionaria, jerárquicamente estructurada y dotada de mecanismos de mando y obediencia, tomara el poder, las cúspides de tal «movimiento de liberación» tendrían en sus manos un poder incontrolado; existe entonces el agudo peligro de que esos elementos no sólo se nieguen a entregar al pueblo el poder, sino que, invocando un estado de urgencia, generalmente real después de las luchas violentas, lo guarden bien en mano. Es incluso corriente que después de un movimiento de liberación violento tengan lugar violentas luchas de fracciones entre las filas mismas de los liberadores y purgas sangrientas. Las historias de las revoluciones rusa y argelina son ejemplos aleccionadores. También frente a la revolución china parece necesaria una actitud crítica. Después de la «revolución cultural», el verdadero titular del poder y garantizador del orden en China tiene que ser, más que nunca, el ejército.

Cuando en marzo de 1963 alguien preguntó a Kenneth Kaunda, que más tarde debía ser primer ministro de Zambia, por qué no tomaba como modelo la guerra de liberación argelina, respondió:

«Si combatimos mediante la violencia y si dentro de uno o dos años conseguimos lo que pretendemos, habremos sin embargo sembrado en nuestro país la simiente de la inquietud. Los que no estén de acuerdo con nosotros tendrán entonces un modelo de conducta política y se esforzarán por organizar un levantamiento. La historia muestra repetidamente que los métodos que uno utiliza para alcanzar un fin son a menudo los mismos métodos que otras personas ponen en juego para arrancarle el poder.»

Cuando se han calculado con toda frialdad y lucidez las consecuencias de la violencia revolucionaria y se ha llegado a reconocer, con el socialista belga Barthelemy de Ligt, que «cuanta más violencia, menos revolución», se consigue un efecto estimulante para la imaginación y acelerador del proceso revolucionario; se hace entonces realidad la inscripción de la revuelta francesa de mayo de 1968: «¡La imaginación al poder!» No se malgastan ya tiempo ni fuerzas en especulaciones y experimentaciones en el campo de la violencia falsamente revolucionaria. La adhesión sin reservas a la no-violencia -dicho en términos cristianos, a la fuerza liberadora del amor y del sufrimiento aceptado por el bien de otros- confiere a la acción de los no-violentos de vocación revolucionaria una enorme fuerza de persuasión. Su osadía se basa entonces en la confianza en las posibilidades inagotables que ofrecen los medios no-violentos para desarrollar el «poder desde abajo». «Un soldado combate con energía irresistible -dice Gandhi- cuando ha hecho volar los puentes y ha quemado las naves detrás de sí. Lo mismo ocurre con el soldado de la acción no-violenta.»


Theodor Ebert, nacido en Stuttgart en 1937, presentó ya en 1965 una tesis universitaria sobre «La insurrección noviolenta como alternativa a la guerra civil». Desde 1966 es Friedensforscher (irenólogo o investigador sobre la paz) en la Universidad Libre de Berlín. Es autor de varias obras y miembro de Sínodo de la Iglesia Evangélica de Alemania. El presente texto es la parte más importante de un trabajo publicado en mayo de 1969 en la revista Junge Kirche de Dortmund, bajo el título «Zur Strategie der gewaltfreien Revolution-Direkte Aktionen zur Demokratisierung der lndustriegesellchaft».


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