Criticar a la izquierda desde la izquierda - Tortuga
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Criticar a la izquierda desde la izquierda

Viernes.3 de abril de 2020 573 visitas Sin comentarios
Pablo San José Alonso, Tortuga. #TITRE

Hubo un tiempo, tampoco demasiado lejano, en el que sentirse y definirse como "de izquierda" reflejaba con nitidez que alguien era anticapitalista. Más que eso: simpatizante de luchas obreras radicales del pasado y el presente, de revoluciones, partidario de propuestas teóricas de sociedades libres e igualitarias. Llegar a afirmar en público que se era "de izquierda", según dónde y cuándo se dijera, no dejaba de conllevar ciertos riesgos ya que, de oficio, se presuponía al perfil izquierdista una posición de resistencia, rebeldía y desafío ante todo tipo de poderes acaparadores y autoritarios; fuesen éstos patrones, fuesen alcaldes, fuesen policías.

A una persona "de izquierda", además de compartir la sensibilidad descrita, también se le suponía una cierta dosis de pensamiento crítico y una apuesta por la racionalidad a la hora de interpretar la realidad. No en balde era "la izquierda" la heredera última del análisis marxista e, incluso, yendo más lejos, del espíritu reformador de la Ilustración.

Hoy, lo que se entiende como "izquierda", creo que puede decirse sin gran margen de error, es poco más que una pálida sombra de aquellas formas de entender la realidad, así como de aproximarse a las relaciones sociales, políticas y económicas. No se juzga incompatibilidad entre ser "de izquierda" y, poniendo algunos ejemplos elocuentes, prosperar como empresario, pertenecer a cuerpos policiales y militares o conducir un coche de 40.000 euros. Basta con simpatizar con ciertos partidos políticos que, en la arena mediática de la contienda electoral, han logrado acaparar la etiqueta. Así, hoy, lo que se comprende como "la izquierda" se define en torno a esas formaciones partidistas y a su universo de votantes y simpatizantes.

Por tal razón, creo que también puede afirmarse legítimamente, asistimos en estos tiempos al triunfo del proyecto político del Estado liberal y del sistema económico capitalista, cuyas instituciones y desarrollos concretos, más allá de matices menores, existen hoy sin contestación.

¿Toda "la izquierda" ha sucumbido, pues, en Occidente a la tentación de la sociedad capitalista de bienestar y consumo? ¿Toda? No. Como en el cómic de Astérix, quedan mujeres y hombres que no han perdido su sensibilidad "revolucionaria" anticapitalista y/o antiautoritaria y no se reconocen en "esta" izquierda. Individuos concretos que, por encontrarse en una insignificante marginalidad numérica, no gozan de visibilidad. Pero que estar, están. Y en ese "estar" no pueden menos que contemplar con mirada pesimista la realidad que les rodea, y con cierto estupor a quienes, proclamándose herederos de las tradiciones revolucionarias de la clase obrera, son hoy ciudadanos acríticos con lo fundamental de la realidad en que viven, apenas o nada diferenciables, en la práctica, del resto de sus conciudadanos.

Sin embargo, las personas "de izquierda", muy a desmano ya de cualquier "utopía" revolucionaria, cualquiera de las cuales se juzga hoy tan imposible (quizá tampoco deseable) que no merece la más mínima consideración, se autoperciben a gran distancia ideológica de quienes, más o menos, se suelen identificar con la etiqueta "derecha". Seguramente porque, de hecho, existe una confrontación, una pugna. Y, aunque, reducido al absurdo aquel espectro de pensamiento y acción política de carácter radical, hoy el partido se disputa solo en medio campo y la portería a defender ha sido trasladada a lo que antes venía a ser el círculo central del terreno de juego (crece alta la grama en la mitad abandonada, donde parece que ya nadie entrena y juega), no deja de haber equipos contrarios que se siguen esforzando en meter goles en la meta ajena; de ahí la percepción de la diferencia.

Enfrascados en su eterna confrontación contra "la derecha", abanderando (según su propio discurso) la defensa de las libertades, de las conquistas sociales, de los servicios "públicos", de la memoria de la clase trabajadora..., sorprende a los "izquierdistas" ser cuestionados desde su propia izquierda por aquellos nostálgicos de las revoluciones perdidas. Como si de una puñalada por la espalda se tratara, asestada por "compañeros" a quienes se supone y ubica en la misma trinchera, escuece cada crítica recibida —a las incongruencias de los gobernantes "de izquierda", a ciertos personajes referentes...— y cada disenso práctico, especialmente el desmarque a la hora de ir a votar (aunque sea "con la nariz tapada") "a los nuestros", "para que no gane la derecha".

Tales disonancias, por lo común, no suelen dar pie a procesos de reflexión, ni apenas al debate: No hacen mella. Más bien provocan la instalación de cordones sanitarios ante los críticos: "Esa posición no tiene lógica, es absurda, es incomprensible. Sabe dios qué cable o tornillo ha salido de su quicio. No perdamos el tiempo con esto ni nos atormentemos innecesariamente. Obviemos (o desautoricemos) al mensajero: muerto el perro, se acabó la rabia". Ad hominem, se llama el recurso.

