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El antimilitarismo ante conflictos bélicos mediáticos

Domingo.15 de octubre de 2017 2746 visitas - 1 comentario(s)
Grup Antimilitarista Tortuga #TITRE

Por desgracia en el momento actual no faltan en el planeta escenarios bélicos. Guerras declaradas con gran cantidad de muertos y desplazados y conflictos de baja intensidad en los que también muere gente y los derechos humanos son violados sistemáticamente. Sin hablar de la violencia económica estructural que mantiene a gran parte de la humanidad en condiciones de pobreza y, entre otras terribles consecuencias, es causa directa de enfermedad y mortalidad precoz. Sobre algunas de estas situaciones no nos llegan apenas noticias. Otras en cambio son difundidas por los medios de comunicación con gran intensidad. La guerra de Siria, por ejemplo, ha venido siendo noticia recurrente en los informativos desde hace algún tiempo, mientras que poco se informa sobre guerras, también por ejemplo, como las de Yemen, Mali, Sudán del Sur... o las que han parecido pasar de moda para los medios de comunicación como Afganistán o Libia. Lo mismo sucede con respecto a la crisis social y política de Venezuela, más que divulgada, amplificada, cuando muy cerca, por ejemplo en México, Colombia o Haití, vienen dándose situaciones de violencia incontrolada y violación de los derechos humanos que a simple vista parecen bastante peores.

Detrás de cada una de estas situaciones suele haber una causalidad compleja. Más allá de fracturas sociales internas por cuestiones políticas, étnicas, religiosas etc., no es nada raro comprobar, o cuanto menos intuir, intereses económicos. Que, muy a menudo, no se circunscriben exclusivamente a agentes internos de los estados afectados por el conflicto sino que obedecen a intereses extranjeros. Habitualmente de grandes corporaciones que, mediante el conflicto inducido o alimentado, buscan su propio interés, parapetándose tras las instituciones de los principales estados occidentales (o de las potencias regionales emergentes). Este hecho podría ser el motivo por el que determinados conflictos ocupan las portadas de los medios de comunicación: normalmente aquéllos que se dan en países cuyos gobiernos no están en clara sintonía con los intereses económicos y políticos de las grandes potencias y que se desean desacreditar ante la opinión pública con vistas a su descabalgamiento mediante la oposición interna debidamente apoyada desde el exterior o mediante la intervención militar directa. Recordemos el caso de Saddam Hussein y las famosas armas de destrucción masiva.

Los mass media se encargan de proporcionar a la población occidental una visión, más allá de la crítica que pudiera hacerse sin faltar a la verdad, expresamente demonizadora del gobierno que desean deponer. Ayer Hussein y Gadafi; hoy Asad y Maduro. La violación de los derechos humanos por parte de estos entes y la necesidad de defender a “la población civil” de la tiranía suele ser la principal razón esgrimida. Por otra parte, las fuerzas internas opositoras que navegan en la misma dirección que Occidente reciben el tratamiento contrario: Su metodología de carácter violento -cuando la hay- es debidamente silenciada al tiempo que se loa su acción, y se les presenta como la legítima representación del “pueblo” concernido. La capacidad de estos medios de modelar estados generales de opinión es bien conocida, así que no ha de extrañar que su discurso cale entre la audiencia. La estrategia de inundar sus espacios informativos con el hecho que pretenden difundir, en todos los casos consigue el objetivo de convertir el conflicto en mediático. Así, repetimos, con independencia de que haya en el mundo otros sucesos igual o más de graves, la gran mayoría de la población centrará en éste y no en los otros su atención y su interés. Si hablamos de personas y colectivos organizados que comparten ciertas sensibilidades políticas y humanistas, el conflicto en cuestión podrá llegar a generar fuertes corrientes de empatía y solidaridad dando lugar a diferentes activismos en relación a él. Y, ciertamente, uno de los peligros que se corren, y que en parte nos mueve a hacer esta reflexión, es que, al igual que se acepta el hecho de dar prioridad -emocional, activista...- al conflicto que nos proponen los medios de comunicación de masas, se acepte también la visión polarizada del mismo con la que éstos nos lo presentan. Sea de forma literal, haciendo propia la lectura “oficial” sobre quién es el villano, sea de forma reactiva, dando por sentado que si los medios del “imperio” cuestionan ese gobierno es porque necesariamente es justo y popular.
Si nos ceñimos al activismo pacifista y antimilitarista cabe entender que la apuesta que se le supone es la de comprender la raíz, la génesis del militarismo en el contexto de una sociedad capitalista globalizada y su aplicación a cada caso concreto. Por ello ha de ser naturalmente desconfiado ante los mensajes que proceden de los altavoces del poder, al tiempo que ha de huir de lecturas simplistas, maniqueas de la realidad; las que resuelven todo análisis señalando buenos y malos, víctimas y verdugos. Más si hablamos de realidades distantes en lo geográfico y lo cultural. Orientar la acción política al señalamiento de una parte “culpable” y a la solidaridad simbólica con la otra parte, a la que se etiqueta como popular, resistente, victimizada etc, más allá de la utilidad práctica que puedan tener este tipo de gestos, si es que la tienen, y de la parte de verdad que pueda contener o pueda faltar en el análisis, no parece que cumpla el objetivo de tratar de impulsar el proceso hacia el cese de la violencia y la obtención de la paz negociada más aceptable para todos los sectores sociales en conflicto, finalidad de cualquier movimiento que se quiera etiquetar como “noviolento”.

