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Una nueva mayoría política siria

Una nueva mayoría política siria

Celebrando en Alepo el quinto aniversario de la Revolución siria (Reuters)

Yassin Al-Haj Saleh

Al-Jumhuriya English
[Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.]

Este artículo va dirigido a un lector anónimo, bienintencionado y moderadamente informado para sugerirle una visión de resolución justa de la cuestión siria y examinar los potenciales problemas y obstáculos que pueden presentarse en el camino.

Yassin al-Haj Saleh (nacido en Raqqa en 1961) es un destacado escritor e intelectual sirio. En 1980, cuando estudiaba Medicina en Alepo fue encarcelado por sus actividades políticas permaneciendo tras las rejas hasta 1996. Escribe sobre temas políticos, sociales y culturales relacionados con Siria y el mundo árabe para varios periódicos y revistas árabes fuera de Siria, colaborando de forma regular con el periódico Al-Hayat, editado en Londres, la revista egipcia de izquierdas Al-Bosla y el periódico sirio online The Republic.


¿Qué significa una solución para Siria?

A los sirios implicados en los asuntos públicos siempre se nos está preguntando por nuestra idea para solucionar el conflicto sirio. Pocas veces la pregunta pretende indagar cuáles podrían ser las soluciones justas. En cambio, se concede normalmente que la cuestión es “complicada”, que la resolución escapa al ámbito de lo posible, o quizás que no puede llegarse a una solución sin hacer retroceder los relojes a una época anterior a marzo de 2011. Aparte de todo esto, la pregunta se deriva también a menudo de una supina ignorancia respecto a la historia de la disidencia política en Siria y de las luchas aplastadas a favor de una transición democrática de toda una anterior generación de sirios. Esta línea de preguntas está también divorciada, desde cualquier punto de vista, de las diferentes fases de nuestra lucha que condujeron a la actual coyuntura.

No obstante, este artículo aborda directamente esa pregunta acerca de la resolución de la crisis imaginando a un lector serio anónimo que aspira sinceramente a una solución justa del prolongado desastre sirio o a una solución que al menos se sitúe en las proximidades de la justicia.

Vayamos al núcleo de la cuestión. Una solución justa en Siria debería basarse en el establecimiento de una nueva mayoría política en el país en la que una mayoría creciente de sirios se sientan representados políticamente, que ponga fin a un gobierno minoritario y oligárquico, a la vez que siente las bases para una nueva Siria y un régimen político sirio de integración. Esto requiere el fin del gobierno asadista, del Daesh y de cualquier grupo yihadista-salafista, además de instituir la igualdad política y cultural para los kurdos sin hegemonías nacionalistas. Es necesario que se establezcan los cimientos de una Siria democrática basada en la ciudadanía.

Esto cumpliría las demandas de justicia política, ampliando la base de gobierno, augurando horizontes menos sombríos para la evolución política en el país y, a largo plazo, limitaría las posibilidades de una erupción política violenta.

Con el cambio de siglo, una autoridad legada dentro de la dinastía asadista institucionalizó el carácter minoritario del gobierno en Siria. En efecto, ese hecho implicó una transformación sultánica que dio la puntilla final a la república siria, requiriendo de una enmienda constitucional a fin de que el Estado profundo sirio pudiera sostener a la dinastía de los Asad. La liberalización económica orientada hacia el neoliberalismo reforzó los aspectos minoritarios del gobierno y, por tanto, una interconexión sin precedentes entre la retención excluyente del poder y el acceso privilegiado a los recursos nacionales por parte de una nueva clase burguesa, compuesta principalmente por parientes, compinches y asociados. Además, durante los años tanto del Padre como del Hijo, el Estado asadista ha echado mano del sectarismo como herramienta fundamental de gobierno, fomentando la escisión entre sus gobernados, el temor de los unos hacia los otros y ofreciendo a un sector de la población, los alauíes, que constituyen fundamentalmente el escudo de seguridad estatal, una identificación discriminatoria con el Estado.

Este carácter minoritario multifacético, en el cual se solapan tanto el sentido social como sectario de “minoría”, ha sido fuente de descontento y de guerra civil fría que ha hecho erupción en dos ocasiones en el curso de tres décadas. Una estructura tal no permite más que estallidos de violencia. Se basa esencialmente en colocar a la población en cuarentena política, alimentando la desconfianza y el temor entre ellos, mientras el centro sultánico y la clase neoburguesa (que en otro artículo describí como “burguesía externa” o “central”) va excluyéndolos gradualmente del uso de los recursos públicos.

Para poner fin a esta historia cíclica es necesario romper con el gobierno minoritario y formar una nueva mayoría política.

¿Qué tipo de mayoría política?

La nueva mayoría en Siria no se refiere a la mayoría árabe sunní sino a una mayoría social que es intercomunitaria. En Siria, no sólo los sunníes carecen de unidad o convergencia política sino que las divisiones de clase y regionales que les separan son iguales, cuando no superiores, a las divisiones existentes entre ellos y otros grupos. Y más importante, el carácter sunní no evitaría el gobierno minoritario en mayor proporción que lo haría el carácter árabe. Aunque los árabes constituyen una gran mayoría de sirios, el nacionalismo árabe ha fracasado sin lugar a dudas a la hora de impedir un gobierno minoritario o de conseguir una mayoría política.

