Debate abierto en La Haine: «Los límites de la contrainformación y la comunicación de masas»
Ekintza Zuzena
UN ACERCAMIENTO
Ante la apropiación del lenguaje por parte del poder no resulta sencilla la designación de un término que resulte totalmente satisfactorio a la hora de nombrar esa otra realidad que se construye al margen y/o en contra de los medios de comunicación de masas. El término más extendido es el de “contrainformación”.
Este es, sin embargo, un término contradictorio y ambiguo. En cierto modo, se podría decir que quienes “contrainforman” son los medios de comunicación de
masas y que los medios alternativos tratan, en la medida de sus posibilidades,
de socializar una auténtica información. También podría verse la
contrainformación como una especie de espejo de la “información”, algo que se
configura casi simétricamente (a la contra) frente a los medios de comunicación
de masas, sin ofrecer realmente una alternativa que los trascienda. En tercer
lugar, la contrainformación se puede entender como la elaboración de un discurso
comunicativo distinto y/o opuesto al oficial (entendiendo por oficial al que se
genera desde las estructuras de poder, tanto políticas como económicas), que
puede servir herramienta de formación, reflexión, movilización y enriquecimiento
personal y colectivo. En este sentido, y aunque mantengamos el término
“contrainformación” dada su amplia difusión, quizás sería más correcto hablar de
“comunicación transformadora”, definida como la interacción libre, igualitaria y
dinámica entre quienes participan en un proceso de cambio social.
La contrainformación, entendida de un modo abiertamente político (radical y
global), asume una serie de características:
Afán transformador de la ideas y de la vida (sentido global de transformación
social).
- Naturaleza autogestionada.
- Independencia o no dependencia política o económica.
- Carácter no comercial y no remunerado (intento de superar la alienación del
trabajo asalariado).
Este es el perfil tipo de lo que se conoce popularmente como “Fanzines” (es
decir, aquellas publicaciones autoproducidas, que abarcan temas políticos,
musicales, literarios, etc.) y de las denominadas “Radios Libres”, sin obviar la
omnipresente influencia de internet.
Si atendemos únicamente al mensaje vehiculado (esto es, a la elaboración o
difusión de mensajes distintos y opuestos a los oficiales) la contrainformación
se convierte en algo más extensivo e incluyente, puesto que asume en mayor o
menor agrado lo que, en el primer caso, podrían considerarse como
contradicciones estructurales (ej. Trabajo asalariado, difusión comercial,
profesionalización,...) Así, se configuraría un abanico social -asociado en buena
medida a lo que denominamos como “izquierda”- que abarcaría revistas, radios
libres o comunitarias, publicaciones barriales y de grupos sociales, ciertas
televisiones locales, determinada prensa de partido,...Los análisis de esta
artículo irán dedicados principalmente al primer modelo.
UNA REALIDAD CONTRADICTORIA
Si analizamos el panorama actual de la contrainformación debemos tener en
cuenta, en primer lugar, que cualquier acercamiento a su realidad no puede
obviar el impacto que internet ha tenido en el medio. De hecho, se puede decir
que hoy en día la contrainformación halla en internet su espacio de mayor
presencia y de desarrollo constante. Frente a esta expansión del campo de las
nuevas tecnologías se observa una profunda crisis de lo que ha sido el modelo
clásico. Si tomamos como el ejemplo de la prensa escrita “generalista” (el
modelo de revista o fanzine pluritemático), observamos un estancamiento o
incluso desaparición de la mayoría de las expresiones, con la pervivencia de un
escaso y aislado número de referentes, dedicado, en buena medida, a la crítica
ideológica y sin una conexión clara con un movimiento social por otro lado
también en profunda crisis. A la par, se ha desarrollado considerablemente una
forma de edición más concreta y localizada, en base a textos breves y revistas o
folletos temáticos, que, en algunos casos, han caído en la dinámica de la falta
de criterio (editando textos de forma incoherente y acrítica) o de la moda (hoy
Situacionismo, mañana Insurreccionalismo, pasado mañana Primitivismo,...). Un
problema importante ha sido la falta de profundización sobre nuevos
planteamientos y formas de entender la contrainformación o sobre cómo debería
ser la comunicación social como elemento de lucha. Buena parte del espacio del
debate se lo ha comido internet y los temas relacionados con su expansión (ej.
software libre). Ha sido un debate, que ha “naturalizado” el medio técnico desde
el inicio, visto como un lugar de casi infinitas posibilidades para el
desarrollo de la información-comunicación-agitación y del discurso político.
