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«La gran novela india»: reseña y fragmentos.

«La gran novela india»: reseña y fragmentos.

«La gran novela india»: reseña y fragmentos.

Una estimulante versión de la India del siglo XX -lo que incluye un balance de la noviolencia-.

La gran novela india / Shashi Tharoor. _ Traducción de José González Ortega _ Madrid, Akal, 2002 (1989)_548 páginas.

’Gran novela india’ es una posible traducción del título de un clásico milenario de la literatura india, ’Mahabharata’: pero en el libro que aquí se comenta, lo que se traduce es ’The Great Indian Novel’, título que a su vez sí que se refiere al ’Mahabharata’. En efecto, "La gran novela india’ es una novela actual que cuenta e interpreta la historia de la India en el siglo XX mediante una parodia del ’Mahabharata’.

En la novela tienen cabida todos los hechos y personajes públicos más relevantes de la India del siglo XX, aunque en formas deformadas; y la deformación procede muchas veces de hacer corresponder su nombre a personajes del Mahabharata. El resultado es que Gandhi es Gangaji, Nehru es Dhritarasthra, Indira Gandhi es Priya Duryodhani, Cachemira es Manimir, Bangla Desh es Galbe Desh, la huelga de la sal es la huelga del mango, etc.

Pero el cambio más importante no afecta a las trayectorias públicas, sino a las vidas privadas de quienes protagonizan esas trayectorias; al referirse a éstas, las presenta como parte de una saga familiar de tono legendario. De este modo, la novela se refiere a la historia y, a la vez, a una reiteración de la historia legendaria del Mahabharata que coincide con la historia de la India del siglo XX.

Caben dos razones para escribir una novela sobre semejantes premisas. La primera, que el autor simplemente pretendía escribir una divulgación de la historia de la India del siglo XX, pero como le quedó muy clara y legible -de modo que la historia de la India prácticamente entra por los ojos- le faltaba un ingrediente de oscuridad que hiciese de ella una obra literaria respetable, no apta para todos los públicos. Por tanto, combinar la historia con una trama legendaria puede oscurecer a la primera y hacerla aceptable para el consumidor de literatura culta, habituado a «familias raras» desde Cien años de soledad.

Otra interpretación es que la dimensión legendaria, como contexto y contraste de la histórica -vinculando las peripecias públicas con una densa historia de maternidades comunes, rupturas de barreras entre castas y culturas, silencios y desahogos que crecen y se expanden hasta dar forma al destino de un continente, sueños que equiparan a los personajes con dioses y semidioses-, es lo que permite exponer con elegancia y elocuencia literaria el significado más importante de los acontecimientos públicos. La simple exposición de estos no bastaría para estimular su valoración; si el lector solo toma en cuenta lo prosaico, puede ver en las decisiones de los personajes algo puramente arbitrario, independiente de su responsabilidad y de sus arquetipos morales, y sumirse ante ellos en la misma indeferencia que, a juicio del autor, se sumió el país bajo las medidas autoritarias de Indira Gandhi: .

“Me hallaba en plena ebullición sobre el estado de la política india, pensando que lo que se había perdido no merecía la pena conservarse: que la democracia india se había atrofiado tanto y la gente se había alejado tanto de ella que el estado de sitio de Priya Duryodhani realmente no merecía ninguna condena (es un caso típico de la superioridad de la conciencia sobre la razón: si no te remuerde la conciencia, no hay razón para preocuparse). Entonces, de pronto, Arjuna habló en un tono de convicción mucho mayor de lo que lo había hecho a lo largo de los nueve meses de mandato absoluto de una mujer -Tienes que estar equivocado, Vviyi (dijo con infinita tristeza). Tienes que estar equivocado o el mundo entero ya no tendrá ningún sentido”.

Una trasposición mítica puede ofrecer una referencia más precisa para ubicar pudorosamente las motivaciones de los promotores de catástrofes colectivas, para representar una explicación del origen de los distintos «dioses del fuego» y de por qué aplazan el cumplimiento de sus promesas de pagar a sus colaboradores con el poder de crear.

Aunque el lector familiarizado con una trama tan popular en India como es la del Mahabharata sería el más adecuado para decidir entre estas razones o formular la correcta, yo, visto lo que me ha aportado la lectura, me quedo con la segunda. Si la intención del autor era, sin embargo, la primera, ha fracasado: el libro sigue siendo claro, ágil y entretenido, y sus glosas explícitamente políticas y sociológicas (bien engranadas con los componentes míticos) son sintéticas y pertinentes a la hora de iluminar lo que ha sido de la India al finalizar el siglo XX -con la excepción de una a mi modo de ver excesivamente victimista interpretación de los conflictos entre China e India-.

