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Policía: La militarización de nuestras vidas

Lunes.15 de enero de 2024 3601 visitas - 3 comentario(s)
Grup Antimilitarista Tortuga #TITRE

Traemos a portada esta reflexión que el Grup Antimilitarista Tortuga realizó hace unos años y que se publicó en esta web en mayo de 2015, dada la actualidad y vigencia del debate sobre la institución policial ante los fastos propagandísticos con que está siendo celebrado el 200 aniversario de la Policía Nacional española. Nota de Tortuga.


3 de mayo de 2015

Compartimos de nuevo una reflexión grupal que nos ha llevado largo tiempo de estudio y debate. En este caso analizamos la institución policial como forma de militarismo cercana y cotidiana y estudiamos cuales podrían ser las posibilidades reales de superarla en una sociedad mejorada. Esperamos que sea de interés y estamos abiertas a recibir opiniones y comentarios desde cualquier perspectiva (con el debido respeto, naturalmente). Nota de Tortuga.


Repasando el inicio de un anterior documento de Tortuga “Respuestas al crimen en la sociedad actual. ¿Es posible abolir la cárcel? Visión desde el antimilitarismo noviolento” recordamos nuestra afirmación de que en un país como el reino de España sería posible abolir las fuerzas armadas de un día para otro. Una vez recolocadas laboralmente o reconvertidas las personas afectadas, la vida en términos generales seguiría igual. De hecho hay estados en el mundo que han abolido su ejército o que nunca lo han llegado a tener. En cambio la institución de la prisión pensamos que solo puede ser abolida de la mano de importantes transformaciones socioeconómicas.

Si nos fijamos en las actuales instituciones policiales la conclusión es similar. Da vértigo solo imaginar que una sociedad tan compleja, tecnologizada, llena de intereses contrapuestos y deseducada al máximo en lo axiológico pueda quedarse de golpe y porrazo sin algún tipo de arbitraje ejecutivo que gestione la conflictividad. Baste un solo botón de muestra para ilustrar este punto de vista:

"Las relaciones en un pueblo de 20 personas suponen tan solo 190 interacciones bipersonales (20 personas por 19 veces dividido por 2) . Pero en un pueblo de 2.000 personas el número de interacciones se dispara hasta 1.999.000. Cada una de estas interacciones tiene el potencial de explotar en una discusión con violencia. Cada agresión violenta (ya sea psíquica o física) suele conducir a un contraataque violento, iniciando un ciclo de violencia que puede acabar con consecuencias a menudo trágicas y que desestabilizan la sociedad. (...)
En una población en la que muchas personas son familiares próximos y todo el mundo conoce a todo el mundo por su nombre, los familiares y amigos que se tienen en común intervienen en las disputas. Pero tan buena circunstancia queda superada cuando se traspasa el umbral de varios centenares por debajo del cual es posible conocer a todo el mundo. A partir de ahí el creciente número de interrelaciones se da entre extraños no emparentados. Cuando dos extraños pelean, pocas personas presentes serán amigas o familiares de ambos adversarios a la vez, con interés personal en detener la contienda. En cambio, muchos espectadores podrían ser amigos o familiares de un solo adversario y se pondrían de parte de esta persona, haciendo que el conflicto entre dos personas pasara a ser una batalla campal. Una sociedad grande que continúe manteniendo la resolución de los conflictos en manos de todos sus miembros tiene garantizada la explosión. Este factor, por si solo, explicaría por qué las sociedades integradas por miles de miembros solo pueden existir si desarrollan una autoridad centralizada que monopolice la violencia y resuelva los conflictos."
Tomado y traducido de: “Perquè ens oposem políticament a les ciutats?”

La argumentación de la reseña atiende únicamente a una cuestión numérica pero, como decimos, hay más datos. Es evidente que una sociedad que basa su funcionamiento y la educación de sus individuos en una competición por acaparar recursos en lugar de en la cooperación va a resultar conflictiva per se. Una sociedad que a lo largo de décadas e incluso siglos ha ido construyendo y consagrando terribles desigualdades de poder y propiedad no puede sino ser violenta en grado extremo y en diferentes niveles. Incluso por muchas mejoras que pudiéramos hacer en el más hermoso sueño reformador, la conclusión es nítida: El tipo de vida de la sociedad capitalista occidental no es posible sin una institución central con capacidad coactiva.