ALGUNAS CRITICAS A LA POLITICA DE INFORMACION DESDE LOS MEDIOS ALTERNATIVOS Y DE
IZQUIERDA
No cabe duda de que la información es hoy en día uno de los pilares de la
sociedad y también uno de los polos principales de crecimiento y acumulación
capitalista. Desde una perspectiva de lucha por el cambio social debería ser
prioritaria la comprensión e interpretación de todos estos procesos, lo cual
implica necesariamente un cuestionamiento de muchos esquemas y ideológicos y de
funcionamiento. Mientras el capitalismo, a pesar de sus contradicciones, es
capaz de elaborar estrategias a largo plazo y orientar su discurso y su práctica
en función de esos cálculos, no ocurre lo mismo como la denominada oposición. En
este sentido, podemos citar dos significativas tendencias que están presentes en
el discurso de oposición al sistema imperante:
1) El “realismo” activista y posibilista que orienta gran parte de su labor en
la adaptación más o menos crítica a una coyuntura cambiante con una cierta
fascinación por la tecnología y la eficacia cuantitativa.
2) La mirada nostálgica y dogmática hacia el pasado como refugio ante un
presente que se antoja difícil y contradictorio.
La crítica a una política comunicativa de izquierdas atendería igualmente a
otros aspectos presentes en la configuración de los llamados “medios
alternativos”:
1) Se acumula información como se acumula dinero. La incesante generación de
información conduce a menudo a la saturación y a la imposibilidad de
procesamiento y comprensión real de los hechos sociales.
2) Se concibe la información como “producto” o “mercancía”. Se identifica
productivismo con calidad (Más = Mejor), priorizando lo cuantitativo (cantidad
de datos) sobre lo cualitativo (calidad de la comunicación). Es, en definitiva,
una forma de activismo, que, muy a menudo, acaba llevando a la pérdida del
sentido de la propia acción, sumida en la lógica del “hacer por hacer” porque
“hay que hacer algo”. El activismo es hermano de la prisa, de las dinámicas
autoimpuestas en función de una coyuntura siempre cambiante, de un actuar en
función de los ritmos que nos vienen dados, cuando en realidad los tiempos
deberían construirse en función de nuestras necesidades, con otros ritmos y
perspectivas que nos permitan madurar y profundizar temas y enfoques.
3) Se establece un estándar, lo “políticamente correcto” definido en buena
medida por las modas militantes (antiglobalización, exclusión social,
antirracismo,...) y en base a conceptos vagos y ambiguos como “pluralidad”,
“democracia”... En muchas ocasiones estas “modas” son utilizadas como mecanismos
de engrase y reproducción de las burocracias izquierdistas.
4) Se aceptan, en nombre de la “pluralidad”, la “unidad” la difusión de
planteamientos contradictorios e incluso incompatibles entre sí, lo que en
muchas ocasiones, acaba neutralizando un debate profundo y vinculante. En otros
casos, esta “unidad” puede llevar al maquillaje del lenguaje y la política de
negociación de “mínimos” comunes, lo cual supone una rebaja de principios, que
es aprovechada habitualmente por las grupos izquierdistas para tratar de
erigirse “líderes”, “portavoces” o “coordinadores”, siempre con la vista puesta
en la interlocución institucional. En otros casos, este tipo de unidad se
presenta como una estrategia para dotarse de “colchón social” frente a la
represión. Estos planteamientos suponen, en buena medida, la interiorización de
la idea de la democracia, de un respeto y una tolerancia mal entendidos, que se
basa en la idea de que “todas las opiniones son válidas”. La lección democrática
es clara: el poder político se legitima, ya que se presenta como el “término
medio” o la “síntesis” de esa “pluralidad” de opiniones, que en realidad sólo
representan los límites de lo pensable.
