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Pensemos el postconflicto de la guerra de Ucrania antes de que los halcones hablen

Miércoles.21 de septiembre de 2022 628 visitas - 1 comentario(s)
Juan Carlos Rois, Tortuga. #TITRE

Tal vez todavía es muy pronto para hacer un balance de la guerra de Ucrania. Pero ya que sale Josep Borell a celebrar el aparente avance de los intereses europeos en la misma, pongamos algún que otro ingrediente en la balanza para preguntarnos si Borrell no abusa de cinismo en sus prédicas.

Como todas las guerras, en ésta prima también la opacidad y la manipulación informativa, porque la comunicación forma parte de la estrategia de guerra, de modo que es complicado saber cuál es la realidad y cuál el relato propagandístico de cuentas y cuentos que nos atizan los voceros de la guerra.

Apuntes de «inputs» y «ouputs» que no entran en el balance de los halcones

La guerra no es una partida de ajedrez donde las piezas que van eliminándose caen a una cuidada caja donde esperan hasta la próxima partida. Aquí los peones que caen lo hacen para siempre, con todo el reguero de dolor que ello acarrea y con todas las relaciones convivenciales que a futuro rompe. Aunque para los estrategas de uno y otro bando esto no tenga importancia frente al alto designio de ganar o posicionarse mejor en una negociación futura, para las personitas de a pie, con nuestro sentimentalismo a cuestas, es en realidad lo que importa y preservar la vida de cada una de las personas, de los animales, de las plantas y de los ecosistemas que se pueden ver involucradas en un acto tan criminal se nos antoja un deber más importante que las altas abstracciones de las patrias y los patriotas.

Pero ocurre que, de momento no conocemos el cálculo de infraestructuras destrozadas por la guerra, ni el impacto medioambiental del conflicto y no digamos nada de los datos de agresiones y violaciones a mujeres, en general un arma de guerra de primer orden. Son imprecisos los datos sobre forzados desplazamientos humanos y sobre el trato a las poblaciones sometidas al ordenamiento excepcional y de guerra. No conocemos la situación real de daños a civiles ni la huella para la convivencia cívica y, por supuesto, somos incapaces de prever el impacto que la expansión de la violencia y su fuerza rectora pueda tener en el postconflicto y las secuelas que puedan quedar en términos de pérdida de cultura democrática y de convivencia. Menos aún podemos saber qué destino y qué trato están dando los ejércitos y el aparato estatal de Ucrania y Rusia a los disidentes de la guerra y a los pacifistas y antimilitaristas que abogan por la resolución pacífica del conflicto y por el fin de la guerra, aunque sí sabemos que la represión y la estigmatización están a la orden del día.

Sin embargo, podemos tener estimaciones que, de por sí, ya indican lo absurdo y catastrófico de la guerra.

Imágenes obtenidas de material en campos recogida por analistas de inteligencia de la web de países bajos orxipioenkop (https://www.oryxspioenkop.com/) cifran las pérdidas rusas en más de 5000 piezas militares, entre carros de combate (1.073) vehículos blindados de combate (544) vehículos de infantería de combate (1.193) transportes blindados de personal (154), vehículos MRAP (33), Vehiculos de infantería (118), puestos de mando (124), vehículos de ingeniería ( 195), sistemas de misil antitanque (25), morteros pesados (16) vehículos de apoyo artillero (54), piezas de artillería remolcada (86), sistemas de artillería aeropropulsada (181), lanzacohetes (100), cañones antiaéreos (9), cañones antiaéreos aeropropulsados (20), sistemas de misiles superficie-aire (72), radares (15), sistemas de interferencia y engaño (14), aviones (21), helicópteros (48), drones (153), embarcaciones (11), trenes logísticos (3), todoterrenos y cisternas (1535). Si calculamos esto en dinero, el lenguaje que entienden los halcones, hablamos de cifras astronómicas que se han pulverizado con el objetivo de abatir a los de enfrente en vez de en buscar soluciones más creativas al propio conflicto o, si nos ponemos en la enorme inversión militar previa en prepara la guerra, los recursos que Rusia ha dejado de invertir en el propio desarrollo y atención a las necesidades de los rusos para invertirlos en la guerra.

Por parte de Ucrania la agencia referida habla de pérdidas de 1.577 piezas, entre ellas, carros de combate (288) blindados (136), vehículos de combate de infantería (224) transportes blindados(104), vehículos contra emboscada (6), puestos de mando (7), vehículos de ingeniería (23), sistemas antitanque (17), piezas de artillería remolcada (52), lanzacohetes (22), cañones antiaéreo (4), cañones antiaéreos autopropulsados (2), sistema de misiles (45), radares (22) sistemas de interferencia y engaño (1), aviones (46), helicópteros (14), drones (34), embarcaciones (20) y otros vehículos (342). Podemos preguntarnos, igualmente, por el uso alternativo de tantos recursos invertidos en preparar la guerra.