Pero de esta conclusión podemos extraer un par de interrogantes:

Como decimos, la institución policial es básica para que el estilo de vida de las sociedades occidentales pueda pervivir. Pero, ¿qué pasa con las personas excluidas de esas sociedades? ¿Qué pasa con las poblaciones empobrecidas del Sur a costa de las cuales mantienen su nivel de vida las del Norte? Es de creer que todas esas personas perjudicadas habrían de desear el desmantelamiento de los dispositivos violentos que mantienen el desequilibrio de recursos. Por ejemplo que no existiera un cuerpo policial en las costas del estado español que dispara sobre quienes intentan llegar a ellas.

Por otra parte nos podemos preguntar como personas habitantes de una sociedad occidental, que como tales nos beneficiamos de forma directa e intensa de la acumulación de recursos que aquí se da gracias al esfuerzo de colonialismos militares y económicos y a las fronteras defendidas policialmente, si nos conformamos con este orden de cosas o si deseamos su superación radical. Como se puede leer en más de un sitio (por ejemplo: http://www.grupotortuga.com/Nosotro...), el capitalismo somos nosotros mismos/as; quienes le damos cuerpo instalando la práctica totalidad de nuestras vidas en su seno.

La policía como militarismo

Hagamos una abstracción y pensemos en una sociedad determinada en la que una minoría de sus miembros ha logrado hacerse con una parte principal de la riqueza y los medios para producirla y del poder político (idea que tomamos de aquí: http://www.grupotortuga.com/Que-es-...). La mayoría queda desposeída en grado importante de lo que venía siendo suyo y que en algún momento anterior estaba repartido de forma más o menos igualitaria.

En principio entendemos, siempre dentro de esa abstracción, que la resignación a toda costa no suele ser lo propio de los seres humanos. Lo normal es que los desposeídos traten de recuperar lo suyo. Y lo lógico podría ser también que si la minoría acaparadora no devuelve de buen grado lo que tomó de forma ilegítima, que la mayoría lo expropie por la fuerza aprovechando su superioridad numérica. ¿Qué puede hacer la minoría en el poder para defender su conquista y aún aumentarla? Pues puede, por ejemplo, desarrollar algún mecanismo adoctrinante para convencer a la mayoría de que las cosas inexorablemente han de ser así. Pero eso en todo caso suele requerir mucho tiempo, generaciones incluso. La solución obvia e inmediata es la de dotarse de algún sistema de violencia que supere a la que puede ejercer la mayoría excluida. Esos sistemas de violencia que el poder (económico y político) implementa para perpetuarse como tal son el militarismo. Desde esta óptica pensamos que no hay diferencia esencial entre un ejército y una policía (y la institución carcelaria que es epígono de la anterior). Ejército, policía y cárcel (junto a otros sistemas coactivos de menor entidad e instituciones auxiliares de las anteriores como el sistema judicial) son expresiones hermanas de violencia organizada que dan respuesta a diferentes necesidades de quienes dominan cada sociedad. Es por ello que cuando cada año el movimiento antimilitarista propone la campaña de Objeción Fiscal al Gasto Militar la cifra total calculada de dicho gasto incluye a las tres instituciones citadas.

Centrándonos en institución militar e institución policial y simplificando un poco el tema para que pueda comprenderse mejor, podríamos decir que la primera es una forma de militarismo que tiene como principal función el despojo y la defensa del botín frente a personas que viven lejos. La segunda, la policía, complementando la anterior, es una forma de militarismo que se dedica a mantener bajo control a quienes viven más cerca del propio poder.