5) Propaganda y exaltación acrítica de los débiles (“ejes del bien” frente a
“ejes del mal”). Se asimilan e identifican diferentes luchas sin distinguir sus
peculiaridades y sin hacer crítica de sus problemas y contradicciones. Hay
ejemplos históricos (Nicaragua, El Salvador, etc.) que demuestran cómo el apoyo
acrítico no mejora un proceso revolucionario, que a la larga puede ser víctima
de sus propias mentiras. Eso no quiere decir que los elementos en conflicto se
sitúen en un plano de igualdad, con el consabido “ni... ni...” (ej. “Ni Bush ni
Sadam”; “Ni Bush ni Fidel”), falsas dicotomías que en la práctica favorecen al
más poderoso, ya que no permiten entender las razones de los conflictos ni las
responsabilidades concretas de cada una de las partes. Así, por ejemplo,
respuestas armadas, atentados indiscriminados o autoinmolaciones se ven como
“salvajadas” que asustan por incomprensibles para la mentalidad occidental,
aunque se den en contexto en el que sea evidente una situación de injusticia.
Entender qué es lo que lleva a determinadas estrategias o a acciones
desesperadas no significa compartirlas, pero sí puede llevar a poner en
evidencia la enorme brutalidad inserta en las formas de dominio de Occidente. De
otro modo, se acaba cayendo en una legitimación de ese dominio que se ve, en
último extremo, como “el mal menor” frente al fanatismo y el caos que provienen
de “afuera”. También es habitual exaltar determinadas formas de lucha del
llamado “Tercer Mundo” (como la lucha armada) siempre que se realicen a muchos
kilómetros de distancia y que guarden un aura “romántica” (ej. Zapatismo, FARC).
Esta visión “romántica” no impide mantener formas de actuación perfectamente
integradas e incluso reaccionarias en el lugar donde habitualmente se actúa.
6) Imitación o emulación de los modos periodísticos y de las formas de
organización de los medios de comunicación de masas. El pragmatismo siempre
incide sobre la prevalencia de los fines sobre los medios. La lógica es que si
los medios de comunicación de masas realizan determinadas prácticas hay que
hacer lo mismo para poder combatirles. El resultado es la jerarquización, el
afán por el gigantismo, los coqueteos con el sensacionalismo y con el populismo,
el fomento del productivismo, la existencia virtual (como las dinámicas
perversas de grupos que existen porque tienen un liberado que se dedica a mandar
faxes o mensajes electrónicos a los medios de comunicación, o de aquellas
organizaciones cuya actuación se desarrolla únicamente en función del
espectáculo mediático), la profesionalización, etc. Se produce, en definitiva,
una escisión ética entre lo que se dice y los modos y comportamientos
organizativos y militantes.
7) Alternancia de simplificación y elitismo y oscuridad conceptual y de
lenguaje. Parece de sentido común que, cuanto más claro sea un discurso, más
accesible será para un mayor número de personas. También es conocida la
dificultad de usar el lenguaje de forma sencilla y profunda. Entre el lenguaje
de las consignas y el opaco de los iniciados se desarrolla una difícil tensión,
puesto que, de una u otra forma, informarse y comunicarse exigen un esfuerzo
individual y colectivo, una lucha contra la pereza mental y contra nuestras
propias limitaciones, una voluntad de saber y de cambio personal que no se
reduce a una simple acumulación de contenidos más o menos comprensibles.
8) Cibermilitancia. En un mundo que se percibe cada vez más complejo, hay una
evidente fascinación por las nuevas tecnologías informáticas e internet y un
marcado optimismo (o fatalismo) respecto a su utilización como campo de batalla
comunicativo. Se acaba identificando internet y contrainformación, relegando
progresivamente otras formas y soportes. Se sigue manteniendo el discurso que
habla de la neutralidad de los medios técnicos o cuando menos de la posibilidad
de su “utilización” en función de nuestros intereses. Parece olvidarse una
cuestión basica y es la de que cada sociedad crea su propia tecnología y en una
sociedad dominadora la tecnología es también, por extensión, dominadora. La
tecnología, por tanto, nos “domina” y hay que reconocer que somos siervos,
víctimas y cómplices de esa dominación. Somos lo que negamos y a diario estamos
más o menos obligados a hacer y a participar en muchos terrenos contradictorios.
Por tener coche, trabajo, estar pegados a la pantalla del ordenador u disponer
otras “comodidades” no debemos necesariamente legitimarlos y naturalizarlos. Si
no hay capacidad de pensar más allá de nuestros condicionamientos es difícil
plantear ideas y prácticas que se salgan del marco que nos imponen (y nos
autoimponemos). ¿Estamos más cerca del cambio social ahora que hace cien años?