Ucrania ha reconocido más de 20.000 bajas militares (¿cuál será el recuento de bajas civiles, de hospitales, escuelas y centros comunitarios destruidos?) en estos algo más que 200 días y aunque no tenemos un reconocimiento oficial, el pentágono calcula 70.000 bajas entre heridos y muertos rusos.

Sabemos que existe peligro de que las centrales nucleares en Ucrania entren de forma grave en el juego de la guerra y se desencadene un desastre nuclear de imprevisibles consecuencia planetarias.

Y sabemos, quizás sea pura coincidencia, que la guerra ha dado alas al ya de por sí envalentonado militarismo europeo, a sus intereses corporativos y políticos, al lobby militar/industrial y sus turbios negocios y a las extremas derechas, lo que tampoco es que augure un futuro muy halagüeño.

Y también sabemos que ha alterado la economía mundial y no precisamente para bien, pues se consolida cada vez más la tendencia a la influencia de las grandes corporaciones multinacionales, el sometimiento de los poderes públicos a estos poderes fácticos y al empobrecimiento subsiguiente de la gente de a pie y de sus capacidades para hacer valer sus deseos y necesidades.

La guerra ha concitado, como se ve, la sinergia de todas las violencias y de todas las injusticias y se muestra como el espejo amplificado donde se refleja en realidad el mundo de violencias múltiples en el que vivimos y nos envolvemos. ¿de qué otro modo es posible que millones y millones de personas acepten con tanta pasividad y resignación (cuando no abierto entusiasmo) lo que está pasando? ¿no es porque la guerra es la continuación de la violencia que nos envuelve y amordaza por otros medios?

No parece un balance del que los halcones tengan que enorgullecerse y no acabamos de entender por qué lo obvian en sus prédicas y lo mantienen como un coste irrelevante en su cuenta de resultados.

Y lo que es peor, no parece que, pase lo que pase en la guerra, lo que venga después vaya a ser la paz, o al menos una paz merecedora de ese nombre, ni la construcción de la paz y de la seguridad humana para las gentes de Ucrania, de Rusia y del resto del planeta (con lo que implica cambio de estructuras y de culturas atravesadas de violencia rectora). Más bien se vislumbra de nuevo el cálculo del terror militar para mantener un statu quo que, cómo no, será el anticipo de una nueva guerra, otro eslabón más de la cadena que nos esclaviza.

¿Que piden los pacifistas y antimilitaristas rusos y ucranios?

Se me antoja que, en un panorama tan desolador, las soluciones que oficialmente parece que se abren paso van en dirección contraria a las que la sana lógica dicta y se abra paso el ideario militarista que propone el refuerzo de las alianzas militares, la vuelta a una situación de confrontación militar al estilo de la antigua guerra fría, el aumento del gasto militar y el resurgir nostálgico de propuestas de refuerzo de los ejércitos y regreso del reclutamiento y del adoctrinamiento militar.

Un repaso de lo que dicen y piden los pacifistas rusos y ucranios en las redes
En este escenario, me comentan algunos amigos que siguen redes de intercambio y comunicación con personas y grupos antimilitaristas y pacifistas rusos y ucranios que éstos no ponen entre sus demandas ninguna de las que forman parte de las prioridades de nuestro ministro Borrell. No piden armas ni las quieren. Piden cosas básicas: que ambos bandos respeten el derecho a la vida y la integridad de los civiles, tanto los del propio bando como los del ajeno (porque, dicen, tanto las leyes militares que se aplican en Ucrania como en la zona ocupada por los rusos, incumplen los estándares mínimos al respecto); que se ayude a las víctimas, que se deje de perseguir, reprimir, desaparecer a objetores y a jóvenes que quieren salir de ese avispero; que se investiguen los crímenes de guerra; que se proteja a las mujeres del tradicional papel de botín y víctima principal de la guerra a que las someten los bandos en liza; que se ofrezca ayuda humanitaria, alimentaria, sanitaria . . .; que se restaure la justicia y las garantías judiciales, que se respeten las libertades de asociación, de reunión, de pensamiento y difusión de las ideas; que se conozca y difunda la lucha por la paz que encabezan los resistentes a las guerras y que no los dejemos solos. Es curioso que en estos aspectos coincidan resistentes a las guerras de Rusia y Ucrania, todos ellos estigmatizados en sus países como traidores y vendidos al enemigo.