El militarismo castrense, el ejército, podríamos decir que desde su origen no va más allá de ser la capacidad violenta en forma de personal y armamento que un grupo de malhechores autolegitimados socialmente logra reunir para robar a terceros. Si, por poner un ejemplo, nos remontamos a la Edad Media, época de fronteras difusas en la que no había naciones ni estados tal como los conocemos hoy, la razón principal para la guerra era el pillaje. En la península ibérica era habitual cada verano la asociación de algunos nobles -es decir malhechores- presididos por un rey que no solía ser mucho más que un primus inter pares, quienes ponían en pie un ejército para realizar una “campaña” militar en la frontera más cercana o más desguarnecida con el fin principal de lograr un buen botín y asegurar el cobro de tributos por parte de las poblaciones civiles asaltadas. Hoy en día, haciendo las correspondientes traslaciones, los ejércitos de los países del primer mundo siguen teniendo la misma función: hacer la guerra en fronteras difusas y lugares remotos a fin de asegurar a las clases dominantes de los países occidentales un acceso privilegiado a materias primas, fuentes de energía, rutas de transporte, control comercial de determinadas zonas etc. Ello sin nombrar a la industria militar y el comercio de armamento, inseparable de la institución castrense y gran agente de negocios y desigualdades. Todo ello se traduce en un aumento siempre creciente de la riqueza y poder que acaparan. Dicha riqueza no deja de redundar de alguna forma, como decíamos arriba, en la capacidad de consumo de los habitantes medios de los estados donde se afinca el poder mundial. No en balde la famosa lucha de clases lo es hoy fundamentalmente en forma de población de países ricos versus población de países empobrecidos (http://www.grupotortuga.com/Vosotro...).

Por su parte el militarismo policial es también la capacidad violenta en forma de personal y armamento que un grupo de malhechores autolegitimados socialmente logra reunir para robar a terceros y defenderse de ellos tras el robo. La diferencia con la forma de militarismo anterior es que en este caso esos terceros son sus propios conciudadanos.

Podemos romper una lanza para pensar que la policía no es una institución tan irrenunciable como la percibimos en nuestro imaginario y a tenor de los datos antes expuestos. La institución policial (y la cárcel como lugar donde cumplir condenas judiciales) son una creación relativamente reciente. En otros tiempos lo más parecido a una policía eran los soldados o alguaciles a sueldo de algún poder nobiliario o regio, encargados de custodiar edificios de su empleador, hacer cumplir algunos decretos y sentencias en los aledaños de su sede y recaudar tributos. De la misma forma lo más parecido a una prisión eran los calabozos o mazmorras en algún castillo o fortaleza en los que mantener a algún miembro rival de la misma nobleza, o poder recluir temporalmente a cualquier individuo sobre el que el poder judicial o eclesiástico local tuviera algún interés. No existía en lugar alguno una institución policial como la actual, entendida como un despliegue de funcionarios que abarcan todo el territorio administrado e intervienen en las relaciones sociales monopolizando el uso de la violencia según el arbitrio del poder central. De hecho la palabra “policía” no surge hasta el siglo XVIII, en Francia. La primera policía propiamente dicha en territorio español no se crea hasta 1844, año de la fundación de la Guardia Civil, la cual tardaría aún décadas en desplegarse de forma efectiva por todo el territorio del estado.

La creación de policías, de hecho, en todas partes camina pareja de la implementación de los modernos estados-nación en manos de la floreciente burguesía decimonónica. Son estos nuevos detentadores de poder y riqueza propulsados por las posibilidades tecnológicas tras la revolución industrial quienes van a iniciar el robo a gran escala de sus propios vecinos proletarizando en sus industrias al campesinado. El más que estudiado expolio masivo de plusvalía que sucede en tales momentos va a dar lugar al movimiento obrerista obligando a la clase en el poder a dotarse de un potente sistema policial para defenderse de sus propios gobernados/empleados. De hecho, como bien explica Paul Lafargue en el ilustrativo párrafo que copiamos a continuación, en ese primer momento la burguesía industrial utiliza a la institución castrense, al ejército, para desempeñar las funciones represivas contra el proletariado que pronto serán propias de la forma especializada y evolucionada de militarismo que denominamos policía.