Entre los recursos literarios que enriquecen esas glosas no hay que contar únicamente la contextualización mítica: uno de los mayores méritos de la obra es la capacidad de mantener el equilibrio entre lo violento y lo humorístico en muchos pasajes. Así ocurre en unos de los capítulos que más me gustan, los dedicados al líder de los patriotas indios que intentó durante la segunda guerra mundial una alianza con los nazis para intentar expulsar a los ingleses -juzgo, naturalmente, por la traducción castellana; por cierto, que llevarla a cabo ha tenido que ser una empresa titánica-. En la combinación de humor y dolor la novela no tiene nada que envidiar a los grandes clásicos del humor flemático inglés, como Evelyn Waugh. En efecto, afronta con una flema que se suele llamar británica situaciones de lo más trágico; y ello mismo es una buena ironía flemática, pues se trata de una novela que no tiene demasiadas contemplaciones a la hora de relatar la inhumanidad de la colonización británica.

En el momento en que la novela se escribe -aunque en castellano se editó en 2003, el copyright es de 1989, lo que nos indica que todavía existían pequeñeces como la URSS-, no hay un balance muy positivo de lo que supuso para la India no sólo la colonización británica, sino todo lo que se puede llamar las políticas de progreso posteriores a la descolonización.

“Para la mayoría de los extranjeros que no saben nada de la India, el único libro indio del que sí saben algo es el Kama Sutra. Es posible que el Kama Sutra sea el único libro indio que han leído más extranjeros que indios. Sin embargo, en su mayor parte es un tratado de buenas maneras sociales en el antiguo cortejo indio, y los que crean que su autor era una especie de pornógrafo del siglo IV tienen que sentirse profundamente decepcionados al encontrarse frente a un cuidadoso catálogo de actos amatorios... Pero, ¡qué distinta es la precisión del Kama Sutra respecto del puritanismo de la India contemporánea! Nunca deja de asombrarme que una civilización tan capaz de experimentar el candor sexual se encuentre sumida en la ignorancia, la superstición y la lascivia que caracterizan las actitudes sexuales indias de hoy. Tal vez el problema sea que el refinado tipo de cortesía de alcoba del Kama Sutra no puede llegar muy lejos en un país con tantas mujeres y tan pocas alcobas.

... Fuera lo que fuese lo que nuestros antepasados esperaban de la India, no era esto. No era una tierra en la que el dharma y el deber han acabado por no significar nada; donde la religión es una excusa para el conflicto en lugar de un código de conducta; donde la devoción, en lugar de ser señal de sabiduría, lo es de una atroz falta de imaginación. No era una tierra en la que se quemase a las novias en cocinas empapadas de queroseno por no haber traído suficiente dote consigo; donde la integridad y el amor propio están a la venta al mejor postor; donde se saca a los hombres de los autobuses y se les masacra por la longitud de un mechón de cabello o por la falta del prepucio”.

Situación tan degradada no puede atribuirse a falta de esfuerzo inversor por parte de las elites. La escasez de techos para al población, la miseria que la atenaza, no tiene su origen en que los líderes de la india descolonizada no hayan apostado por el así llamado y así entendido “desarrollo”.

“En Delhi, el ciego Dhritarasthra [Nehru, años 50/60] gobernaba con su hija a su lado, y lo que prometió a la nación no fue el gas y el agua caliente de sus fabianos predecesores, sino el humo y el vapor de la moderna revolución industrial que sus antepasados le habían negado al país.

... Así surgían fábricas de entre el fango y los tejados de paja de las casas de nuestra gente; se erigían gigantescas chimeneas junto a las brasas de carbón de nuestras cocinas al aire libre y enormes diques sobre los pozos a los que acudían nuestras mujeres a llenar sus vasijas de barro.

... La India estaba muy encaminada a convertirse en la séptima potencia industrial del mundo, signifique eso lo que signifique, mientras el 80% de sus gentes continuaban careciendo de electricidad y de agua potable.

... Las instituciones de estudios superiores, las facultades de tecnología o de administración de empresas, brotaban como hongos en los húmedos y oscuros bosques de nuestra ignorancia.

... Los ingleses habían desatendido la educación rural en sus esfuerzos por crear una reducida clase culta de empleados que hiciesen rodar las ruedas de su burocracia, así que nosotros también desatendimos lo rural en nuestros esfuerzos por ampliar aquella clase culta para sus nuevos puestos en los estratos más altos. Al poco tiempo teníamos la mayor reserva de mano de obra científicamente cualificada del mundo, junto con la mayor represa de parados con estudios.

... Nuestras escuelas de medicina producían los médicos más dotados de los hospitales londinenses, mientras que zonas enteras se dolían por falta de aspirinas.

... Nuestras instituciones tecnológicas gozaban de amplios subsidios sacados de nuestras rentas públicas destinadas a producir, cual salchichas, diplomados brillantes para los laboratorios de investigación americanos, mientras que nuestras demacradas mujeres acarreaban sobre la cabeza cestos llenos de piedras a los emplazamientos de los nuevos centros tecnológicos en construcción.

... Cuando nuestras universidades acabaron por hacerse “conscientes de lo rural” y comenzaron a ofrecer especialidades en métodos agrícolas modernos, sus diplomados habrían de decir un rápido adiós a los yermos y ganar enormes salarios haciendo florecer los desiertos árabes”.