Apuestas para el postconflicto

Es curioso que entre sus preocupaciones también está el postconflicto: cómo va a ser el día después, cuando callen los cañones. Temen, no sin razón fundada, que una vez desatada la metodología militarista y desencadenada la violencia, las leyes de «la paz» no sean leyes para construir la paz y las instituciones del día después no vengan a construir estructuras encaminadas a la paz integral.

Nos advierte Galtung en su obra que, acalladas las armas en la guerra, la tarea que verdaderamente nos toca realizar para desencadenar un proceso de paz no consiste solamente en devolver los soldados a los cuarteles y propone el desarrollo de tres ejes de trabajo que él denomina Resolución, reconstrucción y reconciliación.

Afirma que para salir del círculo vicioso de la violencia hay que convertir los círculos viciosos en círculos virtuosos, tras la violencia, mediante el juego de tres «R»: 1) la Reconstrucción tras la violencia directa. 2) La Reconciliación de las partes en conflicto y 3) la Resolución del conflicto subyacente, raíz del conflicto.

De forma simplista se han entendido estos procesos como parar la guerra, reconstruir las infraestructuras y buscar la reconciliación espiritual de los agraviados, pero no es eso lo que implican tales procesos.

Más bien implican de procesos mucho más integrales y transversales, que quieren abordar simultáneamente todos los aspectos (directos, estructurales y culturales) desencadenados, interconectados y multiplicados por la violencia sinérgica que supone la guerra y quiere hacerlo en los dos espacios afectados por la guerra y en sus propias poblaciones.

Señala la importancia de que estas tres líneas de acción abarquen no sólo el aspecto de la violencia directa, sino también el de la violencia estructural y cultural, pues la transformación del conflicto exige la transformación, también de sus componentes culturales y estructurales y, en cierto modo, luchar contra la violencia rectora que le precedió y que le sirvió de caldo de cultivo.

Acertadamente señala (Tras la violencia, 3R: reconstrucción, reconciliación, resolución Afrontando los efectos visibles e invisibles de la guerra y la violencia, Gernika Gogoratuz, 1998) que todas estas estrategias se tienen que hacer a la vez, pues «Si se hace una de estas tres cosas sin las otras dos, no se obtendrá ni siquiera la que se hace. Hegel planteaba la reconciliación entre Herr y Knecht sin resolución; Marx, la resolución sin ninguna reconciliación. La reconstrucción sin la eliminación de las causas de la violencia llevará a que ésta se reproduzca. Hay una enorme necesidad de teoría y práctica que combine las tres cosas».

Según su esquema, las tres tipologías de violencia requieren aplicar las tres R referidas desde el minuto cero del armisticio, pues la reconstrucción no sólo se refiere a la reconstrucción de lo material destruido por la violencia directa o la reparación de los daños personales causados, sino también a la reconstrucción de condiciones estructurales de justicia y a la construcción de condiciones culturales de paz. Y, del mismo modo, la resolución abarca aspectos directos, pero también estructurales y culturales y la reconciliación lo es no sólo de las personas antes enfrentadas, sino también de las estructuras y de los aspectos que ayudan a crear una cultura de paz.

¿Qué papel nos toca? Exigir la paz de verdad.

El cálculo sobre el final de la guerra ya se está trazando en la geopolítica.
Europa y EEUU aspiran a conseguir ventajas respecto a Rusia y de soslayo en su lucha mundial por la hegemonía. También a recuperar la enorme inversión (tanto política como material y económica) que han hecho en su apuesta en este conflicto. China, aliándose a algunas potencias emergentes, y jugando un papel moderador, aspira a utilizarla para conseguir un nuevo orden geopolítico mundial y probablemente unas nuevas reglas de juego en el orden militar basado en nuevas reglas de juego y nuevo reparto de zonas de influencia. Rusia a formar parte del carro de los ganadores en un panorama global cambiante. Los señores de la guerra aspiran a vender más armas e incrementar su cuenta de resultados. Los grandes negocios occidentales a enriquecerse con los recursos ucranios, . . .