“Ya no se puede conservar la ilusión sobre el carácter de los ejércitos modernos. Ellos son mantenidos en forma permanente sólo para reprimir al "enemigo interno"; es así que los fuertes de París y de Lyon no fueron construidos para defender la ciudad contra el extranjero, sino para aplastar una revuelta. Y si fuera necesario un ejemplo irrefutable, podemos mencionar al ejército de Bélgica, ese paraíso del capitalismo; su neutralidad está garantizada por las potencias europeas, y sin embargo su ejército es uno de los más fuertes en proporción a la población. Los gloriosos campos de batalla del valiente ejército belga son las planicies de Borinage y de Charleroi; es en la sangre de los mineros y de los obreros desarmados donde los oficiales belgas templan sus espadas y aumentan sus charreteras. Las naciones europeas no tienen ejércitos nacionales, sino ejércitos mercenarios, que protegen a los capitalistas contra la furia popular que quisiera condenarlos a diez horas de trabajo en las minas o en el hilado.”
Paul Lafargue, “El derecho a la pereza”. 1883

Asimismo el militarismo policial recién creado irá acompañado de la puesta en marcha de otros métodos de control y persuasión de más lento -pero no menos eficaz- recorrido. Por ejemplo, la escuela obligatoria se instaura en España en 1857.

Desde los tiempos de los esbirros y alguaciles a la actualidad las diversas policías al servicio del poder económico acantonado en el centro y alrededores de la institución del estado han expoliado a los gobernados. Los impuestos, sobre cuya instauración solo el poder decide, ayer y hoy se pagan bajo coacción. No solo eso: como decimos, la policía es garante de que ningún movimiento organizado de obreros vaya a poner en peligro la cuenta de beneficios que el patrón obtiene de la explotación de sus asalariados.

Igual que se defiende el expolio se defiende la dictadura. La policía pone su capacidad de violencia al servicio de quienes detentan la concentración de poder gobernando la sociedad desde su torre de marfil. El obrerismo más decidido de hace una centuria tanto como el más moderno y “civilizado” ciudadanismo, ayer y hoy, se topan con los agentes uniformados cada vez que se reclama una mayor cota de participación, de democracia, más allá de la que el propio poder concede por su propio pie de forma preventiva para evitarse males mayores.

En cuanto a la metodología empleada, ésta consiste en el uso de la violencia a gran escala. Es uno de los rasgos definitorios de “militarismo”. No se ha dado progreso “civilizador” con respecto a culturas anteriores en las que el uso de la violencia como autodefensa personal y colectiva era algo no cuestionado. El único avance que se nos pregona radica en el monopolio que ha constituido el poder para seguir ejerciendo esas violencias al tiempo que se prohíbe y persigue cualquier otro uso particular no bendecido por la propia gobernación. La desventaja evidente con respecto a lo que había antes se encuentra en la pérdida de decisión y control por parte de los gobernados sobre el uso de la violencia institucional y en el blindaje y perfeccionamiento que el propio poder consigue con ello. Esta realidad se complementa con la inyección de mensajes en el proceso educativo de la infancia y en los mass media según los cuales la violencia es algo inmoral, censurable y siempre reprimible (precisamente con violencia) al tiempo que se loa a las instituciones violentas del estado, llamadas eufemísticamente “cuerpos y fuerzas de seguridad”, y se las salvaguarda de toda crítica moral o de legitimidad. La incongruencia llega a ser aceptada con naturalidad por la gran mayoría de la sociedad. Así no es de extrañar que en un colegio de primaria se adorne el patio con globos y palomas de la paz en el Día Escolar por la Paz y la Noviolencia, y al mes siguiente las niñas y niños reciban la visita de algún cuerpo policial o militar y asistan en el mismo patio a una demostración de metodologías violentas y uso de armamento.

Evidentemente desde el antimilitarismo noviolento no es posible aceptar ningún tipo de violencia, sea legal o sea ilegal, sea institucional o sea particular, sea sistémica o sea insurgente. El único avance social que se puede proponer en tal sentido se encuentra en la superación de la violencia como método para abordar conflictos y su sustitución por otro tipo de herramientas igualmente útiles pero más respetuosas con todos los seres humanos y su integridad personal a cualquier nivel.