Desde luego, lo más probable es que la mayoría de esta nueva mayoría siria fuera sunní. Sin embargo, el mero hecho de que pertenezcan a la secta sunní no socava inherentemente la posibilidad de establecer una mayoría política estable, a menos que los sunníes árabes estuvieran unificados o se comportaran como grupo homogéneo y distintivo. En mi opinión, eso es insostenible, como se ha puesto en evidencia en el curso de los cinco años y medio de la Revolución siria. Si la homogeneidad entre los sunníes llegara alguna vez a materializarse, necesitaría de una amplia coerción que debería centrarse mucho más en el entorno sunní que en otros, llegándose así a un gobierno minoritario complejo: una minoría entre los sunníes y una minoría entre los sirios.

A pesar del hecho de que uno podría definir a los islamistas en función de su voluntad de sectarizar y unificar a los sunníes, es cierto que si el gobierno llegara a consolidarse en sus manos, no iban a sentirse muy cómodos si las dos terceras partes de la población se mantuvieran unidas y públicamente activas. Por razones islamistas, se dedicarían a dividirles y devolverles a la pasividad, a saber, imponiendo un “gobierno minoritario sunní” y renovando el despotismo. Sin embargo, si los sunníes se mantuvieran políticamente activos, entonces algunos islamistas buscarían socios y aliados entre otras comunidades. Es probable que el resultado de todo esto fuera una mayoría política del tipo de la que surgió en los primeros años de la década de 1930 contra los franceses, o contra al-Shishakli a raíz de la conferencia de Homs de 1954.

Esa mayoría política siria sería una mayoría social e intercomunitaria que sólo excluiría a aquéllos que fueran activamente leales al Estado de Asad (la justicia predetermina que algunos sean juzgados y otros puestos políticamente en cuarentena a partir de sus hechos, no de sus orígenes). La mayoría de la nueva Siria se esforzaría en aglutinar a los sectores más amplios de la población de todas las diferentes comunidades que no hayan sido cómplices de la oligarquía de los Asad.

Una retórica tal no es especialmente novedosa. Es la sustancia misma de las aspiraciones democráticas que han sido repetidamente puestas de manifiesto desde antes de la primera oleada de resistencia al gobierno asadista en la última mitad de la década de 1970, un período en el que la opresión de Asad se intensificó y apareció una nueva clase burguesa. Sin embargo, para lidiar con la cuestión de la democracia en Siria se necesita de una especificidad particular, debido al aumento de la influencia de las formaciones comunitarias en la vida pública actual, así como para abordar las preocupaciones de las minorías y sus derechos.

Es sabido que en la genealogía del paradigma de la “protección de las minorías” está el ascenso del imperialismo en Europa y la aparición de la “cuestión oriental” (que, en realidad, es una “cuestión occidental”, según Arnold Toynbee). Desde esta genealogía se plantea la noción de que las minorías corren peligro, específica y exclusivamente, ante la mayoría musulmana. Nos aventuramos en un drama romántico en el que los racionales europeos son responsables de proteger a las pobres y débiles minorías de los malvados y agresivos musulmanes. El contexto de tal protección no ha sido nunca el de la justicia y la libertad, ni siquiera el de la “racionalización” (Por un lado, las organizaciones “racionales” se impusieron desde arriba y, por otro, iban acompañadas inmediatamente de excepciones, protecciones y privilegios reservados para los íntimos de las potencias europeas.) El contexto fue precisamente el de la expansión y saqueo armado y colusión con los “depredadores imperiales” durante el Imperio otomano. Esto resulta suficiente para ejercer una extrema cautela al utilizar la cláusula de “protección de las minorías”, que ha ido resurgiendo en contextos internacionales similares. Si bien los enclaves de mayoría sunní de la Revolución siria han buscado abiertamente la protección internacional, desde el verano de 2011 han venido sufriendo exposición, ausencia de protección y obstáculos a su empoderamiento, dificultando que pudieran protegerse a sí mismos.

Lo que resulta novedoso en los llamamientos contemporáneos a la “protección de las minorías” es la expansión de las minorías patrocinadas a fin de incluir a los kurdos. Esta maniobra surge al considerar que la amenazante mayoría está compuesta exclusivamente de musulmanes árabes sunníes y que, al contrario, las potencias occidentales y Rusia actúan como “protectores”, dando la impresión de que sólo les motiva el afán de justicia. Estos sistemas de protección habían precedido al colonialismo tradicional en muchos de nuestros países y contribuido en forma grave a la creación del problema sectario. El sistema se convirtió entonces en un aspecto de la administración colonial y de las políticas abiertamente sectarias en Siria, Líbano y Palestina. Siempre hubo agentes locales para los protectores (anteriormente franceses, británicos y rusos y, en la actualidad, estadounidenses y rusos, entre otros) que propagaron la amenaza y brutalidad de la mayoría étnica y religiosa.

¿Por qué no un sistema de cuotas?