¿El continuo desarrollo tecnológico hace más efectivas las luchas? ¿Qué
implicaciones sociales tienen nuestros métodos de actuación? ¿En qué medida la
colaboración en el propio desarrollo tecnológico, tan presente en las formas de
cibermilitancia, no es funcional al desarrollo capitalista? ¿No se está
produciendo el famoso “efecto autopista”, que acerca lo lejano y aleja lo
cercano? Este no es un debate nuevo (¿no fue la imprenta un instrumento en manos
de los poderosos, que luego se socializó y que hoy nos parece algo
incuestionable? ¿En que medida el tipo de uso define la legitimidad política del
medio?), aunque se ha agudizado con el desarrollo de la sociedad industrial.
Aunque no tenemos respuestas a muchas preguntas, sí hay aspectos preocupantes
que nos alertan sobre nuevas formas de control social y sobre las ilusiones que
se nos crean para hacer más soportable la dominación.
9) Desborde de la edición y desfundamentación del pensamiento. Hoy en día casi
cualquiera en el mundo occidental puede editar un papel o colgar una página en
internet. Se edita porque es posible hacerlo y se consume cultura como una
mercancía más. En muchos casos se trata de un “corta y pega” de contenidos
descontextualizados y fragmentados extraídos de la red, un esfuerzo
voluntarista, acrítico y atomizado. En la mayoría de los casos, esa “explosión”
de ideas no tiene reflejo social, porque esta forma de difusión del pensamiento
se desarrolla, en muchas ocasiones, al margen del debate colectivo, del
contraste con los demás y del juicio de la cotidianidad (inmerso en nuestras
respectivas circunstancias personales y miserias). Tenemos más información que
nunca, estamos rodeados de ideas, pero la realidad nos resulta cada vez más
incomprensible, más ajena a un nosotros alienado. “En nuestra época, de hecho,
sucede que el incremento de dichos medios [tecnológicos] ha coincidido con la
caída en picado de todos los saberes, desde el punto de vista de su apropiación
real, y con el surgimiento de toda una capa social que en sustancia está
despojada de la posibilidad misma de orientarse de forma autónoma en el mundo
del saber. La confianza en el mero crecimiento técnico ha sido una de las causas
del desmoronamiento de la confianza y la autonomía intelectual, y el pensamiento
de los que hoy “piensan” ha perdido la viveza y la capacidad de cuestionamiento
que tenía en otras épocas.” (1). Los efectos de la desfundamentación del
pensamiento son diversos: atrofia ideológica, confusionismo, impotencia,
desesperación, sensación de eterno impasse, falta de referentes, fantasías
ideológicas, esquizofrenia y aislamiento, caída en el victimismo y miedo a la
represión, radicalismo verbal y lenguaje incendiario que a veces parece conducir
al individuo aislado a un enfrentamiento suicida con la megamáquina, o
moderación (discurso responsable y “realista” que se agota en la vía
democrática).
LA CRISIS DE LA COMUNIDAD
Se habla de trabajo en red, de comunidad virtual, de movimientos sociales (o de
movimiento de movimientos), pero la realidad es que nos encontramos ante una
crisis del concepto de comunidad como un conjunto de experiencias cotidianas y
un desarrollo de formas de vida colectivas y diferenciadas vinculadas a un
territorio en el que vivimos. La formas de vida modernas (separación entre
trabajo y residencia, ciudades-dormitorio, extensión de la segunda residencia,
desafección hacia el lugar donde se vive, colonización del tiempo,...), los modos
de consumo y los valores dominantes rompen con la idea de colectividad y tienden
a construir al individuo-masa, hiperadaptado o “domesticado”, aunque indefenso
frente a las nuevas formas de dominio y sólo protagonista de los espacios de
ocio-consumo-movilización que determina el poder.
El “bienestar” que otorga el sistema capitalista en el denominado primer mundo
dificulta seriamente cualquier discurso crítico, porque es percibido como
“abstracto”, indiferenciable o marginal frente a la seducción mediática y la
alienación vital.
La comunidad política -como no podía ser de otro modo- también se ve afectada
por esta crisis general de la comunidad. No sólo se ven afectados los lazos
establecidos por la convivencia en un territorio (barrio, portal, etc.), sino
también los que se definen por afinidad política. La dificultad de comunicación,
entendimiento y cooperación reales (fuera de las formas rituales y de los
tópicos políticos) son evidentes. Más allá de la contaminación de los valores
dominantes (irresponsabilidad, inconsecuencia, desorientación, hedonismo,...) este
cuestión parece revelar que la afinidad no es sólo un problema de voluntad, sino
también de desarrollo de ideas y prácticas transformadoras en espacios comunes
que las permitan. Estos espacios y prácticas se construyen en procesos largos
que, si son horizontales y abiertos, no están exentos de tensiones y
contradicciones, pero que, en último extremo, pueden favorecer los márgenes del
desarrollo personal y colectivo.