La necesidad de la policía hoy

Una vez aclarada cual es la génesis y razón de ser de la institución policial, hay que decir que hoy, además de la defensa de los intereses del propio poder, las diferentes policías ejercen funciones necesarias para garantizar unos mínimos de convivencia en el actual contexto social. Sería pertinente plantearnos si muchas o algunas de esas funciones podrían ser resueltas directamente por la propia sociedad o por algún otro tipo de policía que no actuase con violencia. Pero, en cualquier caso, no son asuntos que puedan ni deban quedar desatendidos.

Como se sugería al principio, las colectividades pequeñas independientes eran capaces de gestionar su conflictividad interna, la criminalidad ocasional e incluso alguna agresión externa sin la necesidad de liberar trabajadores especializados en la coacción. (Ver por ejemplo, la resolución de homicidios entre los nuer con su “jefe de la piel de leopardo” de la que hablábamos en el documento sobre las cárceles citado arriba). En colectividades algo mayores se dan ejemplos de instituciones de mediación y salvaguarda basadas en la autoridad moral o en el respaldo de la colectividad y no en la violencia. Un ejemplo contemporáneo que nos gusta mucho en tal sentido es el de la Guardia Indígena en Colombia , un cuerpo policial desarmado, popular, que media y protege a los suyos sin usar la violencia incluso en mitad de una guerra.

Sin embargo no vivimos en una de esas sociedades. En el mundo capitalista y urbano de occidente la autoridad moral no tiene ya vigencia y la presión social hacia los posibles infractores de normas y consensos no sucede, ya que no existe la colectividad organizada. Cualquier función que en su día hubiera sido autogestionada por dichas colectividades hoy se encuentra en las manos del capital-estado. No hace falta redundar, imaginamos, en las consecuencias nocivas del mundo en que vivimos: la exigencia de competitividad darwinista por el éxito social, el alejamiento de la naturaleza, la evolución vertiginosa de tecnología, cultura y organización social, a mayor velocidad de la que la mayoría de los individuos y toda sociedad es capaz de asimilar sin conflicto y ruptura, la pérdida de importancia de los valores morales colectivos, el triunfo del individualismo materialista, las desigualdades sociales y económicas, la delegación de casi cualquier cosa en los funcionarios del estado, la preeminencia del trabajo asalariado con sus consecuencias de vulnerabilidad económica y tantas otras cosas son datos que configuran un mundo terriblemente desequilbrado. En esta sociedad el modelo de persona resulta desarmónico y conflictivo. Todo ello incide en un tipo y magnitud de criminalidad muy distinta a la de las sociedades de las que hablábamos antes.

Incluso existiendo nutridos cuerpos policiales en el estado español, el crimen, no solo espontáneo sino también organizado, no cesa. Mucho habría que reflexionar sobre las causas de esa criminalidad amenazadora: la pobreza, la injusticia y desigualdad, la educación, la segregación tienen mucho que ver. Ello sin nombrar lo bien que al poder le viene nuestro miedo para poder reforzar sus aparatos de violencia (sin hablar del dinero que mueve el negocio carcelario). No en balde ese miedo se alimenta sin pudor a diario desde los medios de comunicación, los cuales exageran los valores reales de la amenaza todo lo que pueden. No obstante, como venimos diciendo todo el rato, la sociedad es la que es y, sea cual sea la causa de la criminalidad, mientras seguimos viviendo en ella algo tenemos que hacer para protegernos.