¿No es posible construir una mayoría política siria mediante un sistema de cuotas sectarias que provea de “protección” a las minorías y garantice sus derechos? (Abordaré la dimensión kurda de la resolución siria en otro párrafo.) Lo extraño es que nadie de entre los defensores de las minorías y los que se preocupan por sus derechos haya pedido antes esto. No resulta difícil comprender la razón, porque las cuotas deben tener en cuenta las ratios de población. Esto podría colocar las dos terceras partes del poder político en manos de los representantes de la mayoría árabe sunní, aunque garantice la participación de los representantes de las minorías. Pero eso no es lo que desean las amorosas madres de las minorías, como Rusia, EEUU e Irán. También puede imaginarse un sistema basado en la “bisección” entre la mayoría y la totalidad de las poblaciones minoritarias, con sus intereses “garantizados”. Esto es lo que Kamal Dib, el canadiense-libanés leal a Bashar al-Asad, pide en A Crisis in Syria, sólo después de haber hecho gran hincapié en la necesidad del laicismo. Esa “bisección” entre un cuarto y los tres cuartos de la población, que son las proporciones que el mismo Dib ofrece, no es sino un paso hacia la discriminación, no hacia el laicismo. Y no es verdaderamente democrático. El actual modelo libanés, basado en compartir el poder al cincuenta por cien entre un tercio y dos tercios de la población, no es algo muy a emular.

No sólo la demografía siria ha obstaculizado los llamamientos a un sistema de cuotas sectarias por quienes protegen fervientemente a las minorías. La imposibilidad de unidad entre los sunníes sirios es otra de las razones. Discutí este tema de los sunníes perpetuamente fracturados en un artículo de hace unos pocos años. Si bien esto provoca consternación entre los sectarios sunníes de línea dura, esta realidad podría realmente ser una fuente de actividad y flexibilidad en cualquier régimen pos-Asad que se base en una nueva mayoría política. Puede decirse que los sunníes árabes encarnan a tantas “sectas” distintas, debido a manifiestas diferencias regionales u opciones ideológicas o de estilos de vida que no son menos concretos, que anulan la realidad estadística de constituir el grupo mayoritario de población. En consecuencia, un régimen mayoritario debería basarse más probablemente en coaliciones entre los representantes de grupos de origen sunní y comunidades no sunníes y no musulmanas, además de individuos independientes y “no comunidades” (es decir, comunidades que no se definen a sí mismas según sus orígenes comunitarios.). Esto rompería también la dinámica de la sectarización, limitando tanto la homogeneidad interna de los grupos comunitarios como su aislamiento externo y desapego entre sí, permitiendo así perspectivas no sectarias.

Estos tres procesos, homogeneidad interna, aislamiento mutuo externo y erradicación de perspectivas no sectarias en la sociedad y en el espacio público son aspectos dinámicos de la sectarización que hemos experimentado en Siria durante la era de Asad. Una ruptura de esta dinámica no va a llevar a la desaparición de sunníes, cristianos, drusos, ismaelíes y chiíes, sino que servirá para contrarrestar sus formulaciones sectarias, homogéneas y aisladas.

En tal régimen mayoritario, el motivo de preocupación no será una hegemonía sunní que excluya a las minorías o las someta por inferiores y dhimmis [protegidas por la ley islámica], sino la posibilidad de que las coaliciones regionales-sectarias-clasistas se consoliden de forma que se margine a las formaciones políticas no sectarias que pudieran emerger o regenerarse. Lamentablemente, no hay garantías de que esto no vaya a ocurrir. Pero el tema de esta apuesta de desectarización de la esfera pública es que lo independiente y no sectario dé espacio a un régimen mayoritario viable donde izquierdistas, liberales, feministas, jóvenes y organizaciones culturales puedan ser activos. En la historia siria anterior al Baaz tuvimos un atisbo de esto. En aquel entonces, el eje de las divisiones en la esfera pública fue más regional que sectario (damasceno-alepino en particular) y no impidió la aparición de tendencias y organizaciones no sectarias tales como el Partido Comunista y el mismo Partido Baaz.

El hecho es que la Revolución siria sólo ha hecho visibles las divisiones religiosas, que habían quedado ocultas por la cuarentena política pública y la abrumadora presencia de la división sectaria en la conciencia pública. La Revolución ha hecho también visibles las divisiones regionales y de clase a lo largo del eje ciudad-país, al igual que en la relación de Damasco con sus zonas rurales y barriadas periféricas, que son fundamentales para entender la dinámica del conflicto alrededor de la capital (lo mismo puede decirse respecto a la división en Alepo). Por no mencionar las divisiones étnicas, especialmente en el eje árabe-kurdo. El contraste sectario sunní-alauí es en gran medida de carácter social-político-regional, para cuya superación y solución se necesita volver a pensar las estructuras de distribución del poder y de los recursos públicos en Siria.