Cabe entender que el antimilitarismo fundado en los principios de la noviolencia, ante cualquier tipo de situación bélica o conflicto social, incluso mediante la implementación de estrategias de acción directa y desobediencia civil cuando sea necesario y posible, ha de dirigir sus esfuerzos al objetivo de que las partes lleguen a un punto de diálogo igualitario que permita el entendimiento, la resolución y, finalmente, la reconciliación. No al señalamiento de culpables y la exigencia de castigos. No es misión de la noviolencia propiciar procesos de Nuremberg. Demasiados actores políticos hay ya remando en esa dirección. “Ojo por ojo y el mundo quedará ciego”. El camino de la noviolencia es otro. Puede solidarizarse y defender a las víctimas, sean cuales sean, pero no a costa de aportar legitimación a ninguna de las partes para que le sea más fácil imponerse por la fuerza. No conviene perder de vista que en un conflicto bélico -con más razón en los que estamos nombrando, cuya causalidad tiene una gran complejidad- todos los grupos sociales en liza tienen algún deseo, alguna aspiración legítima. La propuesta antimilitarista no puede ser otra que el diálogo, la negociación, la búsqueda de un consenso en el que todas las partes puedan obtener algo de lo que reclaman dando paso a la reconciliación. No el señalamiento y búsqueda de culpables, como decimos. Máxime cuando se hace de forma polarizada apuntando el dedo en una sola dirección. De esta forma, se tenga mucha o poca razón en las acusaciones concretas, más que procurar la paz y la justicia, se favorece la victoria de un bando y la derrota de otro. Y, con casi toda seguridad, el establecimiento de un escenario posbélico en el que los derrotados van a ser sistemáticamente castigados y anulados como facción social y política. La noviolencia, además, jamás debe instrumentalizarse y convertirse en una suerte de “activo” que pretende legitimar mediáticamente los objetivos de una de las partes enfrentadas. Con independencia de que tal facción efectivamente se ciña a medios exclusivamente noviolentos, lo cual pocas veces es el caso, al igual que el fin no justifica al medio, tampoco sucede al contrario: por muy impecable que sea el método empleado, el fin ha de ser igualmente justo y ser capaz de reconocer la dignidad humana y el derecho de la parte contraria. No será la primera vez en la historia que se ha implementado una injusticia sin necesidad de recurrir a la violencia explícita. Ahí está, por ejemplo, Gene Sharp y su “Institución Albert Einstein” productora de estrategia y táctica por medios estrictamente noviolentos a disposición del gobierno estadounidense para desestabilizar y derrocar gobiernos disidentes (1).