Si retornamos al campo de la contrainformación parece difícil imaginar, en pura
teoría, una radio libre que sea un mero emisor de información o música, sin
relación alguna con el entorno al que se dirige. Del mismo modo, un fanzine o
una revista pierden en buena medida su sentido si su edición y difusión no
responden a un esfuerzo colectivo que trasciende al de los militantes del
proyecto. En este caso, la comunidad se define por la ruptura de la
unidireccionalidad (típica de los medios profesionalizados) y por hacer que un
entorno se sienta partícipe (y lo pueda hacer efectivamente) o identificado con
un instrumento comunicativo, que es a la vez herramienta y referente simbólico.
Desde esta perspectiva, no se puede establecer una visión utilitarista de los
espacios y de la gente con la que se establece afinidad. La creación y
desarrollo de canales de venta y de distribución (casa okupadas, espacios
autogestionados, distribuidoras, grupos e individualidades) es fundamental para
la supervivencia de cualquier proyecto comunicativo que rechace los canales
comerciales, pero pierde buena parte de su efectividad (en un sentido
cualitativo) si no se establece una relación dinámica, una “comunión” de
inquietudes, una identificación crítica y una implicación en los problemas
comunes y en espacios que permitan el contacto personal y el libre intercambio
de ideas.
Mucha gente es consciente de la degradación de los modos de vida y de la
frustración que ello genera, pero se muestra desorientada y no ve una manera
satisfactoria de incidir socialmente. Falta de autoestima, de creencia en las
propias posibilidades y esperanza de que ocurra “algo” marcan los tiempos. Lo
que hemos definido como “comunicación transformadora” no es ninguna fórmula
mágica, depende de otros aspectos sociales, como la creación de espacios y
comunidades de lucha, el desarrollo de experiencias de vida alternativas y el
esfuerzo global de regeneración del tejido social y de extensión de formas de
autoorganización. Podemos hablar, sin embargo, de algunos aspectos en los que
este modelo comunicativo puede ser útil en este proceso:
1) Establecer una continuidad, una hilazón en el terreno del pensamiento y un
sentido-coherencia en la visión de la realidad, frente a la asfixia y confusión
que genera el bombardeo de información fragmentada.
2) Clarificar, rompiendo moldes de pensamiento, tabúes o visiones acríticas o
institucionalizadas en diferentes temas (relaciones personales, amor,
comportamientos cotidianos, etc.)
3) Desmitificar ciertos hechos históricos o verdades establecidas (ej.
transición democrática, guerra civil, etc.)
4) Fomentar el intercambio de ideas, fuera de la lógica del dogmatismo, la
competencia entre facciones y el sectarismo.
5) Investigar sobre las formas de intervención social, sobre las luchas
sociales, sobre la propia comunicación o sobre las diferentes formas de
organización antiautoritarias, analizando sus vicios de funcionamientos y las
contradicciones que presentan.
CITAS:
1) “Los hachers y el espíritu parasitario”, Los amigos de Ludd, nº 5, mayo 2003,
pág. 25).
ALGUNOS PLANTEAMIENTOS SOBRE LA CONTRAINFORMACION
1) Los mass media, y en especial la televisión, se venden a sí mismos como
objetivos, como no ideológicos y no selectivos. Los medios de comunicación
alternativos, por su parte, se declaran abiertamente como no objetivos, puesto
que parten de una propuesta de cambio social y la defienden, es decir, no
ocultan sus intenciones y el grado de su fiabilidad viene determinada por otros
valores como la honestidad, la transparencia, la independencia, etc.
2) La Contrainformación no es el eje de lucha más importante, como no lo es el
antimilitarismo, el ecologismo, el sindicalismo o la cuestión nacional. Hay que
entenderla como un instrumento más, como una herramienta que carece de utilidad
y de sentido si no se encuadra dentro de un ideario de cambio social global y
que afecte especialmente a nuestra vida cotidiana. Debe ser, por tanto, un medio
y un fin en sí misma, algo en que sea tan importante lo que se hace como la
manera de hacerlo.