Dice César Manzanos: “El problema que tenemos no es decir que podemos funcionar en esta sociedad sin policía. No, no, la utopía que estamos viviendo y que vive la gente es que podemos funcionar en sociedad a pesar de la policía. Y si no hacemos esta reflexión, creo que estamos equivocados. Porque la policía o las policías, o las cárceles, o los ejércitos, son los que están generando los grandes y graves problemas de seguridad que tenemos en el planeta. Sin ninguna duda.” (http://www.bideahelburu.org/que-tip...)
Sin embargo en nuestra “maravillosa” sociedad de consumo y espectáculo necesitamos personal armado que impida que nuestras casas sean asaltadas, que nuestros coches sean robados, que nuestros cuerpos sean violados o agredidos de otras formas. No deseamos la situación de una Honduras o una Guatemala, por ejemplo, estados en los que es frecuente el acto de matar primero para robar después. Llegamos hasta a necesitar agentes uniformados que multen a conductores temerarios en las carreteras o que ordenen bajar el volumen de la música en el pub de abajo. Así caemos en la paradoja de reclamar como solución de esos males a una institución, la policía, que, por defender el poder que defiende, como bien sugiere Manzanos, a su vez es cooperante necesario para que las cosas sean como son. La policía viene a ser tanto solución del problema que pretende resolver como parte de la causa.

El consolidado poder económico y político de los estados nación del siglo XXI (coordinados a su vez en un “Occidente global”) no solo controla a sus gobernados por la fuerza amenazante y ejecutiva de la violencia. Como decíamos arriba lo hace también por la persuasión. De la mano de poderosos aparatos adoctrinantes el ciudadano medio de los actuales estados occidentales vive conforme en términos generales con el status quo en el que reside. Una de las fórmulas que el poder emplea para obtener la aquiescencia ampliamente mayoritaria es el haberse constituido en un provisor de servicios. Que sea la institución estatal quien ponga escuelas, sistemas de salud, seguros de desempleo y jubilaciones, infraestructuras y servicios básicos al abasto de las clases populares, además de destruir paulatinamente cualquier vínculo organizativo autogestionado que pudiera haber habido antes y convertir a cada habitante del estado en un dependiente del mismo a perpetuidad, logra hacer creer a la gran mayoría que el poder es una suerte de ente benéfico creado por contrato social. Ahora el estado ya no es el estado y se convierte en “lo público”. Es en esta clave cuya máxima expresión es lo que se conoce como estado de bienestar donde se ubica el “servicio policial”, el cual es comprendido y colocado a la misma altura que cualquier otro de los dispositivos asistenciales que el estado pone generosamente a disposición de sus súbditos para asegurarse su apoyo y la “paz social”. No en vano el “que pongan más policías en las calles” suele ser una reivindicación de gran base popular.

El estado de derecho

Se define estado de derecho como “aquel que se rige por un sistema de leyes e instituciones ordenado en torno de una constitución, la cual es el fundamento jurídico de las autoridades y funcionarios, que se someten a las normas de ésta. Cualquier medida o acción debe estar sujeta o ser referida a una norma jurídica escrita.” Y es bien cierto que las autoridades cuando se dirigen a la ciudadanía enarbolan con fuerza el discurso de “la ley”, la cual es de obligado cumplimiento y es igual para todos. Siempre olvidan recordar que son ellos, los poderosos, quienes la hacen y modifican a su antojo. Ésta, junto con el turbio sistema de partidos y elecciones que pretenden disfrazar de democracia, es una de las exitosas falacias que legitima el estado de dominación y dependencia.

A poca gente escapa que no se exige ni se va a exigir el mismo grado de cumplimiento legal a un ciudadano medio que a un preboste o a un funcionario policial o carcelario. En la persecución de la delincuencia común como en la represión de la disidencia política es ancha la manga que los funcionarios policiales utilizan para forzar los límites legales, cuando no para pulverizarlos por completo en sus actuaciones.