Estos ejes de división superan de lejos las escisiones sectarias, así como el dogma de la “protección de las minorías”, que no puede solucionar la división sectaria (de hecho, está avivando las llamas) ni diversas otras divisiones sociales sirias. La multiplicidad de ejes de polarización complicará realmente la vida política en la Siria pos-Asad. Sin embargo, puede también perturbar la polarización sectaria y limitar la inflamación oculta y continua de la vida pública en el país con inclinaciones, temores y divisiones sectarias.

Un replanteamiento radical de la política siria, más allá de la era baazista y asadista, y ciertamente más allá de la era anterior a la posindependencia, debería incluir una mayor descentralización e implicación de las poblaciones locales en los gobiernos de sus zonas y en la vida política pública, así como un compromiso público más abierto. El carácter discrecional inherente a la génesis del Estado asadista envenenó la vida pública con dudas, temores y mitos, e impidió que los sirios consideraran sus situaciones y elaboraran información, análisis y soluciones prácticas sobre las mismas.

Lo que queda por decir es que la prolongada era asadista, y los largos años de la segunda guerra asadista, han tenido un profundo efecto transformador sobre la sociedad siria que justifica las reservas contra las analogías con los precedentes o las añoranzas de un tiempo pasado. Sin embargo, no parece que este efecto transformador haya favorecido la unidad sunní, como los años de Revolución han dejado en evidencia; por tanto, el miedo de las minorías a un consenso sunní en su contra es absurdo.

¿Qué hay de la amenaza yihadista-salafista?

Podría decirse: Pero los salafíes y los yihadistas salafíes están diciendo que los nusayríes [término clásico, aunque ahora se utiliza de forma despectiva, de “alauíes”], el ejército nusayrí y el régimen nusayrí y su sistema ideológico de creencias menosprecian, cuando menos, a las minorías. Todo esto es cierto y es motivo de gran preocupación entre “nusayríes” y “no nusayríes” por igual, incluyendo a quienes son sunníes. Pero el hecho es que la angustia más fuerte desencadenada por estos grupos, hasta ahora, se le ha infligido a los sunníes en las zonas de Yasira, el norte sirio y el este de Ghuta, en Damasco.

Lo que de verdad nos preocupa es la protección de las vidas sirias, con independencia de sus orígenes y de sus agresores, ya sean asadistas o salafíes. Si este fuera nuestro punto de partida, la seguridad significaría la protección y seguridad de todos los sirios. Lo que los grupos salafíes sectarios infligieron a los pueblos de orígenes minoritarios (como hicieron con los alauíes en zonas del norte de Latakia, en Adr, con el pueblo druso y con los cristianos en Idlib) plantea la cuestión de la igualdad de derechos, incluyendo el derecho a la seguridad. La seguridad pública se debe fundamentar en un pacto nacional que estipule que Siria es para todos los sirios, que ninguno de ellos es huésped de nadie y que ninguno de ellos es dhimmi para nadie.

Lamentablemente, en Siria no hay discusión sobre estos aspectos. Esto complementa la confiscación asadista de la esfera pública y la autocensura extrema ejercida por la mayor parte de los intelectuales sirios en esta cuestión, con algunos de ellos incluso ofreciéndose voluntarios como guardianes de los tabúes sectarios, abalanzándose sobre todo aquel que se atreve a desafiarlos.

En estos momentos estamos pagando un precio muy duro por ese silencio mientras nos preguntamos a nosotros mismos, una y otra vez, ¿cuál es la solución?

En las condiciones actuales, ¿cómo puede formarse una nueva mayoría siria?

Lo primero de todo, pasar página sobre el gobierno asadista.

No hay solución para Siria sin tal condición, porque no sólo estamos hablando de un gobierno fundamentalmente minoritario, sino de un gobierno que ha estado sometiendo a los gobernados, de forma incesante y a amplios niveles, por la fuerza de las armas.

Sin embargo, desde 2013 ha quedado claro, y especialmente desde el surgimiento del Daesh, que es insostenible crear una nueva mayoría siria sólo contra el Estado asadista. El Daesh suscita la repulsa de todas las minorías y también de la mayoría de los sunníes sirios. No sólo es una fuerza sectaria radical sino también una fuerza exterior de ocupación. Es una formación singular en la que una organización terrorista que ejerce actos arbitrarios de violencia, que es indiferente a las vidas de los civiles, exhibe un colonialismo de asentamientos a la vez que actúa como una trituradora humana de autoridad fascista. No es sólo un peligro político y social para Siria, sino un peligro para la propia entidad siria.

La nueva mayoría siria no puede lograrse sin enfrentar al Daesh.

Pero no sólo al Daesh, como la política estadounidense ha venido haciendo desde su intervención en Siria e Iraq en septiembre de 2014. Tiene que enfrentarse tanto al Daesh como al régimen de Asad. Este último no es sólo un peligro político y social, a partir de la Revolución se ha convertido en una autoridad sultánica no nacional en posesión del país y de su población. Y a lo largo de la Revolución se ha convertido en un peligro estructural para la entidad siria, dependiendo de ocupantes extranjeros que no tienen compasión con la mayoría de los sirios ni con la historia de Siria.

