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Rusia se adapta a la guerra híbrida del siglo XXI (Rubén Ruiz Ramas)

Rusia se adapta a la guerra híbrida del siglo XXI (Rubén Ruiz Ramas)

El conflicto en Donbass ha sido asimétrico, multidimensional, con objetivos flexibles… Un repaso de cómo Moscú se muestra diestro en el arte de la guerra híbrida.

La guerra del Donbass en Ucrania posee conceptualmente una complejidad que permite identificar elementos en ella de distintas aproximaciones como son la guerra civil, guerra proxy (guerra por delegación), guerra asimétrica, guerra de cuarta generación o guerra en red. En el último año el concepto más en boga para referirse en conjunto a lo acontecido en Crimea y el Donbass es el de conflicto no lineal o el más común de guerra híbrida.

A diferencia de una invasión militar a gran escala o una contienda bélica con frentes clásicos, la guerra híbrida combina el empleo de estrategias militares no convencionales con operaciones hostiles de inteligencia, información, comunicación o amenazas y presiones políticas que entran en el terreno de la guerra psicológica. Acciones que buscan derrotar, debilitar o someter la voluntad del adversario. Operativos de fuerzas especiales encubiertos, grupos armados actuando como proxies, inteligencia subversiva, sabotaje, ciberguerra, guerra de información o la presión económica y amenaza de sanciones, entre otros, son instrumentos de guerra híbrida. Comúnmente, en esta modalidad bélica distintos actores externos patrocinan y asisten a uno de los contendientes. Por ello, las acciones de terceros Estados en este contexto se miden en su nivel de intensidad pero también en el grado de autoría asumida, ya que muchas de esas actuaciones son clandestinas o encubiertas. Aunque el empleo en uno u otro grado de este tipo de estrategias es común a toda potencia mundial, Estados Unidos y la CIA no necesitan maestro, en el vocabulario de inteligencia ruso hay dos conceptos de larga tradición que encajan en una guerra híbrida: las aktivnye meropriyatiya (medidas activas), operaciones de inteligencia en el exterior dirigidas a influenciar la vida política de un determinado país; y los métodos de maskirovka, tácticas de engaño y falsificación utilizados por las Fuerzas Armadas (FFAA) de Rusia.

Si bien en el debate de la crisis ucraniana se han presentado este tipo de prácticas como novedosas y sacadas de la mente ladina y atestada de ardides del presidente ruso, Vladímir Putin, su empleo es tan antiguo como lo es la propia guerra. En esencia sus planteamientos teóricos ya están en los clásicos occidentales, como Carl von Clausewitz, u orientales, como Sun Tzu. El ejemplo seminal de guerra híbrida contemporánea, distinguida principalmente por el salto tecnológico experimentado, es la Guerra del Líbano en 2006 que enfrentó a Israel y a la organización libanesa chií Hezbolá. Ejemplo que sirvió al periodista Frank Hoffman para conceptuar la guerra híbrida del siglo XXI. Pero las experiencias hostiles híbridas son una constante histórica. No menos en el contexto ruso. El investigador Vladímir Voronov, tras navegar en los archivos soviéticos, confirma que las aktivnye meropriyatiya están ya presentes en las tácticas de Josef Stalin y la inteligencia soviética en sus operaciones en Manchuria y Polonia en los años 20 y 30 del siglo pasado. En cuanto a los métodos de maskirovka, mucho antes de los hombrecillos verdes de Crimea, la propia invasión de Afganistán en diciembre de 1979 se inició con 700 spetsnaz procedentes del Asia Central soviética ataviados con uniformes afganos. Ellos serían los primeros en ocupar el palacio del presidente Jafizulá Amin.

En los últimos tres años las páginas de la publicación rusa Voenno-promyshlennyi kurer (El Correo Industrial-Militar) recogen un debate acerca de la modernización de tácticas y técnicas asociadas a la guerra híbrida. El artículo probablemente más influyente, y seguro más citado, lleva la firma del Jefe del Estado Mayor de las FFAA de Rusia Valery Gerasimov, quien adapta los fundamentos teóricos de la guerra híbrida, que él denomina guerra no lineal, a los actuales desafíos de la Federación Rusa. Hay quien ya habla de la “Doctrina Gerasimov”, lo cual es arriesgado por dos motivos. Primero porque muchas de las tácticas puestas en práctica en Crimea o el Donbass fueron ya introducidas por su predecesor en el cargo, Nikolai Makarov, así como por otros teóricos militares como el General Majmut Gareyev o el Coronel General Anatoly Zaitsev. Segundo, porque como el mismo Gerasimov subraya no hay un modelo de guerra híbrida aplicable a distintos escenarios. No hay una doctrina militar holística. Cada conflicto exige un enfoque particular que no puede ser aplicado como una plantilla en la siguiente contienda. De hecho, la flexibilidad es un rasgo intrínseco a la guerra híbrida.  