Podríamos hacer una inacabable lista de desmanes policiales habituales (alguno que otro sufrido en propias carnes). Desde la prepotencia con la que tantos funcionarios policiales se relacionan con la ciudadanía hasta terribles torturas, ni mucho menos infrecuentes, e incluso asesinatos probados de personas bajo custodia policial. Pasando por todos los grados intermedios (Ver artículo: “Cómplices necesarios: Las fuerzas del orden” ). Tales actuaciones, gravemente atentatorias contra el propio “estado de derecho” que se supone que estos cuerpos están para defender y garantizar, suceden con sorprendente normalidad y cotidianeidad amparadas por la impunidad que les proporciona el poder. Comenzando por las dificultades para identificar a un policía infringiendo la ley en un operativo, continuando con las amplísimas facilidades procesales exculpatorias que dichos agentes encuentran en caso de que alguna denuncia contra ellos prospere y terminando con frecuentes y ominosos indultos por parte del gobierno (Ver artículo: “¿Por qué hay tan pocos policías españoles cumpliendo condena por torturas?” ). Por el descaro con el que todo esto ocurre, pareciera que el poder desea que a la ciudadanía le quede claro el mensaje de que si osa desafiarle no solo va a tener que enfrentarse a la legalidad vigente, sino también a la paralegalidad policial y judicial también vigente, teniendo en todos los casos las de perder.

En el momento actual asistimos a un proceso de ampliación de las facultades policiales, de la mano de un neto recorte de lo que se entendían como “derechos ciudadanos”. No solo continuos endurecimientos del Código Penal y creación de leyes para ampliar las prerrogativas de los agentes al tiempo que se ponen trabas a las actividades políticas en la vía pública, como la nueva Ley de Seguridad Ciudadana (noten lo irónico del nombre), llamada popularmente “Ley Mordaza”. También crece el apoyo del poder a la actuación policial de tipo brutal. Son elocuentes hechos como la condecoración de los mandos de un operativo de antidisturbios que había causado heridos de gran consideración por lanzamiento de bolas de goma. Dichos mandos incluso habían sido denunciados por los propios agentes por la saña e ilegalidad del dispositivo.

En teoría no serían necesarias estas políticas que alientan la extralimitación policial si la actuación de la institución se limitase exclusivamente a la función social de perseguir la delincuencia común de la que hablábamos antes. Pero también en este caso, como en tantos otros, el pragmatismo inyectado en vena ha superado a la ética y mucha, demasiada, gente no ve mal que se maltrate y torture a determinados delincuentes durante la detención y en los interrogatorios policiales. De la misma manera que hay estados de opinión cada vez más favorables a la cadena perpetua y aún a la pena de muerte. Es el típico “si torturan a un terrorista para sacarle información, yo miro para otro lado”. Y aún podemos dar gracias porque en otros lugares, por ejemplo Israel, la tortura policial en los interrogatorios es perfectamente legal. El caso es que ese mirar hacia otro lado consagra una práctica que es tristemente habitual en las comisarías y cárceles españolas y que ha sido denunciada hasta la extenuación -siempre de forma estéril- por entidades de derechos humanos de dentro y fuera de las fronteras del estado.

Los agentes de policía; personas como nosotros

Al igual que sucede con las personas pertenecientes al ejército y al cuerpo funcionarial de carceleros/as, quienes prestan sus vidas para integrar la institución policial, como afirma Galeano, no son monstruos extraordinarios. En general son gente normal y corriente, educada en esta sociedad. Gente que principalmente entiende el formar parte de la policía como una manera de resolver la vida accediendo a un trabajo seguro y bien remunerado. No pensamos que en la mayoría de los casos haya una opción ideológica previa de tipo ultraderechista (si bien sí de da en cierta medida) a la hora de decidir optar a esta ocupación laboral. Más bien una falta de criterios ideológicos profundizados o una interiorización de los valores puestos en circulación por el propio poder. El deseo de optar a un jugoso trabajo asalariado como respetable funcionario se encuentra y se funde en promiscuidad con la ideología de que el policía viene a ser un heroico y abnegado defensor de la sociedad. El propio poder se encarga de promover este pensamiento. Baste como ejemplo pensar en cuantos oficios no militaristas reciben del poder premios y distinciones honoríficas tales como condecoraciones, exhibiciones públicas o funerales distinguidos en caso de “caer en acto de servicio”.