Casi nadie de entre los revolucionarios sirios está dispuesto a entrar en conflicto con el Daesh hasta no haberse librado del Estado asadista, a menos que se hallen en un contexto que conduzca definitivamente a su desaparición. Este es un punto central que todo el mundo debería tener claro. Explica los repetidos fracasos de los estadounidenses a la hora de preparar una fuerza siria árabe sólida que luche sólo contra el Daesh. Las personas como nosotros, izquierdistas, laicos y liberales, no deberíamos unirnos a nadie que sólo combata al Daesh, o que dependa de los estadounidenses o los rusos, para ver al final restaurado el asadismo con una vileza sectaria más grave y una delincuencia criminal más amplia. Esto no sólo traicionaría a la Revolución y a las almas de innumerables víctimas, sino que además requería comprometerse con los planes presentados por unos poderes en los que la justicia hacia los sirios no alcanza siquiera una prioridad secundaria.

La valoración de que un renovado asadismo sería más brutal que el asadismo previo a la Revolución no es algo subjetivo, sino más bien una “ley natural objetiva” en el caso de que los asadistas salgan victoriosos. Los vencedores se habrán liberado de cualquier obstáculo que les impide seguir robando y masacrando y estarán ansiosos de vengarse de cualquiera que se haya atrevido a desafiarles, rompiendo sus largas décadas de monopolio del poder o causado pérdidas humanas sustanciales en el campo asadista. Tenemos en nuestra historia siria reciente un precedente ilustrativo. Después de 1982, tras asesinar a decenas de miles de seres en Hama y arrasar un tercio de la ciudad, y cuando otras decenas de miles de seres, incluidos izquierdistas, unionistas e innumerables “casos individuales”, estaban aún en prisión, se produjo una “revolución” en las detenciones, torturas, actuaciones de la policía secreta, saqueos y robos, así como en las mentiras y en la idolatría de Hafez al-Asad. La situación será cien veces peor si los asadistas de Bashar salen victoriosos. Ya están bajo la protección de brutales invasores extranjeros: los chiíes libaneses, iraquíes e iraníes, por no mencionar a los rusos.

Resumiendo, desde la aparición del Daesh ha sido imposible construir una nueva mayoría siria sólo contra el Estado asadista, pero tampoco ha podido construirse sólo contra el Daesh. Lo que puede construirse sólo contra el Daesh es un gobierno minoritario renovado bajo protección extranjera y con garantía internacional.

Además del Daesh, ¿qué pasa con el resto?

Cuando se discute sobre el futuro de Siria es necesario plantear una serie de preguntas sobre los grupos islamistas beligerantes. Algunos de ellos son grupos yihadistas, como el Frente Nusra, en la actualidad “Fateh Al-Sham” (integrado al menos por un 10% de combatientes que no son sirios) u otros grupos que son una variante del paradigma yihadista-salafista (como Ahrar al-Sham y Yaish al-Islam). En el contexto sirio actual, estos grupos combinan el enfrentamiento con el Estado asadista con la extensión de su control sobre las comunidades locales. Su autoritarismo ha desencadenado varias resistencias y esos grupos han perpetrado diversos delitos durante este tipo de confrontaciones. Durante la batalla del asedio a Alepo a finales de julio de 2016, la mayoría de los partidarios de la Revolución se situaron con la resistencia de estos grupos ante los asadistas y sus aliados, incluyendo el Movimiento Al-Zenki, que había provocado recientemente una gran repulsión al celebrar la matanza de un joven prisionero de guerra a principios del mismo mes. Esto sucedió porque estaba en juego el destino de 300.000 personas en Alepo y, de hecho, el destino de toda la Revolución.

Estos grupos llevaron a cabo una función de resistencia pública, pero los grupos principales entre ellos tienen una formación ideológica extremadamente estrecha y sectaria. Esta es la contradicción fundacional en su naturaleza: una resistencia pública contra una alianza sectaria agresiva, pero ellos mismos se estructuran siguiendo estrechas líneas sectarias. Esta contradicción no puede resolverse fuera del marco de un cambio profundo en el entorno político sirio que se extiende al Estado asadista.

Es comprensible que la base de partidarios de estos grupos se amplíe cuando llevan a cabo funciones de defensa, o cuando luchan exclusivamente contra el agresivo Estado asadista. Esa base disminuye cuando estos grupos intentan imponer su modelo social a los residentes locales, o cuando se enfrentan a adversarios no asadistas. Entonces aparecen como grupos elitistas investidos de su propia ideología y proyecto autoritario, y no en un entorno social vívido, como se demostró en la resistencia local contra el Frente Al-Nusra en Maarat al-Nu’man y en otros lugares, y contra Yaish al-Islam en el este de Ghuta y en Duma. Yaish al-Islam ha extendido su autoridad mediante asesinatos, secuestros y acciones bélicas, de forma no muy diferente a lo que Al-Nusra ha hecho en Idlib. Pero no hay un camino para construir una oposición social fuerte contra estas milicias mientras se estén enfrentando a la alianza hostil Asad-Irán-Rusia.

