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Tortuga

Pacifismo y violencia. Reflexiones en torno a una acción directa noviolenta

Pacifismo y violencia. Reflexiones en torno a una acción directa noviolenta

Cuando se realiza una acción directa noviolenta con una metodología agresiva, como fue el caso de la acción de Tortuga contra el monumento al soldado de reemplazo de Alacant, del pasado febrero del 2003 (ver acción en esta misma web), las reacciones son de diferente signo: desde la adhesión más entusiasta, pasando por la duda, la indiferencia, la simpatía, la reflexión, hasta la crítica de diversos tipos.

No nos preocupa mucho la opinión de quienes consideran que la noviolencia es cosa de “mártires” fuera del tiempo. Tampoco la de gente de ideas conservadoras que sólo ve algo ilegal que hay que reprimir. En cambio sí nos interesa la de quienes en nuestra opinión confunden agresividad y conflicto con violencia. Este último aspecto es sobre el que queremos reflexionar en este documento.

No vamos a entrar a valorar si es legítimo o no que una institución pública (en este caso el Ajuntament d’Alacant) coloque en un lugar neurálgico de la ciudad un monumento a las fuerzas armadas ignorando por completo una fuerte contestación ciudadana.

Tampoco dedicaremos palabras a argumentar la inmoralidad de que exista un monumento con el que se homenajea a la maquinaria asesina al servicio de un mundo injusto que es el ejército, ya que a nosotr@s nos parece algo obvio.

Del mismo modo no hablaremos del derecho que nos asiste o no como miembros de la sociedad (ostentando o no algún tipo de representatividad de al menos una parte de la misma) a efectuar una demolición, simbólica o real, de las estatuas erigidas sin consenso social alguno.

Por otra parte tampoco queremos desarrollar el debate sobre si las mazas que empleamos constituyen un arma, o simplemente forman parte de la indumentaria de albañiles que utilizamos (con mono y casco).

Sí queremos decir que nuestro colectivo se autodefine como ANTIMILITARISTA y NOVIOLENTO. El apelativo “pacifista” que en su día nos colocaron los medios de comunicación, y que escandalizó a algun@s bienpensantes (¿cómo es posible que unos pacifistas realicen una acción destructiva provistos de martillos?) no nos corresponde en absoluto.

El pacifismo, siguiendo la definición del “Superclarito” (edita Projecte C.A.N.V.I. Alacant-86), ...”evoca simplemente un deseo de paz, bajo el que tan solo existe una actitud de resignación pasiva ante la injusticia y una declaración de buena voluntad de acabar con las guerras. (...) Por eso se habla de “noviolencia activa”, porque, para el noviolento, la pasividad es aún más rechazable que la violencia, aunque desecha ambas. El noviolento dice no ser pacifista, porque no quiere que su noviolencia sea confundida con un pacifismo, que en el peor de los casos, esconde una actitud pasiva y pusilánime, incapaz o indecisa de comprometerse con la vía armada. Y tampoco se siente identificado con los que, incluso desarrollando un activismo, no hacen un análisis social profundo, y no llegan a cuestionar las raíces de los conflictos y las injusticias.”

Con respecto al término VIOLENCIA también aportamos la definición del Superclarito: “Como específico de la violencia consideramos todo lo que hace relación al término -violación- en tanto arrebato al hombre de lo que le es constitutivo como persona. Cuando hablamos de -violación de correspondencia- por ejemplo, hacemos referencia a la realidad de la violencia ejercida sobre alguna persona a la que se está violando su derecho a la intimidad. No se puede hablar de violencia sin estar refiriéndose a personas (también tiene sentido hablar de violencia cuando rompemos nuestra relación armónica con la naturaleza, puesto que la entendemos como un biosistema en equilibrio del que formamos parte), más que como licencia poética. Así es que también cuando hablan de que -violamos la ley-, debemos cuestionar su justicia y legitimidad, para poner de manifiesto si estamos ejerciendo violencia, o más bien no nos estamos sometiendo a la violencia que se ejerce por medio de dicha ley.”