Una vez introducidas en la dinámica polarizada expuesta, suele ser habitual la utilización del concepto “el pueblo” para referirse al sector social al que se presta apoyo. A nuestro parecer esta simplificación de la realidad es perniciosa además de irreal. Por ejemplo, del actual conflicto sirio llegan al menos cuatro relatos: una parte de la sociedad que apoya al actual régimen político, otra que lo combate desde una reclamación de mayores cotas de libertad al estilo europeo, una tercera que centra sus intereses en la consecución de los intereses estratégicos de la etnia kurda, y una cuarta que desea que su país sea una sociedad tradicional islámica. Denominar “pueblo” a una de esas partes al tiempo que se evita o niega la misma calificación a las demás no ayuda en absoluto, nos parece, al encuentro y el entendimiento. Tampoco al cese de esa cruenta guerra salvo que se apueste por una solución militar. En el caso de Venezuela la situación es menos compleja. La fractura social y política (tras la que desde nuestro grupo sí nos parece percibir la acción de determinados grupos económicos de dentro y de fuera del país), hoy por hoy, mantiene dividida y enfrentada esa sociedad. Preferimos no relacionar ninguno de los dos bandos con una clase social en concreto. Por eso mismo nos parece ilegítima la apropiación del término “pueblo” que unos y otros realizan para etiquetar a la parte que apoyan en dicho conflicto.

Por desgracia, este tipo de apuesta dual de la que hablamos, según se va abundando en ella, suele profundizar en actitudes cada vez más extremas generando discursos que difunden exhaustivamente cualquier hecho censurable cometido por los entes que se quieren señalar: cargando las tintas, evitando contextualizar, dando o negando credibilidad a según qué fuentes etc. Al mismo tiempo se aparta la mirada de hechos similares ejercidos por la parte con la que se simpatiza y se construye un discurso de carácter exculpatorio. No siempre tal actitud se desempeña de forma consciente. De esta forma, la parte a la que dichos grupos apoyan estaría siempre legitimada en sus hechos por el carácter criminal de la parte contraria y su acción sería siempre -cuantitativamente- inferior en cuanto a violencia o a transgresión de las convenciones internacionales sobre “buenas prácticas” en las guerras (como si esa supuesta diferencia supusiera inocencia per se), cuando no, en algunos casos, directamente definida como pacífica y noviolenta. En plena sociedad de la hiperinformación, la guerra informativa cobra una especial relevancia. Habiendo medios televisivos y cibernéticos fuertemente empeñados en transmitir los diferentes relatos que emanan desde cada facción, la verdad de lo realmente acontecido quedará comprometida siendo francamente difícil verificar cada noticia concreta. En algunos casos, los hechos que se exhiben pueden estar deformados de forma amplia llegando a ser, casi o completamente, inventados. En este contexto quienes, desde Occidente, apoyan y rechazan a los distintos actores en conflicto plantearán una auténtica batalla en torno a la legitimidad de dichos medios comunicativos; llegando a cuestionar e incluso demonizar, negando toda credibilidad, a aquéllos que no reproducen su mismo discurso.

Es común que el conflicto entre las diferentes visiones desemboque en una espiral de discursos cada vez más polarizados y enfrentados entre sí, en la generación de espacios “contrainformativos” donde quienes se adscriben a cada una de las lecturas se retroalimentan entre sí, y a la competición por atraerse a diferentes colectivos y público “neutro” hacia su misma lectura de la realidad y su posicionamiento concreto. Es obvio que quien cree en algo está en su derecho a tratar de convencer de ello a las personas que tiene cerca. El problema es cuando tal objetivo se acomete -como sucede en algunas ocasiones- con agresividad y presión. Bajo dos fórmulas. Por una parte la imposición de la polaridad: “¿No estás de acuerdo con mi lectura sobre este conflicto? Eso quiere decir que estás con la otra parte: eres su cómplice”. El otro recurso es el victimismo: “¿No estás de acuerdo con mi lectura sobre este conflicto? Eso quiere decir que no te importa lo más mínimo lo que le está ocurriendo a la gente que está siendo masacrada, torturada, desplazada... en esta guerra. Tu indiferencia te hace cómplice”. En el Grup Antimilitarista Tortuga conocemos bien el precio que hay que pagar por mantenerse al margen de esta dinámica. En este caso ser tildados de títeres del gobierno sirio o venezolano (o del ruso) desde una parte, y de colaboracionistas del imperialismo estadounidense por la otra. No creemos que sea necesario recordar que nuestro colectivo jamás ha mostrado la menor adhesión o simpatía hacia ninguno de esos entes. Porque no la tiene. La insistencia de algunas personas y colectivos por vincularnos con alguna de esas instancias, a lo largo de los últimos meses, lamentablemente, ha llegado a adquirir características de verdadero acoso.