En este contexto, no es de extrañar que uno de los personajes se lance en los años 60, 20 años después de la independencia, a discursos como éste:

“Escuchamos un montón de palabrería socialista venida de Nueva Delhi. El gobierno nos dice que está reservando las alturas prominentes de la economía para el sector público, para la gente. ¿Y cuáles son esas alturas prominentes? Hierro y acero para construir grandes barcos en los que ninguno de nosotros navegará jamás. Energía, para alumbrar las casas de los ricos que tienen electricidad. Banca y finanzas, para aquellos que tienen dinero que invertir (ecos de respuesta de la multitud). ¿Pero qué pasa con el suelo, la tierra, el terreno que cada uno de vosotros y cuatro quintas partes de vuestros compatriotas cultiváis para alimentaros a vosotros mismos, a vuestras familias y a los señores de las cartillas de racionamiento de las ciudades? En Delhi nadie habla de la tierra (gritos de rabia). Mientras burócratas y ministros se quedan en sus alturas prominentes, el campesino común de la India es obligado a hollar las severas profundidades del hambre y la ruina. A ellos sí que no les importa la despiadada explotación a manos de los terratenientes de los pueblos, porque están demasiado ocupados en las ciudades. Ocupados venerando lo que nuestro primer ministro llamó los nuevos templos de la India moderna... : las flamantes nuevas fábricas que su gobierno ha erigido. ¿Por qué “nuevos templos”? Porque Dhritarasthra espera que nuestra gente abandone sus antiguos templos, sus templos de verdad, para rezar en los altares de su nueva maquinaria (gritos de indignación). Sé que encontraréis esto difícil de creer, pero es lo que nuestro primer ministro quiere... Así que os digo que ya es hora de que nos olvidemos de los nuevos templos y que dediquemos cierto tiempo a pensar en la gente que va a los antiguos (¡eso, eso!): ¡vosotros! (Gran ovación)... ¡El campesino honesto debe ser recompensado por el sudor de su frente! ¡La tierra para el que la trabaje! ¡Abajo la explotación de los terratenientes! ¡Viva el humilde agricultor indio!”

Así que la novela habla de mucha gente que sabía a quien atribuir la causa de la escasez de espacios para cultivar la sensibilidad. Pero aunque la novela comparte la letra de este discurso, también es testimonio de que ponerle música para que la gente lo baile no es cosa fácil, o no la ha sido en la historia de la India; y por eso, para elevarse a una comprensión superior de lo que pasó, debe anclarse en claves míticas procedentes de la tradición. Paradoja aparente que no lo resulta tanto si tenemos en cuenta lo que cabe esperar de la visión de los países civilizados:

“Me llevó algún tiempo darme cuenta de esto, pero los indios como yo estábamos cambiando nuestras brahmínicas opiniones al tiempo que los medios de comunicación occidentales, y específicamente los americanos, comenzaban a cambiar la suya... precisamente en la dirección opuesta. Cuando estábamos dispuestos a darle al gobierno que había dictado el estado de sitio el beneficio de la duda, los analistas americanos no tenían duda alguna: condenaban la abolición de los derechos constitucionales, la detención de adversarios, el final de la libertad de prensa... Pero a medida que se iban acostumbrando al régimen (de Indira Gandhi), empezaban a verle ventajas: disciplina industrial, mayores posibilidades para comerciar con EE.UU., acción decisiva en la cuestión demográfica, acabar con la lentitud embrutecedora que había supuesto el estado blando en que se había convertido la India en desarrollo. Y a medida que los adversarios encarcelados eran liberados, la prensa consintió en censurarse a sí misma y la Constitución se reconcilió con la nueva situación, los periodistas americanos acabaron viendo la India como algo no diferente de otros regímenes autocráticos no comunistas sobre los que habían informado sin indignarse... ésta era una punzante lección sobre las limitaciones de un corresponsal extranjero neutral y objetivo.

No, Draupadi era india; era nuestra y tenia que llevar sari. No podíamos llevarla a concursos de belleza universal para que la juzgasen como a sus hermanas occidentales... Si hubiese sido como las otras, si hubiese llevado las faldas, los vestidos, o incluso los pantalones de las mujeres democráticas occidentales, podría haber sido mucho más fácil de desnudar [que como lo fue bajo el estado de sitio]”.

Todas las citas hechas hasta el momento se refieren a períodos históricos posteriores a las campañas de noviolencia encabezadas por Gandhi, a la independencia de la India y a la muerte del Mahatma. En realidad, que tan desalentador panorama se refiera a los años inmediatamente posteriores al éxito inmediato de las campañas noviolentas -la independencia- podría sugerir un juicio poco favorable sobre la fertilidad de los planteamientos de Gandhi.

La historia de Gandhi-Gangaji ocupa aproximadamente un tercio de la novela. Aunque después queda mucha lectura de interés, y ese tercio de páginas debe valorarse en el conjunto de la novela, no cabe duda que proporcionan un atractivo adicional a la novela, de cara a las personas interesadas en la noviolencia.