Quedaría por aclarar qué es la noviolencia, tema que excede de largo la longitud de este artículo, pero que se puede consultar en diverso material publicado en la web, como el del SAN , en algunas de nuestras reseñas y en los materiales de la web del MOC Carabanchel (ver enlaces). Decir sin embargo que una de las condiciones que convierten a una acción directa en noviolenta es que ésta se realice “dando la cara”, es decir, de forma pública, y estando las personas que la llevan a cabo dispuestas a recibir -que no buscar- la represión que se desencadene, siempre como un intento de llegar a la conciencia de las personas en un horizonte transformador.

Visto lo cual, nos queda claro que en la acción de las estatuas, estamos ejerciendo un derecho inalienable y una obligación de desobedecer una imposición injusta. Podremos equivocarnos en esta apreciación, pero como es la que tenemos, no nos queda otro camino que ser fieles a nuestra propia conciencia. Además es una acción que no arrebata a nadie “lo que le es constitutivo como persona”, ni tan siquiera una propiedad material, le sea o no fundamental a esa supuesta persona para su subsistencia y armonía. El hecho de golpear y manchar unos pedazos de metal de dudoso gusto artístico, únicamente daña un objeto propiedad de una institución, que además representa y simboliza a nuestros ojos una neta inmoralidad e injusticia (el objeto de las estatuas en sí, y yendo más lejos, incluso la propia institución que lo posee).

Por otra parte, y sacando otro tipo de conclusiones acerca de la cuestión, nos llama poderosamente la atención el tema de que la gran mayoría -aunque no la totalidad- de las personas que ven nuestra acción como un hecho violento y la censuran, callan (y si algun@ de ell@s habla, no actúa) ante las violencias evidentes y tan indiscutibles como abrumadoras que constituyen y definen nuestra sociedad. Violencias que causan alienación, opresión y muerte de seres humanos, así como la destrucción de la naturaleza a todas las horas del día, y todos los días del año. Aquí viene al pelo la recriminación de Jesús de Nazaret a los fariseos, de quienes decía que “ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio”. Y es que vivimos en una sociedad políticamente correcta, que niega el brutal conflicto en que vive y sufre la mayoría de la humanidad, y se siente molesta por el pequeño conflicto, la pequeña molestia que origina la minoría de las y los que intentamos trabajar por un mundo más justo. Esta es una sociedad hipócrita de halcones y “pacifistas de salón”, fariseos en definitiva.

Para ilustrar estas reflexiones transcribimos a continuación un artículo redactado en los años 70 por Jean Marie Muller, uno de los principales teóricos de la noviolencia activa.

LA VIRTUD DE LA INTOLERANCIA. Jean Marie Muller.

Algunos imaginan al hombre de la noviolencia como un ser dulce y humilde de corazón, que sobresale por una tolerancia sonriente por igual a todos y a cada uno y que se guarda bien de tomar partido en las luchas que dividen y oponen a los demás.

Esas mismas personas se extrañan y escandalizan y fingen estar decepcionadas cuando encuentran militantes de la noviolencia que no corresponden a la imagen-tipo que ellos se habían hecho.

Estas almas sensibles que tienen horror del conflicto y de la lucha, acusan entonces al hombre de la noviolencia comprometido en una palabra agresiva y en una acción directa contra los responsables del desorden establecido, de no ser nada más que un violento que se esconde detrás de hermosas palabras.

Esta sorpresa y este desencanto se explican por un profundo malentendido. Se quisiera confinar la noviolencia en el campo privado de la vida interior y de la espiritualidad, cuando ella nos echa sobre la plaza pública para denunciar y combatir las mentiras y las violencias.

La noviolencia no nos disuade tanto de tener como recurso la acción violenta, sino que nos empuja a recurrir a la acción directa contra las injusticias. Por eso el hombre de la noviolencia no toma el gusto de discutir amablemente sobre la fraternidad universal de los hombres.