Si se pudiera liberar a Siria de asadistas y daeshistas quedaría clara la formación minoritaria y elitista de estos grupos, y eso ayudaría a aislarlos. Las protestas anti-Nusra de los vecinos de Maarat al-Nu’man, que son por lo general musulmanes sunníes conservadores, tras el acuerdo de alto el fuego del pasado febrero, sugiere que si se hubiera eliminado a los asadistas y daeshitas, sectores más amplios de sirios estarían en mejor situación para resistir a estos grupos. Preveo que otros grupos, más parecidos a la formación original del Ejército Libre, optarían por implicarse en la nueva vida política de la Siria post-Asad; pero si causaran un dilema molesto para la seguridad, entonces las condiciones favorecerían que se pudiera enfrentarlos.

¿Qué hay de los kurdos sirios?

Hasta ahora hemos debatido sobre la deseada mayoría siria considerando el tema de las sectas. Pero en Siria existe la cuestión kurda, y no habrá una solución justa si no se aborda. Por tanto, ¿cómo puede abordarse esta cuestión?

El principio sigue siendo el mismo: los kurdos son parte de la nueva mayoría siria, con sus derechos culturales y lingüísticos como grupo étnico constituyentemente igual a los otros, además de un estatus especial para las zonas de mayoría kurda en Afrin, Kobani y partes del gobernorado de Hasakah.

Esta visión preliminar se contradice de tres maneras:

La primera, naturalmente, es el Estado prerrevolucionario que ha negado a los kurdos cualquier existencia pública (Todos son “árabes sirios”) pero que ha tratado con ellos de forma pragmática, asegurando su división y debilitando sus manifestaciones políticas.

La segunda es la situación actual desde la Revolución, que incluye la colaboración entre el PYD (siglas en kurdo de Partido de la Unión Democrática) y el régimen, Irán, Rusia y EEUU, mientras imponen un sistema de partido único en los territorios que están bajo su control, así como una tendencia a extenderse por zonas de mayoría árabe.

Finalmente, la tercera contradice un proyecto nacional especial al que los kurdos se refieren como “Kurdistán Occidental”.

No hay forma de abordar una entidad kurda independiente que incluya partes de Siria a menos que sea en el marco del establecimiento de un Estado kurdo formado con el Kurdistán iraquí, partes de Turquía y partes de Irán. Quizá entonces habría una continuación territorial y demográfica de las zonas kurdas con las áreas sirias de mayoría kurda. Es posible también que esta entidad kurda pueda incluir minorías árabes y no árabes. Sin embargo, dentro de la actual esfera siria, esa continuación no existe. Esta es una realidad geográfica y demográfica concreta que a menudo ignoran quienes fantasean acerca del “Kurdistán Occidental” o “Rojava” y esto es algo que no puede ignorar ningún proceso político y legal justo de la cuestión kurda.

Aquí encontramos también una contradicción entre la función de resistencia popular contra el Daesh, o cualquier otro atacante de las comunidades kurdas, y los frecuentes y conocidos actos de agresión contra árabes y otros. Esta agenda deriva su fortaleza de partidarios poderosos. También aquí estaremos en mejor posición para resolver la contradicción si eliminamos a los daeshistas y a los asadistas.

Nosotros, en Siria y en la región, defendemos una causa kurda justa y emancipadora, pero de ese significado emancipador se ha apropiado la organización kurda más obsesiva, excluyente y miope, que es también la mejor preparada y equipada a nivel militar como resultado de su relación formativa con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en Turquía. De esta forma, ocurre lo mismo que con los salafíes en el contexto árabe sirio, que son el grupo mejor equipado y preparado a nivel militar. De manera similar, tanto los nacionalistas kurdos como los salafíes integran a miembros no sirios; parece que el centro de control y mando kurdo es completamente no sirio. El PYD se ha colocado a sí mismo dentro de las estrategias injustas y miopes estadounidenses y rusas, y al hacerlo así se ha enfrentado a las comunidades árabes y no árabes en Siria. La organización también había establecido con anterioridad relaciones sospechosas con el Estado asadista y con Irán, lo que hizo que se volviera intolerante con la Revolución o los grupos revolucionarios kurdos. Esta ha sido una postura consistente que alcanzó un pico simbólico y vergonzoso cuando Saleh Muslim –el rostro sirio del PYD- promovió la negación de la responsabilidad del régimen en la masacre de armas químicas de hace tres años.

Durante los últimos tres años se ha ido desarrollando una narrativa nacionalista sobre la supremacía kurda que ha creado una convergencia con la clase media occidental, al mismo tiempo que encubre las similitudes políticas y sociales de los kurdos con sus comunidades vecinas en Siria. Estas similitudes se han reemplazado con un discurso agresivo, ofensivo por su tono y violencia.

Esta narrativa se basa en la experiencia del PKK en Turquía al afrontar la opinión pública internacional y, a su vez, adherirse a sus expectativas. En Siria, esta narrativa ha jugado el papel de promocionar a bombo y platillo a un colectivo basado en una identidad que carece de cualquier dimensión emancipadora o profundidad social. Tampoco tiene, en absoluto, ninguna base intelectual ni racional y no integra la causa kurda en ninguna causa pública siria. La propaganda partidista ha sustituido al debate en su peor forma, y las narrativas de superioridad carentes de apoyo social sustituyeron a los actos de justicia y emancipación.