Los éxitos durante la campaña noviolenta por la independencia se narran con simpatía y convicción, y esos relatos pueden usarse como presentaciones didácticas de la noviolencia. Pero también es interesante la interpretación que se hace de la decadencia de la influencia política de Gandhi y, a través de las lentes míticas, de su decadencia personal como puritano carismático.

Cito para terminar dos de los párrafos dedicados a Gandhi y la concepción noviolenta de la emancipación; no los más significativos, pero si dos que pueden dar que motivos para cavilar. El primero puede dar pistas de cuáles son las razones del aparente fracaso de dicha concepción de cara a determinar el destino de la India -y quizás, burla burlando, dar pistas de cuáles son las raíces que llevan a que destacados promotores oficiales de la noviolencia vean que la solución al conflicto árabe-israelí es, ni más ni menos, la formación de dos Estados-.

"-Caballeros -anunció el vizconde Drewpad-, os he traído aquí para deciros que el gobierno de su majestad (en otras palabras yo) ya he tenido suficiente.

Miró alrededor de la mesa a los representantes de los tres partidos con los que los ingleses habían decidido negociar; los Karauva (Partido del Congreso), los sijs y el grupo musulmán. Todos miramos al virrey pero ninguno habló: con un hombre tan superficial y tan altanero, ni siquiera Karna, del partido musulmán, sabía qué decir.

-... sucesivas misiones ministeriales han presentado una serie de planes para todos vosotros relativos a una posible transferencia de poder del dominio británico al autogobierno indio ... Todos y cada uno de ellos han tropezado con la oposición de alguno de vosotros - Para evitar ofender a nadie con sus palabras, fijó su vista en el representante de los sijs, que, de hecho, habían dado alegremente su aprobación a todas y cada una de las variantes... Pero podría haber mirado a Karna, porque nosotros (los Karauva) nos habíamos intentado acomodar a él en todo lo que habíamos podido, y él siempre encontró obstáculos... Todos los planes habían naufragado en las rocas de la intransigencia de Karna...

En cierto momento, Gangaji [es decir, Gandhi]-que ya no se presentaba en estas negociaciones, aduciendo que prefería darnos orientación moral desde fuera- sugirió que como pago por mantener la India unida, simplemente deberíamos ofrecer a Mohammed Ali Karna el mandado de toda la India... pero esta vez fue Dhiritarashtra [Nehru] el que se negó a aceptar la sugerencia.

... El plazo [para optar por una fórmula] era imposible. “Abandonadnos”, había escrito Gangaji... “Abandonadnos a Dios o a la anarquía”. Había sonado bien en aquel momento. Pero ahora cuando los ingleses parecía que iban a hacer precisamente eso, se nos encogió el estomago.

Los del Comité de Trabajo Karauva nos reunimos a los pies del mahaguru [Mahatma] al día siguiente. Era uno de sus días de silencio, lo que significó que escucharía sabiamente lo que le dijésemos y luego garabatearía unas palabras en el reverso de un sobre que Sarah-behn nos leería en voz alta.

- Vaya manera de presidir una reunión -me musitó Rafi en un aparte mientras nos sentábamos con las piernas cruzadas en el suelo-, especialmente la más importante de nuestras vidas.

Por supuesto, Gangaji no estaba en absoluto presidiéndola; Rafi era el presidente del partido. Y sin embargo, todos sabían cuál era la opinión que más contaba en nuestros cónclaves.

...-Estamos en un aprieto -dijo Rafi-. Todo lo que Karna y sus cohortes tienen que hacer es seguir reclamando obstinadamente un estado aparte (de musulmanes). Habiendo proclamado los ingleses su marcha para una fecha determinada, sabe que tarde o temprano tendremos que ceder.

A Rafi le costó decir algo así porque, como Karauva musulmán, estaba entre los más firmes opositores del partido a la demanda del Karnistán (Pakistán). La creación de un estado musulmán independiente, después de todo, le dejaría a él y a sus correligionarios del bando karauva aislados a ambos lados de la línea divisoria.

Siguió un barullo de observaciones que a grandes rasgos tendían a dar la razón al presidente. Gangaji levantó la mano. Permanecimos en silencio mientras dibujaba unas palabras en un trozo de papel con su punzante caligrafía.

- No debéis ceder nunca -leyó Sarah-behn- a la demanda de desmembrar el país.

- Gangaji, sabemos como te sientes -dijo Dhiritarashtra-. Hemos luchado a tu lado por la libertad todos estos años. Nos hemos imbuido de tus principios y convicciones. Nos has conducido al borde de la victoria -hizo una pausa y su voz se tornó más suave-. Pero ahora ha llegado el momento de que apliquemos nuestros principios a la cruda realidad. Rafi tiene razón: Karna y sus amigos se cerrarán en banda. Separación o caos, dirán: y el año pasado nos demostraron que pueden sembrar el caos. ¿Hasta qué punto van a empeorar las cosas cuando se vayan las fuerzas inglesas? ¿No sería mejor aceptar por adelantado una -las palabras se me clavan en la garganta, Gangaji- partición civilizada, que resistir y arriesgarse a destrozarlo todo?