Él se separa decididamente de todos esos doctores en espiritualidad que no cesan de hablar de amor, de piedad, de perdón y de reconciliación, pero tomando el cuidado de situarse fuera de los conflictos, por encima y al lado de la historia.

El hombre de la noviolencia es un partidiario: ha tomado partido por la justicia contra los opresores, por la verdad contra los mentirosos. Y esta toma de posición lo mete, a pesar suyo, en una dinámica hecha de conflictos y de lucha.

Ciertamente, más que otro, el hombre de la noviolencia desea la reconciliación. Pero él rehúsa encerrarse en palabras piadosas y fabricarse ilusiones; él entiende lo que es moverse por la reconciliación. Porque la reconciliación no es posible sino en la justicia, y la justicia no es posible más que por la lucha. Su convicción es que la lucha por la justicia no es posible más que por la acción noviolenta.

Es precisamente porque quiere desacreditar definitivamente la violencia, por lo que desea restablecer plenamente el conflicto, cuya función es restablecer el derecho de los hombres. Él sabe por experiencia que todos esos que exaltan la fraternidad entre los hombres sin pasar a los actos que pueden realizarla, colaboran de hecho con la violencia y la opresión.

El hombre de la noviolencia es un intolerante: no tolera lo intolerable. Y se esfuerza en traducir esa intolerancia en una lucha que por ser sin odio y sin violencia, no es por eso menos dura.

Jesús el Galileo, fue precisamente condenado a la vez por la Iglesia y por el Estado por delito de intolerancia. Él no toleraba en efecto la pretensión de las autoridades religiosas y civiles de regir al pueblo imponiéndoles sus dogmas y leyes. No sólo estigmatizaba a los sacerdotes, escribas, fariseos y demás gente influyente, sino que no dudaba en pasar a la acción directa noviolenta volcando las mesas de los mercaderes del Templo.

Los sermones sobre la tolerancia que exaltan el respeto y la aceptación del otro en su diferencia se encuentran a menudo deformados y sirven en realidad para paralizar las voluntades y las energías necesarias para asumir los conflictos y llevarlos a su término. La tolerancia que se considera en todos sitios como una virtud cardinal ha llegado a ser el cimiento que mantiene en equilibrio todas las injusticias entre sí, y lo que la ideología dominante llama el “orden establecido”. La fuerza de las injusticias en nuestra sociedad consiste precisamente en que se benefician de la tolerancia de la mayoría, que se llama justamente “la mayoría silenciosa”. Nuestra generación -afirmaba no hace mucho Martin Luther King- no habrá de responder solamente de los actos de los hombres malhechores, sino que tendrá igualmente que rendir cuentas del silencio vergonzoso de los hombres de bien.

Frente a las situaciones de violencia que alienan, mutilan y hacen morir a los hombres, frente a lo intolerable, la tolerancia es una complicidad criminal. Es una dimisión, una huída ante sus propias responsabilidades. Es una cobardía. De aquí que toleremos ser manipulados por policías sin escrúpulos cuyo poder está hecho de nuestra negación de asumir y de ejercer nuestro propio poder de ciudadanos; toleramos que nuestro propio desarrollo económico mantenga continentes enteros en un subdesarrollo por el que millones de hombres sufren una desnutrición mortal; toleramos que nuestro gobierno mantenga relaciones cordiales con regímenes de opresión que violan diariamente los derechos del hombre (...).

Esta tolerancia engendra y alimenta la desesperación de todos aquellos que no tienen la facultad de adaptación y acomodación a una sociedad insensata, es decir, privada a la vez de finalidad y de sentido.

La esperanza está hecha de intolerancia porque para esperar una sociedad más justa y más libre es necesario primero no tolerar las injusticias y las opresiones aquí y ahora.

Más información sobre la acción y el juicio

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