En cuanto a la noviolencia cabe entender, nos parece en nuestro colectivo, que cuando se etiqueta a un movimiento social de “noviolento”, máxime si se hace en un contexto bélico o en el que hay violencia generalizada, hay que ser muy cuidadosos para no pervertir el concepto. Carece de coherencia con dicha ideología el hecho de que grupos concretos se ciñan a tácticas noviolentas cuando sus correligionarios están empleando la violencia. Gandhi, por ejemplo, detenía sus campañas a la menor noticia de que se practicaba violencia desde sus filas. Salvo concretísimas tácticas vanguardistas de carácter terrorista, toda lucha insurgente de carácter violento a lo largo de la historia también empleó métodos que excluían la violencia. No todos los activistas usarán la violencia ni lo harán todo el tiempo. Que se den manifestaciones públicas y pacíficas en contra de un determinado gobierno o de una determinada situación no debe interpretarse en todos los casos como la constatación de un movimiento noviolento organizado. Máxime cuando en el espacio contiguo hay personas luchando por la misma causa con medios violentos. Como pasa en Venezuela, por ejemplo, en cualquiera de los dos bandos. O en Siria donde, por las noticias que manejamos, no pocas (a buen seguro no todas) de las personas que allí combaten al régimen de Asad pretendiendo un tipo de democracia occidental a las que se quiere adjudicar la etiqueta de “resistencia noviolenta”, por lo que se comprueba en no pocos casos, han sido complacientes, cuando no colaboracionistas, con organizaciones armadas de su misma cuerda. El llamado “Ejército Libre Sirio”, por ejemplo. Lo que no significa, obviamente, que, al igual que los restantes sectores nombrados, deban dejar de ser tenidas en cuenta o desconsideradas en modo alguno a causa de ello.