El Mahaguru ya había comenzado a escribir antes de que Dhiritarashtra terminara de hablar.

«Si aceptáis romper el país, romperéis mi corazón»-escribió.

- Se romperán muchos corazones, Gangaji -dijo tristemente el elegido como su sucesor-. Incluidos el mío y todos los nuestros. Pero puede que no tengamos elección.

- Entonces tengo que dejaros ahora -leyó Sarah-behn con voz trémula-. No puedo tomar parte en tal decisión. Que Dios os bendiga, hijos mios.

El mahaguru esperó hasta que se leyó la última palabra y asintió. Su marcada nuez se movía como si intentase tragar algo dolorosamente. Se levantó con lentitud y, apoyando una mano en el hombro de Sarah-behn, salió de la habitación renqueando. Nadie dijo nada y nadie intentó detenerle.

Su partida, como todos preveíamos, hizo el resto de la reunión mucho más fácil. Se expresaban recelos en todos los frentes pero habíamos luchado demasiado tiempo por la libertad como para renunciar a ella ahora que estaba al alcance de nuestra mano. Era mejor darle a Karna lo que pedía y construir la India de nuestros sueños en paz y libertad sin él.

Aquella tarde, el comité de trabajo del partido aceptó unánimemente la partición del país. Era la primera vez que íbamos en contra del deseo expreso de Gangaji. Su era había acabado”.

Si no fue así, bien pudo serlo. No es de extrañar que un Gandhi considere una futilidad el ser vencido o anexionado políticamente -en vista a objetivos superiores de combatir la escisión étnica- y un Dhiritarashtra-Nehru, el promotor de la política de desarrollo expuesta en las citas anteriores a ésta, lo considere lo único a evitar. Dhiritarashtra podría decir, parafraseando a Fernando Vallejo: «el fin de la era de Gangaji es su deshonra y mi obra». En todas las tendencias del activismo, la amenaza más importante a su salud proviene de quienes confunden la salud del movimiento con la salud de una organización, y la salud con el culturismo, la exhibición de músculo con objetivo incierto. Pero en la noviolencia, tales cánceres no sólo desvían energías de destinos más valiosos, sino que anulan la misma motivación de la campaña y suplantan al que debería ser el sujeto de la misma, sirven para no afrontar el hecho de que quizás no existe tal sujeto: queda, como en la historia de la India que nos cuenta «La gran novela», actividad sin sentido y sin sujeto -pero capaz (cuando se tienen recursos y jurisdicción, como en el caso de la India) de distraer de tal condición mediante el alboroto y las cifras «positivas» del desarrollo industrial, y a quién sabe qué en otros casos-.

Naturalmente, también puede quedar algunas mascaradas -y, burla burlando, «revoluciones noviolentas en Europa del Este»-:

"En ningún sitio ha tenido el ayuno el efecto que ha tenido en la India. Solo los indios podían concebir un método de negociación política basado en la amenaza de perjudicarse uno mismo en lugar del oponente. Inevitablemente, claro está, como paso con otras grandes innovaciones de nuestro país, también del ayuno se ha abusado de manera vergonzosa. El ayuno como arma sólo es efectivo cuando el destinatario de nuestra acción da más valor a tu vida que a sus propias convicciones -o cree al menos que la sociedad piensa globalmente de esa manera-. Por lo tanto, se acomodaba perfectamente a un líder nacional honesto y noviolento como Gangaji. Pero en manos de simples mortales con muchas menos pretensiones sobre el elevado terreno de la moral y sin especial constancia en la entrega a sus principios, el ayuno no es más que otra forma de chantaje, de la que se ha abusado en nuestra tierra dominada por la agitación.

No obstante podría haber sido peor. Si más políticos tuvieran el valor de ayunar frente a lo que vieran como transcendentalmente injusto, los gobiernos indios podrían haberse encontrado incapaces de gobernar. Pero hay demasiados aspirantes al ayuno que proclaman su abnegación y después se retiran furtivamente a comer tras las cortinas, lo que hace que sus demandas sean fáciles de resistir, pues no hay probabilidades de que se cause ningún daño real.

Pero eso no es lo peor. Para Gangaji, que arriesgo su vida por un 27,5 % de aumento salarial, no podía haber legado más lamentable que el hecho de que los ayunos hayan sufrido en la India el destino último de verse reducidos a mero acto simbólico. ¿Qué puede haber más absurdo que el ayuno por relevos, ampliamente practicado por nuestros actuales políticos, en el que distintas personas se turnan para dejar de hacer alguna comida en público? En el momento en que ninguno de ellos ayuna hasta el punto de crearse problemas a sí mismo o a otros, la idea original de Gangaji pierde todo su sentido. Todo lo que nos dejan es el drama político sin el sacrificio, y, ¿no es eso una metáfora de la actual política india?".

