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20 años después, el «error» de no apoyar la deserción en los Balcanes continúa siendo ocultado

Deserción en la guerra de Bosnia: la vía abandonada

Deserción en la guerra de Bosnia: la vía abandonada

Coincidiendo con el aniversario del ataque por parte de francotiradores sobre una manifestación pacífica de habitantes de Sarajevo y el posterior asedio de extremistas serbios a la ciudad, que ha sido considerado como el hito que marca el inicio de una de las recientes guerras balcánicas [1]
, volvemos hoy una vez más la vista sobre una de las escasísimas alusiones en los «medios de formación de masas» a lo que podría haber sido una política europea alternativa a la que se practicó en su momento en Bosnia: dejadez absoluta y bombardeos finales (incluyendo objetivos civiles, puentes y edificios públicos, como el de una emisora de televisión, en medio de núcleos urbanos) bajo el «paraguas» de la OTAN. Se trataba, por el contrario, de la propuesta de acogida e impulso de la deserción de los Balcanes que difundió por el continente la organización Foro Cívico Europeo con una recogida masiva de firmas y que fué presentada al parlamento europeo previamente por el grupo parlamentario verde.

Gracias a esa iniciativa se hizo evidente que si la pasividad demostrada durante tanto tiempo por Europa se hubiese sustituido por una política activa de impulso y acogida de la deserción, hubiera sido también posible que la mayoría de los frentes de guerra (si no todos) se hubieran desactivado. Varios analistas aseguraban (poco antes incluso de los bombardeos de la OTAN que precedieron a los denominados «Acuerdos de paz de Dayton»), que, en algunas zonas específicas, de hecho, eso era ya así, dado el alto nivel de deserción -o no incorporación a filas- que se había se había producido en ellas a lo largo de los dos primeros años de guerra (donde, por ejemplo, millares de desertores serbios que abandonaban el frente en masa, se reunían delante del equivalente a sus diputaciones provinciales exigiendo su desmovilización, para posteriormente, al no poder conseguirlo, pasar a la clandestinidad o el exilio, en los casos más afortunados) y, luego, durante el resto del conflicto bélico.

De haber hecho algo los gobiernos europeos en esa dirección, ese fenómeno, que se estuvo produciendo en todo ese tiempo de forma constante y más o menos subterránea, hubiera aflorado aún con más fuerza y hubiese dado un importante giro al escenario de la guerra, acortando sensiblemente su duración.

Y es que la resolución institucional de impulso a la deserción a la que nos referimos fue sorprendentemente aprobada por el parlamento europeo pero entonces los gobiernos actuaron como de costumbre, cuando les interesa: dejándola morir en un cajon de las cancillerías. Algunos, como el holandés, que más tarde se cubriría de «gloria» consintiendo sus fuerzas armadas, bajo pabellón de la ONU, la masacre de Srebenica, incluso fueron más allá y llegaron a iniciar deportaciones de desertores balcánicos a sus lugares de origen con la criminal complicidad silenciosa de sus socios comunitarios.

A la noticia de la aprobación de esas medidas a favor de la deserción en el parlamento europeo, las redacciones de los «mass media» no le dedicaron ni una línea en la mayoría de los rotativos europeos, por lo que este tipo de iniciativas permanecieron (y permanecen) ocultas a la mayoría de la opinión pública. Por poner sólo un ejemplo, el diario español «EL PAIS» no hizo en ningún momento referencia a esta situación, y tuvo que ser una columnista, periodista y escritora (Rosa Montero, que luego ha tenido una curiosa evolución ideológica) la que se hiciera eco a título individual en un artículo que reproducimos más abajo, para evindenciar el desequilibrado panorama mediático con el que solemos encontranos cuando se «informa» sobre la guerra.

Su director, tan amigo del gobierno socialista de turno, debía estar mucho más interesado en publicar fotos de las tanquetas blancas paseando fuerzas armadas de diversos paises europeos, mientras organizaban algo así como desfiles propagandísticos por la zona, en un contexto de falta de objetivos de la Alianza Atlántica tras el derrumbe de la Unión Soviética. Y es que la excusa de Bin Laden y del terrorismo internacional, que luego sería tan profusamente aprovechada por dirigentes como George W. Bush o Jose María Aznar, aún no había hecho acto de presencia.

Luego vendría la explosión en el mercado de Sarajevo que colmó el vaso de la paciencia de la opinión pública: bombardearemos ahora nosotros, concluyó entonces la OTAN, ante esa misma opinión pública exasperada por la absoluta inacción. Había que contener de alguna forma el descrédito de occidente y aprovechar para seguir pregonando supuestas «soluciones» militares. La intervención militar, sin embargo, dió argumentos a los genocidas, que se presentaron ante su población como víctimas de una conspiración mundial contra «la gran Serbia» lo que ha servido a las opciones de corte fascista para salvaguardar su apoyo electoral a ambos lados de la actual frontera serbo-bosnia, lo que permanece como un peligroso componente de inestabilidad en la zona.