3) La configuración de la personalidad, la mentalidad o la ideología se realizan
de diversas maneras (escuela, familia, grupo, reflexión individual, etc.) y, por
tanto, nos podemos encontrar que un mismo discurso puede ser entendido de
diversas maneras.
4) Contrainformación frente a propaganda. Debe ser un instrumento de
clarificación de hechos e ideas, no elemento de manipulación para vender o
legitimar nuestros planteamientos.
5) La contrainformación no debe ser sólo reflejo de las luchas, “la voz de los
sin voz”, sino interrogación y cuestionamiento a nivel individual y colectivo.
Es necesario evitar los tópicos y la reproducción de mensajes y actitudes sin
que se cuestionen previamente. Los medios de comunicación crean su propia agenda
de temas y todo lo que no entra allí no existe. Sin embargo, desde la crítica a
esa manipulación y/o ocultamiento se acaba muchas veces por caer en la
elaboración de una “agenda alternativa”, igualmente limitada o ceñida a unos
determinados temas o espacios (antes: antimilitarismo, okupación, radios libres,
etc., ahora: globalización, racismo, guerra, etc.).
6) Existen muchas formas de comunicarse y no hay por que establecer
necesariamente jerarquías. Muchas veces es más efectivo el boca a boca que el
bombardeo informativo. (Por ejemplo, durante el Franquismo el estado tenía el
monopolio de los medios de comunicación y sin embargo, sufría una gran
deslegitimación social). En definitiva, cualquier construcción política tiene de
una u otra manera que confrontarse con el “principio de realidad”.
7) Incidir en lo cualitativo frente a lo cuantitativo. No se puede competir con
los medios de comunicación en su propio terreno, es una batalla perdida de
antemano, y aunque no fuera así habría que plantearse cuáles son los métodos y
formas utilizados (¿hay que crear un “El País alternativo”?). Tratar de erigir
grandes referentes puede contribuir al propio espectáculo si no se desarrolla la
necesidad de una verdadera autogestión comunicativa, de que se extiendan
socialmente las formas de expresión autónomas, tanto individuales y colectivas.
8) La formación y desarrollo de un pensamiento crítico es más necesaria que la
mera información. El bombardeo de datos constituye una moderna forma de censura
de los medios de comunicación. No se trata de informar, sino de profundizar en
las causas que generan las injusticias. La gente no necesita que le digan que el
mundo es una mierda -pues es de dominio público- sino de crear herramientas que
permitan transformar la realidad en su globalidad (y complejidad). Una
alternativa de comunicación debe proporcionar una visión coherente y real del
mundo, debe enlazar los datos e interpretarlos con las ideas.
9) La crítica y la transparencia son fundamentales. Hay terror a decir lo que se
piensa por una suerte de control social y de miedo a la ruptura con el grupo, y
en general una debilidad de los planteamientos y convicciones, que se sustentan
en muchos casos en aspectos meramente emotivos, que son fáciles de manipular.
Muchas veces se afirma que no se pueden exteriorizar las críticas porque eso
supone dar armas al enemigo, pero lo que a la postre sucede es que el debate y
la crítica internas no se dan. Luego cuando las cosas van mal o se hunden nos
preguntamos cómo ha podido suceder, no entendemos nada y nos entran la angustia
existencial. Unido a esto se encuentra la cultura del “buen rollito”, que en
muchos casos reducen las luchas políticas a comportamientos de índole familiar y
acrítico y producen una banalización de la lucha política.
10) Parte de la propia vida, no es un hobby. Es necesario un compromiso
consciente (frente al voluntariado profesional o “desideologizado” tipo onG)
con aquello que se dice defender. Es la única manera de tratar de luchar contra
las modas y la cultura de la imagen.
11) No existen fórmulas mágicas. Aunque es un debate contradictorio y matizable
dentro de una escala ética tiene más valor lo que se hace de forma voluntaria, e
independiente de cualquier tipo de servidumbre o dependencia de organizaciones,
movimientos, del trabajo asalariado o de las subvenciones.
12) Problemas (e importantes): endeblez organizativa en aspectos internos y
externos (distribución, coordinación,...), espíritu de gueto, escasez de medios,
voluntarismo irreflexivo, vicios de funcionamiento (delegacionismo, falta de
compromiso, afán de protagonismo, control de información...). Al final el mayor
problema casi siempre la gente y no el dinero.