Lo cierto es que con esos mimbres poco puede hacerse por aplacar a los dioses de fuego.


El autor de la novela, Shashi Tharoor, nació en 1956. Creció entre Bombay y Calcuta y trabajó para ACNUR. Es autor además de una novela satírica sobre la industria cinematográfica india -buen entrenamiento para el humor flemático-, publicada en castellano por Tusquets,y de un libro sobre política exterior que cabe suponer de un gran interés.

  • 22 de septiembre de 2006 21:23, por Crates queascoazul

    Según la prensa, Shashi Tharoor, el autor de la novela arriba reseñada, es uno de los candidatos a la sucesión de Kofi Annan en frente de la ONU.

    Alguien pensará que el autor de la reseña conocía esa circunstancia y se dedica a la propaganda de Tharoor, con la esperanza de que en el momento de su triunfo el político-escritor conceda sinecuras a sus propagandistas tempranos.

    Para mostrar que no es así, voy a ampliar aquí el que considero es uno de los principales borrones de su «Gran novela india»: el tratamiento victimista -por parte
    india- de los conflictos entre China e India.

    No sólo victimista. Juzgando por la traducción, la novela presenta a los políticos chinos bajo un prisma grotesco, caricaturesco; y las razones que les imputa no son propias de seres humanos, sino razones grotescamente agresivas, caricaturescamente agresivas. Contrastan con la candidez que, en estos asuntos, imputa Taaror a
    los políticos indios. No es sólo que se trate de un escenario poco respetuoso con los chinos; es que un caso de libro de los procedimientos habituales de la
    propaganda de guerra. Y para un pleito en el que, por lo que sé, y por lo que cuenta Taaror más adelante que eran capaces de hacer los políticos indios, los chinos tenían más razones de las que les atribuye el autor.

    En fin, juzgue la persona que lea por esta selección:

    "... las caras anti-imperialistas de la tiranía más poblada del mundo (sic), la República Popular de Chakra (China en la nominación fantástica de la novela), fruncían el ceño mientras contemplaban el orgullo desmedido de sus vecinos del Sur -’Se les han subido los humos’, dijo el presidente (Mao), y una docena de inescrutables caras asintieron tan vigorosamente como se lo permitían sus casacas reglamentarias... Los chákaros... podrían haber intentado llegar a un entendimiento con la India
    (a propósito de las fronteras heredadas de la colonización) a través de negociaciones amistosas basadas en la buena voluntad y el realismo mutuo... prefirieron un método que... nos diera una buena zurra, nos bajara los humos, y nos pusiera en nuestro sitio... Nuestros soldados, con sus mal arropadas y desprovistas espaldas
    vueltas, calentándose las manos -no hay guantes- frente a hornillos domésticos en los helados pasos montañosos, mientras el ministro de Defensa hace piruetas en el gran teatro del mundo con la máscara de conquistador contumaz, y el presidente de India hace discursos visionarios sobre la hermandad de indios y chákaros.. y las
    masas de millones de soldados del Ejército Popular de Liberación de Chakra entrecierran sus ojos ictéricos ante la vista de unas armas cuyos brillantes cañones apuntan a Nueva Delhi" (379/382).

    Vale que no es Tharoor el que habla, sino el narrador de la novela. Pero es la única vez que el narrador en cuestión desciende a lenguaje tan primario.

    En fin, esperemos que el paso de los años desde que se escribió la novela y la responsabilidad del cargo, si lo consigue, hagan que tanta animosidad se retire al fuero interno de Tharoor, y deje espacio para la capacidad de matiz que demuestra en otras páginas -entre otras cosas porque en China no deben estar para bromas-. Esperar que se aplique alguno de los consejos que da en la novela y que se citan en la reseña quizás sería una crueldad hacia alguien que ha «madurado».

    Esta evolución de la carrera de Tharoor da una nueva dimensión a la novela, y quizás a la posición de candidato a secretario de la ONU. Ojala, en caso de que llegue al cargo, no insista en mantener los ojos abiertos.

    (¿Y si recordar esto desde las páginas de Insumissia hace imposible la elección? Ay, Ganesha).

    • 11 de marzo de 2009 23:28, por lolasreserto

      La historia de Gandhi-Gangaji ocupa aproximadamente un tercio de la novela. Aunque después queda mucha lectura de interés, y ese tercio de páginas debe valorarse en el conjunto de la novela, no cabe duda que proporcionan un atractivo adicional a la novela, de cara a las personas interesadas en la noviolencia.

      Los éxitos durante la campaña noviolenta por la independencia se narran con simpatía y convicción, y esos relatos pueden usarse como presentaciones didácticas de la noviolencia. Pero también es interesante la interpretación que se hace de la decadencia de la influencia política de Gandhi y, a través de las lentes míticas, de su decadencia personal como puritano carismático.