Es probable que en Europa y EEUU salten voces más o menos especializadas pidiendo una reconfiguración del orden mundial y de las políticas internacionales de paz para que no salte todo por los aires, ya sea volviendo a escenarios de seguridad previos a la guerra fría, inmediatamente posteriores a la perestroika, o pactando otros nuevos (desde arriba, como siempre) con diversas condiciones de «desarme» o estableciendo programas graduales de confianza a tratar con Rusia y otras potencias.
Aunque en mi opinión esas propuestas van encaminadas más bien a la paz negativa que a la verdadera necesidad de paz global y positiva que exige la situación del mundo, siempre serán mejores que nada, pero me pregunto si el papel de la sociedad es empujar para que hagan lo que de suyo van a hacer. Más bien opino que no.
No creo que un maximalismo utópico y desenfocado presionar para que las políticas que se desarrollen no sean más de lo mismo y no sean de preparación de la guerra.
Si en algo tiene que presionar la sociedad y las organizaciones que sienten una cierta responsabilidad hacia la guerra, no creo que deba ser para exigir que adopten acuerdos de control de armamentos o concepciones de seguridad basadas en esquemas militares, como la idea de seguridad compartida u otras similares que se les ocurra. Para eso ya están os partidos políticos con sus cálculos y tristezas, y los tanques de pensamiento con sus especialistas con su sobredosis de realismo y razonabilidad, sino en la idea de que la seguridad a la que aspiramos tiene más que ver con los derechos sociales escatimados, con las condiciones materiales y económicas que garantizan las necesidades humanas y con las condiciones de habitabilidad justa y sostenible en un planeta finito y excesivamente maltratado, que con la seguridad militar, y que nuestra seguridad depende más de que en lugares remotos y por personas que desconocemos y probablemente nunca conoceremos, se garanticen condicione de vida que les aseguren una seguridad alimentaria, una suficiencia educativa y sanitaria y un trato social igualitario y justo que con que nuestro nivel de armamento nos permita explotar ventajosamente sus recursos.

SI en algo debe hacerse sentir el peso de la sociedad sobre sus cauladores políticos y su corte de expertos y epígonos, es en la exigencia de hacer estructural la paz, no la ausencia de guerra. Y si hemos de movilizar esfuerzos y desencadenar luchas y movilizaciones, es más en quitar poder a lo militar en todos los aspectos y en construir alternativas de paz positiva, que en esperar que callen los cañones y nos preparen para el próximo asalto.

Por de pronto, el conflicto ucranio no puede resolverse sin tener en cuenta a la gente que lo sufre y a las víctimas, ni tampoco con un mero armisticio.

De este modo, la resolución del conflicto no puede venir de la mano de un mero acuerdo que fije una frontera, repliegue las tropas a un lado u otro, señale unas condiciones militares más o menos de desarme o control entre ambos ejércitos y establezca, pongamos por caso, unas reparaciones de guerra al perdedor ( si es que llega a haberlo) o unas condiciones de otra índole. Para que sobrevenga la paz hay que ir más allá. La paz hay que construirla y no es la mera ausencia de guerra, ni un intervalo para preparar el siguiente asalto.

Debemos exigir y presionar para que tenga lugar un postconflicto centrado en la construcción de la paz, no en la ausencia de guerra y el fortalecimiento del militarismo. Y eso pasa por medidas de resolución, reconstrucción y reconciliación que afecten a los aspectos directo, estructural y cultural de la violencia y que lo haga en los dos bandos implicado, que construya instituciones de paz y de mayor seguridad humana y deconstruya instituciones de guerra y violencia, que reconozca, restaure, repare y restituya a víctimas de ambos bandos, incluyendo en estas víctimas no sólo las humanas sino también los ecosistemas y toda la vida destruida, que reconstruya de manera positiva los lazos de convivencia y de solidaridad en las comunidades rotas por la guerra, que genere encuentro, confianza, reconocimiento, cuidados y colaboración entre antiguos enemigos y que luche activamente por la paz.

El conflicto de Ucrania también se resuelve desde aquí, haciendo frente a nuestro militarismo, lo que también pasa por la lucha social y cultural contra el mismo y por propuestas de desmilitarización social de las que hemos puesto ejemplos en otros muchos momentos.

Sin ir más lejos, y atendiendo a nuestra actual coyuntura, pasa por luchar con ahínco contra la OTAN y contra la política de seguridad europea, contra el abrumador gasto militar que soportamos, contra la venta de armas que realiza España y contra las industrias militares, contra los campos de entrenamiento militar que padecemos, o contra el ejército garantista y agresivo que tenemos y su actividad, incluyendo las intervenciones militares en el exterior y la doctrina que ha establecido «fronteras de seguridad avanzada» en el Sahel y el Golfo de guinea, por ejemplo.

Pasa por denunciar nuestro militarismo.

Y pasa por saber divulgar socialmente la necesidad de construir un modelo de paz desde abajo, participativo y alternativo: de otra paz, de otros medios de alcanzarla y de otros actores y protagonistas de su desarrollo.

No parece que sea mucho pedir ni excesivamente maximalista, utópico y desenfocado el colaborar con quienes desde Ucrania y Rusia apuestan no sólo por acabar con la guerra, sino también por construir la paz y jun futuro de justicia para sus pueblos y para todos los pueblos.

Sobre todo, no creo que lo sea porque, precisamente, este tipo de cosas son las que los que definen las políticas y sus consejeros no están dispuestos a hacer por su cuenta, a no ser que la presión les obligue a ello.

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