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Endika Zulueta, en El Salto.

Estamos en guerra, pero yo no soy su soldado

Estamos en guerra, pero yo no soy su soldado

Desde la declaración del estado de alarma no dejan de suceder acontecimientos que animan a la reflexión, empezando por la utilización del miedo como método de amordazamiento hasta el análisis de nuestro propio comportamiento personal y colectivo. Pero hay algo que llama poderosamente la atención: las ruedas de prensa que, diariamente, ofrece el llamado Equipo técnico del comité de gestión de la crisis del Gobierno.

Endika Zulueta

La puesta en escena es brutal: un médico, Fernando Simón, rodeado —con apariencia de secuestrado— de un general del ejército —al que el médico le da la palabra el primero—, un alto mando de la guardia civil (otro militar), y otro alto mando de la policía nacional, junto a una sola mujer —María José Rayo, a la que le dan la palabra la última para hablar de los transportes—. Tampoco es gratuita. Tras una breve e insulsa —se intuye que muy a su pesar— intervención del médico, llegan los que parecen formar el núcleo duro del equipo. Y así todos los días de esta crisis/guerra.

El pasado viernes 20 de marzo, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, general del aire Miguel Ángel Villarroya, comenzó su intervención —no improvisada, previamente escrita— diciendo crípticamente, mientras tuteaba a los televidentes, que “hoy es viernes en el calendario, pero en estos tiempos de guerra, o crisis, como queráis llamarlo, todos los días son lunes”. En su discurso declara que estamos en guerra y formamos parte del ejército bélico, “en esta guerra irregular y rara que nos ha tocado luchar, todos somos soldados”, y se muestra positivo con que la sociedad vaya acogiendo valores que entiende que son patrimonio del mundo militar. Aplaude la “disciplina” que estamos mostrando, “todos comportándose como soldados en este difícil momento”, afirma que “el espíritu de servicio no es exclusivo de los militares”, animando a que les copiemos, y “que todos nos comportemos como soldados”.

Informa, con la finalidad de ¿tranquilizarnos?, que el ejército continúa su despliegue por todo el territorio español. Nos cuenta que ayer en un pueblo de Zaragoza aplaudieron al ejército desde los balcones y sugiere que “ese es el espíritu que hay que demostrar”. Es de esperar que mañana se congratule de que, por fin, la sociedad española asuma también como propio el concepto, igualmente militar, de obediencia ciega. El médico dice “muchas gracias (mi) general”, y continúa dando la palabra al resto de uniformados.

Más inquietante si cabe fue la intervención del mando policial, José Ángel González al comenzarla afirmando que “la normalidad sigue siendo absoluta”. Ahora resulta que el estado de alarma ya es la situación normal. La excepción convertida en norma. Afirma que hay una “tendencia alcista” en número de personas detenidas, y avisa que, “en los incumplimientos, tolerancia cero” (¿incumplimientos de qué órdenes?, debemos recordar que por incumplir las normas previstas en el estado de alarma se prevén multas, no detenciones).

El teniente general de la Benemérita, Laurentino Ceña, tranquiliza a la población comunicando que desde un helicóptero se ha observado una fiesta “en un lugar inhóspito con difícil visión”, y que, en colaboración con otras fuerzas policiales han conseguido paralizarla y multar a sus intervinientes —realmente 4 personas en un hotel en Leganés— demostrando que “tienen vigilancia por mar, tierra y aire” —el Rey emérito debió llevarse los 100 millones a través de un agüero cósmico hacia otra dimensión—. Después nos cuenta que, durante el estado de alarma, la delincuencia se ha reducido en más de un 50% (entonces, ¿cómo se explica la “tendencia al alza” de las detenciones?).

La sra. Rayo, teóricamente personal civil, finaliza su intervención de forma sorprendente (no perdamos la capacidad de sorpresa) nuevamente con lenguaje militar, avisando que “es importante mantener esta guerra” y se permite “parafrasear a mi compañero, General Villarroya en sus tres cualidades del mundo militar que podemos aplicar en esta época que son ”la disciplina, el espíritu de servicio y la moral de victoria” —¿volverá otra vez el franquista desfile de la Victoria?—, mientras ambos sonríen con adolescente complicidad.

El médico finalmente comparte una intimidad: que él es “un tipo muy afectuoso”, pero que ahora, al llegar a su casa no tiene oportunidad de contacto “porque llega rendido” (que el médico hable de rendición en este contexto de lenguaje bélico quizá cobre todo el sentido después de escuchar a sus “compañeros”).

Hace ya unos años me declaré insumiso a la realización del servicio militar, entre otros motivos, porque consideraba que el ejército utilizaba a los jóvenes que se veían obligados a compartir un año de su vida en dicha institución, para trasladar a la sociedad civil sus principios rectores: disciplina, espíritu de servicio… obediencia ciega, y luchaba (y lucho) por una sociedad en la que podamos relacionarnos a través de otros valores: confianza, solidaridad, empatía, apoyo mutuo, reflexión colectiva…

Siempre pensé que solo tras un golpe de Estado podría ver un militar en TV arengando a la sociedad en defensa de sus valores, nunca imaginé verlo en un estado formalmente democrático, y teóricamente gestionado por una coalición de izquierdas.

No pretendo llegar a conclusión alguna con esto, pero sé que nada es neutro, y menos ahora que vuelven los tiempos de venta de (nuestra) libertad a cambio de (supuesta) seguridad. Son muchos datos, en muy poco tiempo, y procedentes de muchas fuentes.

Pero sí sé un par de cosas: que debemos cuidar nuestra salud individual y colectiva, con la misma intensidad que debemos defender los derechos fundamentales, entre ellos la dignidad; que el miedo y la rapidez de los acontecimientos no nos debe hacer olvidar que tenemos que pensar, de sentipensar y de reflexionar sobre lo que está sucediendo, porque eso es lo que nos ayudará a crecer; y que no debe haber pandemia alguna que nos haga perder nuestra conciencia crítica. Al contrario, estoy convencido que nos va a hacer mucho más fuertes.

Ah, por cierto, general, no se confunda: ni yo ni creo que muchas personas vayamos a ser nunca sus soldados: debe saber que, por supuesto que nos quedamos en casa, pero no por espíritu militar, ni por disciplina, ni por obediencia ciega (pues sepa que somos gente que piensa); lo hacemos por solidaridad, por el cuidado personal y colectivo, porque de ésta, o salimos juntxs o no salimos, y, por supuesto, por la defensa de la sanidad pública; y, en ese contexto, general, nuestra guerra no tiene nada que ver con la suya.

Desde el aislamiento físico, pero no emocional. Endika Zulueta San Sebastián, abogado. 20 de marzo de 2020.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/coron...

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