Los medios de comunicación y las redes sociales de Occidente han encontrado sin embargo una traducción práctica en el apoyo militar estadounidense a la organización nacionalista kurda en el norte y este de Siria a cambio de combatir al Daesh, por no mencionar el apoyo ruso a cambio de combatir a los grupos de la oposición. Es evidente que la justicia no figura entre las motivaciones de los apoyos de las dos potencias. Si así fuera, habrían ayudado a los rebeldes antiasadistas, habrían castigado a Asad por la masacre química o por su historial criminal meticulosamente documentado. El motivo es que las potencias internacionales encuentran en ellos una base fiable en una región, por la que la mayoría de sus habitantes sólo siente desconfianza.

Pero, ¿acaso no se trata de un método colonial convencional?

Luchar contra el Daesh no justifica las aspiraciones discriminatorias puestas de manifiesto en fórmulas alocadas y con poca visión basadas en teorías esencialistas sobre derechos históricos que se han entrelazado históricamente con la expansión nacionalista.

Por tanto, si intentamos mirar un poco más allá de la neblina de la propaganda e información engañosa, está justificado el temor a que este proyecto pueda presagiar conflictos sangrientos en una región que no había sido testigo previamente de conflictos violentos entre sus poblaciones.

¿Por qué la propuesta que hacemos es mejor que las otras?

Ante todo, porque es democrática: Constituye la continuación de fases anteriores de la lucha de los sirios contra la tiranía. También responde a lo que se supone es un consenso universal respecto a la democracia.

En segundo lugar, porque es justa y tiene en cuenta a todas las comunidades sirias. No es una expresión de hegemonía comunitaria que sólo puede llevar a guerras renovadas y a la subordinación regional e internacional, como ilustra el ejemplo iraquí.

En tercer lugar, porque es sostenible. La situación actual es explosiva. La supervivencia asadista significa el sometimiento del país a la ocupación extranjera. Los rusos y los iraníes, que han venido protegido a los asadistas, no se volverán a sus asuntos hasta haber conseguido sus objetivos y los de Asad. Los asadistas serán el rostro de la influencia de los patrocinadores, quienes a su vez podrían estar de acuerdo o en conflicto. Sin embargo, los esfuerzos para establecer una nueva mayoría siria deben crear una base sólida para una solución sostenible que pueda consolidarse después a través de libres elecciones y mediante una constitución que penalice la discriminación sectaria y étnica.

Las ventajas de una visión integral de ese tipo se ven cada vez más claras cuando las comparamos con las tres visiones excluyentes que se presentan en Siria hoy en día:

La primera, naturalmente, es la Siria de Asad, una Siria como base de un gobierno dinástico y minoritario. Al contrario, una Siria establecida alrededor de una mayoría política que traspase las fronteras de los grupos comunitarios, puede volver página de los asadistas sin enfrentarse a los alauíes. De hecho, es la más adecuada para asegurar su seguridad, derechos y dignidad a largo plazo.

La segunda visión excluyente es el concepto nacionalista de Siria como entidad árabe y el de sus ciudadanos como “árabes sirios”. Concebir a Siria como república democrática, un Estado para su población corpórea no implica injusticia alguna para los árabes y nada les impide involucrarse en las causas de sus vecinos árabes. También les ofrece a los kurdos igualdad política y constituyente, sin impedirles que les preocupen las causas kurdas más allá de Siria.

La tercera visión excluyente es el Estado islámico en Siria, que es a lo que los yihadistas-saladistas y sus aliados aspiran. Un compromiso histórico en Siria podría basarse en una mutua exclusión del asadismo y del islamismo. Excluir el proyecto del Estado islámico no implica injusticia alguna para los musulmanes sunníes como tales. El proyecto islamista en un país fundamentalmente complicado es una receta para la destrucción de la sociedad siria a manos de una elite gobernante que no puede ser una minoría y cuyo gobierno no puede ser tiránico y brutal. La dignidad de los creyentes musulmanes queda preservada en una sociedad libre y justa más que en una sociedad en la que los islamistas prevalezcan.

A nivel de procedimiento, ¿cómo es posible crear un sistema mayoritario?

La nueva mayoría siria, que es intersectaria, puede formarse dentro del marco de un compromiso histórico importante que podría formularse en una conferencia nacional siria internacionalmente patrocinada, que pase página sobre el Estado asadista y los aparatos criminales a su disposición. Esto sería coherente con los deseos de la abrumadora mayoría de sirios contra el Daesh y sus asociados y se ganaría el favor del mundo entero.

Es posible que la conferencia pueda tener como consecuencia el establecimiento de una institución gubernamental superior que encarne la igualdad constituyente de los grupos comunitarios sirios, incluidos los kurdos, e impida el gobierno dinástico o autocrático. No estamos comprometidos con la idea de un Estado centralizado, basado en la homogeneidad, ni con el sistema consensual de cuotas. Con lo que estamos comprometidos es con proporcionar la máxima justicia al mayor número posible de sirios. Si nada de esto se consigue, es probable entonces que estallen pronto guerras, conflictos y actos de venganza, una y otra vez, con gravedad creciente.