Hace algunas décadas, cuando pareció constatable que no iba a darse con carácter inminente ninguna revolución de signo socialista en Occidente, algunos grupos comunistas pusieron su mirada en procesos revolucionarios que estaban aconteciendo en el tercer mundo. El tipo de activismo que alumbró esta nueva sensibilidad, que consistía principalmente (aunque no solo) en expresar apoyo moral y simbólico desde la lejanía, al que se denominó “internacionalismo” fue adoptado por algunos movimientos sociales, entre ellos el pacifista, y ha llegado a nuestros días. Opinamos que la acción política consistente en demostrar solidaridad desde Occidente hacia determinados agentes gubernamentales o populares sometidos a la acción bélica o a diversos tipos de presión política en países lejanos viene a ser heredera directa de este tipo de dinámica. Por nuestra parte pensamos que el antimilitarismo y el pacifismo, tal como creemos que deberían ser practicados, han de profundizar en la causalidad del militarismo y de su principal concreción: la guerra. Estas realidades, hoy, no son cuestión de dictadores delirantes, como la tele trata de hacernos creer. Tampoco de “intereses anticomunistas del imperio”. La cuestión rebasa ampliamente este tipo de simplificaciones y, en realidad, dichos fenómenos están siempre en relación con un sistema político y económico globalizado, de dimensión mundial. Cabe comprender sus causas y sus mecanismos de desarrollo y no limitarse meramente a señalar puntualmente sus consecuencias, por muy graves que éstas sean, ante un público por lo demás indiferente o de interés fugaz y cambiante.
Es evidente que va más allá de nuestras magras fuerzas, se nos escapa, detener materialmente conflictos bélicos con tantos intereses en juego como el de Siria, Venezuela, Palestina, Iraq, Ucrania, cualquiera de ellos. Por eso nuestra postura, además de expresar solidaridad con todas las víctimas, prestar apoyo material a refugiados y desertores e invitar, siquiera desde la predicación en el desierto, a que las partes protagonistas busquen caminos de entendimiento y consenso, ha de ser la de señalar y combatir en su lugar de origen la cerilla que, no pocas veces, es la que prende el incendio. La cual tiene una matriz económica aunque utiliza la dimensión política para prosperar. Un conocido lema antimilitarista reza “las guerras comienzan aquí, parémoslas aquí”. Y es bien cierto que, si poco podemos hacer, siendo realistas, para detener efectivamente conflictos en países remotos (ojalá pudiéramos), al menos sí podemos actuar en nuestros estados para forzar a sus poderes -ponerles en dificultades tal vez- a que dejen de alimentar esos fuegos. El trabajo concreto y a nuestro alcance por realizar pasa por impedir que nuestros gobiernos se sumen a la guerra enviando tropas, participando en embargos y bloqueos comerciales, mandando asesores y entrenadores militares, financiando grupos armados, armando a los contendientes, permitiendo el uso de instalaciones militares como bases de tránsito y avituallamiento etc. También desarrollando los esfuerzos pertinentes para tratar de conocer el interés económico radicado aquí que pueda haber en el trasfondo del conflicto; sea el petróleo, sea la construcción de infraestructuras, la venta de armas... y actuando en su contra. Reconociendo, por último, nuestro triste papel como ciudadanos de un estado de bienestar que se nutre de unas relaciones económicas internacionales injustas sostenidas en buena parte por la acción bélica y estando dispuestas a atentar (noviolentamente) contra tal orden de cosas.

Nota

1-Un compañero antimilitarista nos ha hecho notar la posibilidad de equívoco de la anterior información. El Grup Tortuga no se adhiere a la teoría conspirativa que afirma que Gene Sharp y su Institución Albert Einstein están a sueldo de la CIA o de cualquier otro departamento estadounidense similar y que han participado activamente en determinados golpes de estado encubiertos. Cierto que es hay personas, alguna de gran relevancia, que sostienen dicha acusación. El hecho de que no consten evidencias documentales al respecto hace que no pase de la categoría de "especulación", a la que, como tal, no podemos prestar nuestro aval. Ello no obsta que la teoría de "revolución blanda" de Sharp, por lo muy conocida e influyente que es, haya podido servir de inspiración, aunque sea parcialmente, a los agentes que han desestabilizado ciertos países en los que EEUU deseaba un cambio de gobierno "pacífico". La idea que pretendemos transmitir con el ejemplo es que la acción noviolenta, sobre todo cuando, como es el caso de Sharp, se presenta desprovista de dimensión ética, como un simple método para lograr objetivos políticos, es una herramienta más, no una especie de bendición divina que hace siempre "bueno" per se a quien la emplea. Aquí un buen artículo sobre el tema: http://www.lanacion.com.ar/1931550-...


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  • El activismo noviolento sirio, que Tortuga prefiere obviar, existe

    12 de octubre de 2017 18:32, por Genaro Agudo

    Sí, es Siria, sin duda, una cuestión compleja. Y cuando un@ se enfrenta desde Europa a una cuestión compleja es necesario hacerse dos preguntas. La primera es qué queremos. La segunda es, efectivamente, qué podemos hacer. O, dicho de otro modo, qué pudimos hacer, no hicimos, y siguen empeñad@s algun@s, como Tortuga, en seguir sin hacer.

    Es muy revelador, en ese sentido, que Tortuga ahora apueste por las mismas tesis respecto a la "superación" de los conflictos que mantiene desde hace décadas la derecha española respecto, por ejemplo, a la guerra “civil”, y que propagan desde el partido Ciudadanos hasta la fundación Francisco Franco, pasando, cómo no, por el Partido Popular o el propio gobierno español, que abogan por la misma “cristiana” reconciliación que no señale culpabilidades. Tampoco es tan de extrañar, tal vez, esa coincidencia, conociendo la devoción que Tortuga comparte, también, con la extrema derecha por “ideólogos” como Félix Rodrigo Mora.