      Cito para terminar dos de los párrafos dedicados a Gandhi y la concepción noviolenta de la emancipación; no los más significativos, pero si dos que pueden dar que motivos para cavilar. El primero puede dar pistas de cuáles son las razones del aparente fracaso de dicha concepción de cara a determinar el destino de la India -y quizás, burla burlando, dar pistas de cuáles son las raíces que llevan a que destacados promotores oficiales de la noviolencia vean que la solución al conflicto árabe-israelí es, ni más ni menos, la formación de dos Estados-.

      "-Caballeros -anunció el vizconde Drewpad-, os he traído aquí para deciros que el gobierno de su majestad (en otras palabras yo) ya he tenido suficiente.

      Miró alrededor de la mesa a los representantes de los tres partidos con los que los ingleses habían decidido negociar; los Karauva (Partido del Congreso), los sijs y el grupo musulmán. Todos miramos al virrey pero ninguno habló: con un hombre tan superficial y tan altanero, ni siquiera Karna, del partido musulmán, sabía qué decir.

      - ... sucesivas misiones ministeriales han presentado una serie de planes para todos vosotros relativos a una posible transferencia de poder del dominio británico al autogobierno indio ... Todos y cada uno de ellos han tropezado con la oposición de alguno de vosotros - Para evitar ofender a nadie con sus palabras, fijó su vista en el representante de los sijs, que, de hecho, habían dado alegremente su aprobación a todas y cada una de las variantes... Pero podría haber mirado a Karna, porque nosotros (los Karauva) nos habíamos intentado acomodar a él en todo lo que habíamos podido, y él siempre encontró obstáculos... Todos los planes habían naufragado en las rocas de la intransigencia de Karna...

      En cierto momento, Gangaji [es decir, Gandhi]-que ya no se presentaba en estas negociaciones, aduciendo que prefería darnos orientación moral desde fuera- sugirió que como pago por mantener la India unida, simplemente deberíamos ofrecer a Mohammed Ali Karna el mandado de toda la India... pero esta vez fue Dhiritarashtra [Nehru] el que se negó a aceptar la sugerencia.

      ... El plazo [para optar por una fórmula] era imposible. “Abandonadnos”, había escrito Gangaji... “Abandonadnos a Dios o a la anarquía”. Había sonado bien en aquel momento. Pero ahora cuando los ingleses parecía que iban a hacer precisamente eso, se nos encogió el estomago.

      Los del Comité de Trabajo Karauva nos reunimos a los pies del mahaguru [Mahatma] al día siguiente. Era uno de sus días de silencio, lo que significó que escucharía sabiamente lo que le dijésemos y luego garabatearía unas palabras en el reverso de un sobre que Sarah-behn nos leería en voz alta.

      - Vaya manera de presidir una reunión -me musitó Rafi en un aparte mientras nos sentábamos con las piernas cruzadas en el suelo-, especialmente la más importante de nuestras vidas.

      Por supuesto, Gangaji no estaba en absoluto presidiéndola; Rafi era el presidente del partido. Y sin embargo, todos sabían cuál era la opinión que más contaba en nuestros cónclaves.

      ...-Estamos en un aprieto -dijo Rafi-. Todo lo que Karna y sus cohortes tienen que hacer es seguir reclamando obstinadamente un estado aparte (de musulmanes). Habiendo proclamado los ingleses su marcha para una fecha determinada, sabe que tarde o temprano tendremos que ceder.

      A Rafi le costó decir algo así porque, como Karauva musulmán, estaba entre los más firmes opositores del partido a la demanda del Karnistán (Pakistán). La creación de un estado musulmán independiente, después de todo, le dejaría a él y a sus correligionarios del bando karauva aislados a ambos lados de la línea divisoria.

      Siguió un barullo de observaciones que a grandes rasgos tendían a dar la razón al presidente. Gangaji levantó la mano. Permanecimos en silencio mientras dibujaba unas palabras en un trozo de papel con su punzante caligrafía.

      - No debéis ceder nunca -leyó Sarah-behn- a la demanda de desmembrar el país.

      - Gangaji, sabemos como te sientes -dijo Dhiritarashtra-. Hemos luchado a tu lado por la libertad todos estos años. Nos hemos imbuido de tus principios y convicciones. Nos has conducido al borde de la victoria -hizo una pausa y su voz se tornó más suave-. Pero ahora ha llegado el momento de que apliquemos nuestros principios a la cruda realidad. Rafi tiene razón: Karna y sus amigos se cerrarán en banda. Separación o caos, dirán: y el año pasado nos demostraron que pueden sembrar el caos. ¿Hasta qué punto van a empeorar las cosas cuando se vayan las fuerzas inglesas? ¿No sería mejor aceptar por adelantado una -las palabras se me clavan en la garganta, Gangaji- partición civilizada, que resistir y arriesgarse a destrozarlo todo?

      El Mahaguru ya había comenzado a escribir antes de que Dhiritarashtra terminara de hablar.

      «Si aceptáis romper el país, romperéis mi corazón»-escribió.

      - Se romperán muchos corazones, Gangaji -dijo tristemente el elegido como su sucesor-. Incluidos el mío y todos los nuestros. Pero puede que no tengamos elección.