Pregunta: ¿Por qué los Estados importantes y las Naciones Unidas tienen que apoyar una transformación siria en esta dirección?

Respuesta: Precisamente porque es lo más democrático, justo y sostenible.

Pregunta: Pero, ¿a los Estados les interesan las soluciones justas que tienen en cuenta los intereses de las poblaciones locales?

Respuesta: Bien, todo lo que se ha mencionado aquí responde a un intento sirio de expresar una solución para Siria que pueda ser justa. Si lo que se busca no es una solución justa, entonces a los sirios que luchan por la justicia no puede responsabilizárseles de nada.

Pero el “mundo” es también parte del problema sirio, ¿no es verdad?

En beneficio del lector anónimo, debe afirmarse claramente que el problema de Siria en estos momentos no es sólo el régimen, el Daesh, el Frente Nusra y la organización nacionalista kurda del PYD. Hay una inmensa tercera parte, que son las potencias internacionales, a saber, EEUU y Rusia. Sus posiciones a partir de 2013 han registrado un notable acercamiento que culminó en la coordinación directa política y militar desde septiembre de 2015. Quienes apoyan abiertamente el asadismo, como los rusos, o los que se oponen a su caída, como los estadounidenses, no son los únicos poderes ineludibles necesarios para encontrar una solución en Siria, pero son los poderes que deberían ser responsables de la solución y del puesto que la justicia ocupe en la misma. Estas dos partes no han expresado interés alguno en las cuestiones de justicia, democracia y sostenibilidad.

Los estadounidenses y los rusos controlan el Consejo de Seguridad, las Naciones Unidas y los medios de comunicación más poderosos, estableciendo también las agendas de los foros internacionales en los que participan, algo de lo que Barack Obama se jactó hace pocos meses.

Por tanto, si tenemos en cuenta esta dimensión internacional como componente fundamental del problema, es necesario interrogar directamente a las potencias internacionales intervinientes, que son inmensamente más poderosas que el Estado asadista o sus aliados, y desde luego mucho más poderosas que cualquier grupo de resistencia sirio, o el Daesh o el “PYD”.

Y sin embargo, desde una perspectiva siria, la solución por la que estas potencias están presionando parece ir, por un lado, desde reclamar las tierras que están fuera del control de Asad para restaurar en definitiva la “Siria de Asad” a, por otro, rendirse ante la abismal situación actual, caracterizada por la guerra perpetua y una división de facto del país. La segunda opción, que parece ser la preferida hoy por los estadounidenses, significa sacrificar Siria para que el régimen asadista sobreviva y ni siquiera asegurar la destrucción del Daesh.

En cualquier caso, aquí estamos, en el mundo del poder absoluto, que impone su lógica hasta que llegue el momento en que de nuevo nos preguntemos: ¿Cuál es la próxima explosión?

Entonces, ¿de dónde puede venir la solución?

No hay solución para Siria, querido lector desconocido, porque los poderes que controlan el mundo son parte del problema, cuando no el problema mismo. Esos poderes no son justos. El mundo entero, no sólo Siria, se deteriora gravemente como consecuencia de sus políticas. Esta realidad no deja espacio para una propuesta con soluciones racionales y justas, y además contribuye a la explosión total en Siria y a las tensiones alrededor de Siria.

Hemos llegado a un punto muerto: Quienes se preocupan por la justicia carecen de poder y quienes tienen poder no se preocupan por la justicia.

De todas formas, sentimos que es necesario ser claros. Damos testimonio, ante nosotros mismos y ante nuestra época y, a través suyo, lector anónimo nuestro, nos dirigimos también a otros lectores objetivos que pudieran no estar de acuerdo con todos los elementos de esta propuesta. Puede que consideren la necesidad de que nos centremos en algunos de sus elementos o de añadir otras consideraciones. Sin embargo, están motivados, al igual que nosotros, por la búsqueda de la justicia, la mayor cantidad de justicia para el mayor número de personas.

Al fin y al cabo, el objetivo del autor es que los problemas puedan verse con claridad, al igual que las responsabilidades. Los rostros de la injusticia están claros, al igual que los horizontes de la justicia. Necesitamos poner mucha atención y trabajar duro en los matices, en ideas prácticas innovadoras y, antes de eso, necesitamos la participación del mayor número posible de personas en la reflexión y en la puesta en marcha. De lo que estamos hablando no es sólo de una solución a una crisis política en Siria; hay que restablecer también la estructura estatal, las relaciones dentro de la sociedad y la concepción de la identidad, con un espíritu de moderación, pragmatismo e imparcialidad.

Lo que no necesitamos es la desaparición de otra generación y que sobrevengan más catástrofes colosales, sólo para que alguien diga: “Yo no sabía…” Todo el mundo sabe. Aunque quienes se dirigen de cabeza hacia el abismo con los ojos bien abiertos no sean tan pocos.


[Este artículo fue traducido del árabe al inglés por Yasser EzZayyat.]

Fuente: http://aljumhuriya.net/en/syrian-re...

Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.

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