    Pero volvamos al caso sirio. Es seguro que en una situación compleja nunca podremos alcanzar todo lo que queremos, pero conviene saberlo. ¿Qué queremos para Siria? Lo mismo que para cualquier otro país del mundo, lo mismo por lo que luchamos por estos pagos: soberanía económica, justicia social, respeto de los Derechos Humanos (DDHH), democracia integral, un futuro para nuestros hijos e hijas.

    ¿Qué podemos hacer? De entrada, si reconocemos que se trata de una situación compleja, podemos hacer una cosa: no simplificarla. Eso implica reconocer que los obstáculos que se interponen en el camino de lo que queremos -soberanía, justicia, DDHH, democracia- son muchos y enrevesados y no se dejan atrapar en una reminiscencia lineal. Hace 6 años y medio, cuando empezó la revolución siria, las cosas eran más simples. El obstáculo era, sobre todo, uno: el régimen dinástico de los Asad, contra el que se levantó pacíficamente una buena parte del pueblo sirio. Seis años y medio después, cuando Siria se ha convertido en el campo de tiro de decenas de milicias y más de sesenta países, ese régimen -junto a sus aliados- sigue siendo el responsable de la mayor parte de las víctimas civiles (hasta el 95%), de la mayor parte de las violaciones de DDHH (al menos 6.786 detenidos muertos bajo tortura), de la mayor parte de los refugiados externos e internos (5 y 12 millones, respectivamente), de 287 de los 346 ataques realizados contra instalaciones médicas y de 667 muertes de las 705 producidas entre el personal sanitario, así como del asedio por hambre de pueblos y ciudades que suman cientos de miles de habitantes, siempre según fuentes plenamente fiables, y sólo a finales de 2016. Nunca el Estado colombiano llegó tan lejos contra su propio pueblo; sólo quizás Franco durante e inmediatamente después de la guerra civil española. Esto no es sólo el pasado; sigue siendo el presente de Siria (https://www.facebook.com/groups/ant...) y la decencia más elemental debería prohibirnos olvidarlo.

    Pero seis años y medio después, hay sin duda otros obstáculos. Si hablamos del régimen, es indudable que habría sido derrocado hace tiempo sin la intervención de Rusia, Irán y Hizbullah, que ocupan literalmente el país y determinan tanto el curso de la guerra con sus bombas y sus tropas como la política de Bachar Al-Asad. No muy diferente fue lo que ocurrió en Iraq, cuando los ocupantes estadounidenses toleraron que algunos de estos mismos actores aniquilaran el tejido social resistente, apuntalando así el régimen surgido de la invasión. Son ellos mismos quienes sostienen en pie la dictadura en virtud de intereses diferentes que a veces se traducen también en pequeños conflictos soterrados. Rusia, que aprobó en la Duma la presencia permanente de bases rusas en Siria, mantiene un pulso con EEUU y la Unión Europea, a los que hace pagar su agresiva y errónea política anti-rusa en Europa, con la mirada puesta más bien en Ucrania. Pero Rusia es un aliado fundamental de Israel y ha impedido que Irán instalase una base logística junto al Golán ocupado, mientras que Irán, que negoció con el EEUU de obama la cuestión nuclear, es considerado por Israel -y considera a Israel- un enemigo irreconciliable. En todo caso, Rusia es directamente responsable de la muerte de miles de civiles en toda Siria y concretamente en Alepo, ciudad contra la que ha desencadenó hace menos de un año una ofensiva aérea indiscriminada.