Pero ocurre que no es tan fácil. Esas críticas desde la izquierda no siempre son tan ilógicas y absurdas como, tal vez, se presume y desea. Con frecuencia apelan a pensamientos y valores que las personas que son sus destinatarias compartían, de hecho, en un pasado no tan lejano. Ante dicha contingencia el diccionario provee de una palabra que puede usarse con fines defensivos: "purista". El, o la, purista es eso, un iluminado, alguien que, fruto de la neurosis, el trauma, el fanatismo o el inmovilismo patológico, no ha logrado realizar la evolución vital e ideológica natural y adaptativa a (o acomodaticia con) la realidad, que los demás compañeros de viaje sí han cumplido. Se aplica el calificativo como si la propia pureza, la aspiración a la integridad (la integralidad), la coherencia y a la autenticidad, en sí y en caso de suceder, fuese un desmérito, algo de lo que avergonzarse. Como si en el mundo de los tuertos quien conservase ambos ojos, por inadaptado, no mereciera vivir. Agravado ello por la constatación de que la pureza dista no poco de ser un estado objetivo, que pudiera estar al alcance de alguien en materia de ideas llevadas a la práctica.

Hay otra palabra. Cuando esa persona crítica con la izquierda desde la izquierda no se limita a mostrar una opinión individual, sino que participa de algún grupo o pequeña organización de afines, entonces, además de purista, es "sectaria". Porque sucede que en "la izquierda", a pesar de que cada día se hace buena la caricatura de "La vida de Brian", en cuanto a capillas y facciones, en teoría, en teoría digo, la "unidad", o su escenificación, frente a "la derecha", es obligatoria. Y dicha unidad hoy pasa por cerrar filas en torno a los personajes señalados como referentes mediáticos; sean tertulianos y periodistas, sean ex-políticos jubilados, sean ministras.

Me parece inútil recordar que "izquierda", propiamente dicha, era Durruti, o Quico Sabaté, o Víctor Jara. Son otros tiempos y, ahora, al parecer, no es momento de utopías, sino de posibilidades tangibles. Dado que "la gente" no está por apoyar apuestas radicales y, ni mucho menos, ensoñaciones revolucionarias, para que, en todo caso, no se queden como oveja sin pastor (o para que los pastores no se queden sin ovejas), es preciso generar referentes "posibles", capaces de crear "mayorías de gobierno" que puedan aplicar las políticas de la izquierda. Políticas que, como es sabido, añado con la intención que ustedes deben adivinar, jamás pecan de ser autoritarias, militaristas o discrecionales. En permanente conflicto con el poder capitalista o, al menos, neoliberal, nunca adquieren la mancha de la corrupción, ni se pliegan a instituciones supranacionales, potencias extranjeras, bancos, conglomerados armamentísticos o patronales diversas. Persiguen la tortura y el abuso policial y garantizan la exquisita tutela de cualquier derecho. Es decir, cuando los y las "representantes" de la izquierda ocupan los escaños del parlamento y las carteras ministeriales, nada malo debemos temer, y todo izquierdista que se precie ha de ayudar con sus palabras, o al menos con su silencio, a que dichos gobernantes no sufran la erosión de la oposición conservadora.

Por suerte o por desgracia, como decía arriba, no toda la izquierda, al menos por ahora, suscribe la apuesta de la institucionalidad y el posibilismo, y aún quedan irreductibles que sueñan con un mundo radicalmente distinto. En homenaje a ellas y ellos, luego de prometer que un próximo artículo mío versará sobre "criticar a quienes critican a la izquierda desde la izquierda", les dejo con esta disonante canción de Lluis Llach y con la traducción libre al castellano que, ya puestos, hago y coloco más abajo.

No empobrezcas el sueño

No empobrezcas el sueño,
nada más que eso tengo que decirte, si quieres.
No empobrezcas el sueño,
que es como la estrella que hay al final del camino.
Si es necesario, replantearemos todos los datos
de un presente tan difícil y árido,
pero no empobrezcas tu sueño nunca más.

Que nos han fijado un precio para poder vivir
y vivir, a veces, tiene el precio de decir ¡basta!
Basta de renuncias mediocres
que no nos permiten estar en la historia de pie.

Si es preciso, conviviremos con la miseria,
pero debe ser sin engaño, dignamente.
Basta de amenazas innobles
con el hambre y el tronar de los cañones.

No empobrezcas el sueño,
tu estrella, que está al final del camino,
no empobrezcas el sueño
o acabarás por malbaratarte a ti mismo.


Pablo San José Alonso es autor del ensayo "El ladrillo de cristal. Estudio crítico de la sociedad occidental y de los esfuerzos para transformarla"


Ver también en Tortuga:

Criticar a quienes critican a la izquierda (desde la izquierda)

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