      - Entonces tengo que dejaros ahora -leyó Sarah-behn con voz trémula-. No puedo tomar parte en tal decisión. Que Dios os bendiga, hijos mios.

      El mahaguru esperó hasta que se leyó la última palabra y asintió. Su marcada nuez se movía como si intentase tragar algo dolorosamente. Se levantó con lentitud y, apoyando una mano en el hombro de Sarah-behn, salió de la habitación renqueando. Nadie dijo nada y nadie intentó detenerle.

      Su partida, como todos preveíamos, hizo el resto de la reunión mucho más fácil. Se expresaban recelos en todos los frentes pero habíamos luchado demasiado tiempo por la libertad como para renunciar a ella ahora que estaba al alcance de nuestra mano. Era mejor darle a Karna lo que pedía y construir la India de nuestros sueños en paz y libertad sin él.

      Aquella tarde, el comité de trabajo del partido aceptó unánimemente la partición del país. Era la primera vez que íbamos en contra del deseo expreso de Gangaji. Su era había acabado”.

      Si no fue así, bien pudo serlo. No es de extrañar que un Gandhi considere una futilidad el ser vencido o anexionado políticamente -en vista a objetivos superiores de combatir la escisión étnica- y un Dhiritarashtra-Nehru, el promotor de la política de desarrollo expuesta en las citas anteriores a ésta, lo considere lo único a evitar. Dhiritarashtra podría decir, parafraseando a Fernando Vallejo: «el fin de la era de Gangaji es su deshonra y mi obra». En todas las tendencias del activismo, la amenaza más importante a su salud proviene de quienes confunden la salud del movimiento con la salud de una organización, y la salud con el culturismo, la exhibición de músculo con objetivo incierto. Pero en la noviolencia, tales cánceres no sólo desvían energías de destinos más valiosos, sino que anulan la misma motivación de la campaña y suplantan al que debería ser el sujeto de la misma, sirven para no afrontar el hecho de que quizás no existe tal sujeto: queda, como en la historia de la India que nos cuenta «La gran novela», actividad sin sentido y sin sujeto -pero capaz (cuando se tienen recursos y jurisdicción, como en el caso de la India) de distraer de tal condición mediante el alboroto y las cifras «positivas» del desarrollo industrial, y a quién sabe qué en otros casos-.

      Naturalmente, también puede quedar algunas mascaradas -y, burla burlando, «revoluciones noviolentas en Europa del Este»-:

      "En ningún sitio ha tenido el ayuno el efecto que ha tenido en la India. Solo los indios podían concebir un método de negociación política basado en la amenaza de perjudicarse uno mismo en lugar del oponente. Inevitablemente, claro está, como paso con otras grandes innovaciones de nuestro país, también del ayuno se ha abusado de manera vergonzosa. El ayuno como arma sólo es efectivo cuando el destinatario de nuestra acción da más valor a tu vida que a sus propias convicciones -o cree al menos que la sociedad piensa globalmente de esa manera-. Por lo tanto, se acomodaba perfectamente a un líder nacional honesto y noviolento como Gangaji. Pero en manos de simples mortales con muchas menos pretensiones sobre el elevado terreno de la moral y sin especial constancia en la entrega a sus principios, el ayuno no es más que otra forma de chantaje, de la que se ha abusado en nuestra tierra dominada por la agitación.

      No obstante podría haber sido peor. Si más políticos tuvieran el valor de ayunar frente a lo que vieran como transcendentalmente injusto, los gobiernos indios podrían haberse encontrado incapaces de gobernar. Pero hay demasiados aspirantes al ayuno que proclaman su abnegación y después se retiran furtivamente a comer tras las cortinas, lo que hace que sus demandas sean fáciles de resistir, pues no hay probabilidades de que se cause ningún daño real.

      Pero eso no es lo peor. Para Gangaji, que arriesgo su vida por un 27,5 % de aumento salarial, no podía haber legado más lamentable que el hecho de que los ayunos hayan sufrido en la India el destino último de verse reducidos a mero acto simbólico. ¿Qué puede haber más absurdo que el ayuno por relevos, ampliamente practicado por nuestros actuales políticos, en el que distintas personas se turnan para dejar de hacer alguna comida en público? En el momento en que ninguno de ellos ayuna hasta el punto de crearse problemas a sí mismo o a otros, la idea original de Gangaji pierde todo su sentido. Todo lo que nos dejan es el drama político sin el sacrificio, y, ¿no es eso una metáfora de la actual política india?".

      Lo cierto es que con esos mimbres poco puede hacerse por aplacar a los dioses de fuego.

      El autor de la novela, Shashi Tharoor, nació en 1956. Creció entre Bombay y Calcuta y trabajó para ACNUR. Es autor además de una novela satírica sobre la industria cinematográfica india -buen entrenamiento para el humor flemático-, publicada en castellano por Tusquets,y de un libro sobre política exterior que cabe suponer de un gran interés.

      Ver en línea : ijiojolopkñ

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