    Otro obstáculo relevante es, obviamente, el Estado Islámico, hoy en retroceso, comodín que han utilizado todos los que oficialmente lo combaten: desde el régimen, al que interesaba radicalizar el conflicto y que contribuyó a ello liberando de sus cárceles a miles de radicales islamistas fundamentalistas cuando vió peligrar su estatus por el avance de la revolución pacífica (https://enpiedepaz.org/2017/03/28/l...) y que, luego, ha atacado muy poco al grupo de Al-Baghdadi, hasta Turquía, aliada de la UE y de EEUU, muy complaciente con los yihadistas, de los que se ha servido en su guerra contra los kurdos. Junto al Estado Islámico, atroz dueño de sí mismo, hay otros grupos islamistas dependientes de potencias regionales que obstaculizan un proyecto soberano y democrático y que enredan aún más la situación. El más conocido de todos ellos, y el más fuerte, es Yabhat Fath Al-Sham, antes Yabhat-al-Nusra, hasta el año pasado rama siria de Al-Qaeda. La milicia de Abu Mohamed al-Jolani ha ido comiéndose a otros grupos y afianzando su influencia gracias a la financiación de los países del Golfo, sobre todo de Arabia Saudí y porque, al contrario que el Estado Islámico, autista en su territorio paralelo, combate sin cesar contra el régimen y los ejércitos ocupantes.

    Están, por fin, como obstáculos para la paz y la democracia, Israel, muy complacida con la agonía siria, que administra el caos desde lejos mientras consolida la ocupación de Palestina y asfixia en silencio a los palestinos; Turquía, cuya prioridad es combatir a los kurdos, apoyados por EEUU (otra contradicción obviada a menudo) y que, tras el contragolpe de Erdogan, en picado hacia la dictadura, se acerca a Rusia, a Irán e incluso al régimen de Asad; la Unión Europea, inútil y narcisista, sólo preocupada por los atentados en su territorio y la llegada de refugiados, dos problemas que agrava con sus políticas antiterroristas; y, por supuesto, los Estados Unidos, madre de todas las miserias, que invadió Iraq en 2003 por “razones humanitarias” franqueando el paso a los jinetes del apocalipsis y que, igual que hace con los palestinos e Israel, ha abandonado a los sirios en manos de Bachar Al-Asad -e indirectamente del yihadismo financiado por sus aliados- porque los intereses de Washington no pasaban y no pasan por la democratización de Siria. Cuando EEUU ha intervenido por fin lo ha hecho para convertir Siria en un falso campo de batalla de la “guerra global contra el terrorismo” (http://www.antimilitaristas.org/spi...), relegitimando el papel de Bachar Al-Asad y lanzando bombas que, como se ha demostrado en el pasado, además de matar inocentes, sólo sirven de levadura a la violencia que se dice querer combatir. Hay que repetir una vez más que la expansión del Estado Islámico tanto en Iraq como en Siria es la consecuencia, no la causa, de la previa demolición social que invasores, regímenes y agentes regionales han llevado a cabo concienzudamente para afianzar su dominio y evitar un cambio democrático en la región. Justificar el mantenimiento de los regímenes de Damasco y Bagdad, ilegítimos, criminales y corruptos, frente a la expansión del Estado Islámico, algo en lo que ya coinciden EEUU y sectores de la izquierda europea y del Estado español, es una pavorosa demostración de cinismo o de ignorancia: es falsa, es perniciosa la dicotomía entre el régimen de Al-Asad y el Estado Islámico. EEUU, por cierto, que ha financiado y entrenado en Jordania a milicias que combaten contra Asad, ha financiado y entrenado también a las milicia chíies iraquíes que lo apoyan.