Sea como fuere, la guerra híbrida ya forma parte del vocabulario del conflicto de Ucrania. La OTAN en su cumbre de Cardiff de septiembre de 2014 ya apuntaba la necesidad de dar respuesta a “amenazas de guerra híbrida” y “amenazas híbridas”. En paralelo se hacía publica la creación de la fuerza acción inmediata en los Estados miembros de Europa del Este. Desde Rusia, la respuesta para la galería la dio el ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, utilizando el concepto para definir las revoluciones de colores según él orquestadas por Occidente. Y la respuesta real llega con la creación del Centro Nacional para la Defensa, básicamente un órgano capaz de coordinar y gestionar una guerra híbrida con la mayor precisión. Finalizando, el fundamento teórico-práctico de una guerra híbrida se puede dividir en los siguientes cuatro puntos:

En primer lugar, comúnmente, como sucede en una guerra por proxy, una guerra híbrida incorpora la implicación de una o varias potencias que tratan de influir en un conflicto de manera determinante sin intervenir directamente a gran escala. Se desarrollan tácticas que permiten interferir en conflictos fuera de sus fronteras, maximizar las debilidades del enemigo y, al mismo tiempo, evitar una confrontación abierta. La esencia táctica es alcanzar los objetivos sin abrir fuego y mantener al ejército regular como elemento de disuasión y contención.

En segundo lugar, a causa del tipo de fuerzas que entran en contienda, su organización, sus estrategias, tácticas y objetivos, la guerra híbrida reúne particularidades de la guerra asimétrica. Mark Galeotti se refiere a la guerra del Donbass como una geopolítica de guerrillas, y es que existen no pocas similitudes con la clásica guerra de guerrillas: una cadena de mando descentralizada, unidades sin contacto entre sí, flexibilidad estratégica, los enfrentamientos frontales de largas formaciones dejan paso a emboscadas, maniobras envolventes y cercos a unidades completas. Como subraya Gerasimov en las operaciones las “diferencias entre niveles estratégico, operacional y táctico, así como entre ofensivo y defensivo, se diluyen”. Sin grandes frentes, la no linealidad convive con la multilinealidad en que las acciones asimétricas son de uso masivo, “capacitando la anulación de las ventajas del enemigo”. Por último, Gerasimov prioriza garantizar la operatividad de las infraestructuras, comunicaciones y suministros en los territorios ya controlados, así como quebrar las del enemigo.

En tercer lugar, la guerra híbrida es multidimensional. El conflicto trasciende el escenario militar para alcanzar también la economía, las nuevas tecnologías de comunicación (ciberguerra), la inteligencia o los medios de comunicación y redes sociales mediante la llamada guerra de la información. La relevancia de los métodos no militares en la consecución de los fines estratégicos es creciente. Estas dimensiones de contienda o competición se dan en tres campos de batalla: el propio del enfrentamiento armado, el de la percepción de la población local; y el que acontece en la comunidad internacional. El elemento central en los métodos no militares es la comunicación. Siendo los medios y las redes sociales tanto instrumento como arena de enfrentamiento bélico. El propio conflicto de Ucrania puede ser definido como la principal guerra de la información en la era online.

Por último, una guerra híbrida es una contienda con objetivos flexibles y opacos. Una idea destacada por Gerasimov es que no importa que las fuerzas del enemigo sean superiores, siempre se pueden encontrar métodos para vencer maximizando sus debilidades y ajustando los objetivos. Es un reconocimiento explícito de inferioridad militar frente a EE UU y la OTAN hoy –y probablemente China mañana–, e implícito de que la solución para Moscú no es renunciar a los conflictos, sino jugarlos en las mejores condiciones para ganarlos. Para ello, los objetivos de las operaciones deben ser ajustados a lo alcanzable (para ganar no es necesario independizar toda la Nueva Rusia del Donbass hasta Transnistria, sino crear condiciones de desestabilización en Ucrania), opacos (tanto para los enemigos como para los aliados) y flexibles (en tanto que no se busca una victoria total, la maniobrabilidad en este sentido es amplia). Sin plantillas reutilizables, cada guerra es única y ha de ser diseñada en función de sus singulares exigencias.

Rubén Ruiz Ramas

Publicado originalmente en esglobal.org

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