Pero, en todo caso, lo cierto es que continúa ausente de la tribuna pública europea el debate en profundidad sobre los diferentes niveles de responsabilidades en aquella guerra.

Artículo relacionado:

«Spot Bosnia»(I): Un mando militar español reconoce que se suministraba parte de la ayuda humanitaria a los genocidas


TRIBUNA:

El desertor heroico

ROSA MONTERO

EL PAÍS - Sociedad - 06-07-1994

Dice la escritora Agatha Christie en su interesante autobiografía que la guerra es algo obsoleto que ha dejado de ser útil para el ser humano. Que hubo un tiempo más elemental en el que pudo jugar un papel importante en la supervivencia de los pueblos, pero que ahora ya no nos sirve para nada; ahora, explica atinadamente, las guerras las pierden tanto los vencedores como los vencidos.Sin duda es cierto que en esta sociedad de comunicaciones instantáneas la guerra ha perdido su disfraz épico, su camuflaje heroico. Antes las miserias indecibles de la contienda quedaban sepultadas en la concienca de los supervivientes; hoy nos vienen servidas en la primera página de los periódicos. No hay redoble de tambor capaz de acallar los llantos que nos llegan a través de las televisiones. La guerra es algo sucio, indigno y repugnante. La carnicería de la ex Yugoslavia, por ejemplo, es una escuela pública de los horrores bélicos. No es de extranar que aumente en todo el mundo occidental la conciencia pacifista. Y que en España haya una catarata de objetores y un frente de insumisos. Tengo el optimismo de pensar que ellos son la avanzadilla de la sociedad futura; que la conciencia social está cambiando y que cada día es más difícil de vender el engaño guerrero. Los, ejércitos del próximo futuro deberían ser sólo fuerzas de pacificación, cascos azules.

Pero las viejas rutinas mentales, sin embargo, siguen aún gobernándonos la vida. Por eso la palabra desertor continúa teniendo unas connotaciones peyorativas: un desertor es un cobarde, un irresponsable, un tipo insolidario. Y, sin embargo, ¡cuánto valor y cuánta entereza moral han tenido que tener los más de 300.000 desertores, hombres y mujeres, que han abandonado los tres ejércitos de la ex Yugoslavia desde el comienzo de la guerra. Verán, allí la movilización es forzosa para todos los hombres entre los 16 y los 65 años, y hay batallones de mujeres de menos de 45. A todos nosotros, pues, o casi todos, de ser bosnios, o serbios, o croatas, se nos habría puesto un fusil en las manos y se nos habría ordenado matar, violar, degollar, quemar. Muchos lo hacen y lo hicieron; pero más de 300.000 personas se negaron.Les han perseguido como a perros rabiosos, han confiscado los bienes de sus familias. Alcanzaron, después de penosas peripecias, los países limítrofes. Pero la Europa comunitaria, que tanto dice preocuparse por las matanzas de la ex Yugoslavia, no concede estatuto de refugiado a los desertores, los trata como a criminales, los deporta. Debe de ser el peso de la rutina, la influencia tradicional de los ejércitos. Tal vez teman reconocer que, a menudo, la deserción es la única postura honorable. Que el héroe de las guerras modernas no es el militar, sino el que huye.

En el pasado mes de octubre, el Parlamento Europeo emitió una resolución pidiendo a los países miembros que concedieran un estatuto jurídico a los desertores de la antigua Yugoslavia; pero han pasado los meses y no se ha hecho nada. Ahora, una serie de organizaciones internacionales han comenzado una campaña para recoger un millón de firmas en toda Europa en apoyo de esta medida. En España hay que conseguir 100.000 antes de finales del verano; para participar se puede llamar a la Asociación Pro Derechos Humanos de Madrid (teléfono 91 / 402 23 12, fax 91 / 402 94 99). También se necesita dinero: 100 pesetas por firma, por lo menos, que pueden depositarse en la cuenta 6000 525-080 de Caja Madrid, Sucursal 1728. No es pedir demasiado en apoyo de un gesto que nos engrandece a los humanos y que consiste en negarse a obedecer una orden abyecta.


[1Recordemos alguna de las cifras básicas de 43 meses de guerra en Bosnia:

1.800.000 personas huyeron de sus casas (casi la mitad de la población). En España, por poner sólo un ejemplo, el gobierno de Felipe González aseguró que solo podría acoger en torno a 2.000 refugiad@s. Y así fue. Mientras, comprometía una inversión de miles de millones de las antiguas pesetas en el futuro avión de combate y ataque europeo, que hubiese permitido sostener a más de 90.000 refugiad@s durante...¡más de una década!: ver Las mentiras de la «generosa acogida de España» a la población bosnia.

102.000 personas, en su mayoría civiles, murieron.

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