    ¿Qué podemos hacer frente a un problema complejo que está costando miles de vidas? De entrada, no simplificar. Las líneas anteriores se antojan como una pequeña muestra de la complejidad que hace falta abordar y que no puede reducirse a una cifra manejable mediante un abracadabra geopolítico del siglo XX. Si queremos para Siria lo mismo por lo que luchamos nosotr@s -justicia, soberanía, DDHH, democracia, un futuro para nuestros hijos e hijas- es necesario comprender, a partir de estos datos, que la solución pasa por interrumpir el ciclo intervención/dictaduras locales/yihadismo terrorista, como se intentó durante las revueltas de 2011 y que eso excluye, de manera realista, cualquier papel de la dinastía Asad en el futuro de Siria. Como repite de manera incansable Leila Nachawati, “a más Asad más Estado Islámico” y por lo tanto, habría que añadir, más intervención exterior. Ni la ética ni la política -y menos la unión de ambas- puede conceder, por principios y por pragmatismo geoestratégico, ni un centímetro de timón a un criminal de guerra que la mayor parte de su pueblo no acepta ya como su gobernante y con el que no está dispuesta a negociar. EEUU debe parar los pies a Arabia Saudí (e Israel), pero son Rusia e Irán los únicos que pueden desbloquear la situación retirando a Asad del palacio de Damasco. En este sentido, es muy triste que una parte de la izquierda española se siga alineando -y así lo exprese incluso en el Parlamento Europeo- al lado de la extrema derecha y en favor del régimen sirio y de la Rusia de Putin. Si no su actual acción genocida contra su propio pueblo, el pasado de esta dinastía, su papel de gendarme regional, su complicidad con Israel y su apoyo a EEUU durante la primera y segunda guerras del Golfo, hacen aún más necia tal actitud, que solo cabe llegar a comprender como una impronta pavloviana de la periclitada Guerra Fría.

    Pero, ¿qué podemos hacer? No simplificar y ademas sacar conclusiones. Podemos hacer más. Podemos escuchar a l@s siri@s que luchan por lo mismo que nosotros, pero jugándose la vida; los que quieren justicia, soberanía, DDHH y democracia, los que apuestan por romper el ciclo de intervenciones multinacionales, dictaduras locales y terrorismo yihadista. Lo sabe muy bien Bachar Al-Asad, como lo ha sabido muy bien siempre EEUU: la violencia es muy útil, la violencia funciona, la violencia actualiza todos los impulsos e impide el recuerdo de los motivos de la lucha y la organización de la sociedad civil a partir de ese recuerdo. La sociedad y la guerra son incompatibles. La resistencia civil y la guerra son incompatibles. ¿No hay siri@s normales luchando en Siria por lo mismo que luchamos por estos lares? L@s hay y son todavía miles. Bastó una pequeña tregua en febrero del año pasado para que salieran de nuevo a las calles, a manifestarse contra el régimen y contra el Estado Islámico; también contra Yahbat Al-Nusra en la provincia de Idlib, dando lugar a un movimiento que aún perdura: http://www.antimilitaristas.org/spi.... En otras ocasiones es suficiente un momento de paz -un remanso en el tsunami asesino- para que las calles -las ruinas- crepiten de resistencia civil y voluntad de organización política. En un trabajo muy meticuloso, el investigador Félix Legrand detalla la estrategia de Jabhat Al-Nusra en los distintos territorios y establece una relación de directa proporcionalidad entre las treguas y el debilitamiento de su legitimidad social. La conclusión de Legrand es que a Yabhat-al-Nusra, como al régimen y a sus aliados rusos, no les interesan las treguas: la dictadura y los yihadistas sólo pueden respirar en la batalla. Ambas partes saben que, apenas dejan de caer bombas sobre una ciudad, la sociedad civil superviviente recupera el terreno con sus demandas de paz y democracia contra -al mismo tiempo- el régimen asadista, las intervenciones multinacionales y los yihadistas. No es cierto, no lo es radicalmente, que no haya un interlocutor social y político sirio al que podamos abiertamente apoyar: ¿no lo vemos a diario? ¿no queremos verlo día a día bajo la atroz violencia que lleva padeciendo el pueblo sirio en los últimos seis años y medio? Quien tenga alguna duda sobre ello, que no la tenga en absoluto sobre el hecho de que el silencio o la complicidad, en concreto de algunos sectores de la izquierda europea y del Estado español, y de cierto supuesto pacifismo o antimilitarismo de aquí mismo, como Tortuga, que desde hace tiempo calla y ahora pide callar al resto, está contribuyendo a que este interlocutor se diluya impotente entre las oleadas de refugiados y los montones de cadáveres.

    Documentación recomendada (disponible en inglés desde 2014, ahora en castellano):
    "El movimiento noviolento sirio: perspectivas desde la base".
    https://enpiedepazblog.files.wordpr...