Dicho lo anterior, también reseñar que por ahora no cualquier integrante de esta sociedad se presta a defender los intereses del poder pistola en mano. “El que vale vale, y el que no guardia civil”, afirma el dicho. Y ya se sabe que el refranero popular es sabio. Aunque los actuales cuerpos policiales del estado español lleguen incluso a tener sindicatos (corporativistas como no puede ser menos) y a algunos de sus miembros confesando votar a opciones socialdemócratas y ciudadanistas en los diferentes comicios, es de creer que una persona mínimamente consciente de cómo funcionan las cosas en esta sociedad y dotada de unos mínimos criterios éticos va a preferir no integrarse en tales filas. A pesar de lo dicho arriba, partimos pues de una cierta escora ideológica a la hora de optar a formar parte del personal de los cuerpos policiales. Esa escora se irá haciendo más y más grande a medida que la persona en cuestión se someta a los protocolos formativos y jerárquicos de la institución, mame de las inercias corporativas autorreferenciales y autolegitimadoras en las que se va a sumergir y aprenda primero a mirar para otro lado ante las extralimitaciones y vicios inveterados de la profesión, para después participar de ellos directamente. Ver artículo: http://www.grupotortuga.com/Psicolo...

Decía un psiquiatra militar que sin los psicópatas no es posible concebir la existencia de determinados cuerpos del ejército. Lo mismo podríamos decir de algunas unidades policiales especializadas. Se llevan la palma los antidisturbios, conocidos en el estado como UIP, pero en ocasiones de forma igualmente brutal se comportan cuerpos de policías autonómicas (el caso de los Mossos d’Esquadra en Catalunya es digno de estudio), unidades de la Guardia Civil, policías municipales y otros cuerpos “de élite” de la propia Policía Nacional. Todas estas unidades tienen en común entre sus miembros su regusto por la violencia, su deseo morboso de aplicarla, su incapacidad de discernimiento moral, su feroz corporativismo, su modus operandi acentuadamente militar y el manto de protección, también de carácter especial, que el poder tiende para dotar de impunidad a sus actuaciones. Nadie mejor que estos elementos da cuerpo al símil de ser los perros de presa del poder. Como si de la Divina Comedia de Dante se tratara, constituye toda una aventura vivencial descender a los foros de internet en los que miembros de estos cuerpos policiales dan rienda suelta a sus opiniones y propuestas. La sed de violencia y de ejercicio abusivo de autoridad de tantos policías, y el desprecio por la integridad personal de sus víctimas, a menudo retroalimentado por mecanismos de carácter colectivo, les convierte en el paradigma de subproducto del sistema. El ejemplo de ser humano perfectamente destruido como tal por el adoctrinamiento del poder en pro de su interés.

¿Abolicionismo o garantismo?

En la misma mesa redonda que hemos reseñado arriba decía el activista antimilitarista vasco Antonio Escalante: “Con esa misma idea utópica e idealista, yo defiendo una Euskal Herria sin ejércitos, ni policías, ni defensa, ni cárceles, ni política de seguridad. La forma pedagógica en la que intentemos llegar a unos o a otros nos la tenemos que trabajar. Pero nuestro discurso no debe de renunciar a su radicalidad en ese sentido. Y, además, es bueno que se oigan esas cosas porque en el contexto en el que estamos parece que empieza a ser imposible; es decir, parece que empiezan a obviarse determinados debates y esos discursos si dejan de presentarse, terminan por no existir, terminan por omitirse del todo.”

En los párrafos precedentes hemos venido desgranando cómo el militarismo es algo consustancial al tipo de sociedad en la que vivimos. Dicho de otra manera, no hay forma de superar el militarismo si el modelo socioeconómico y político no varía profundamente. En el mejor de los casos podemos atemperar sus consecuencias más nocivas, pero no es posible su desaparición. Incluso algunos pequeños países que carecen de ejército o han llegado a abolirlo, mantienen por lo general, a cambio, una institución policial sobredimensionada. Es decir, el militarismo puede cambiar de rostro y variar, de motu proprio o por la presión social, pero no desaparecer. Por tanto quienes, como Escalante, aspiramos a su superación, a su abolición radical, entre otras, por imperiosas razones éticas, políticas y sociales, no tenemos otro camino que el de trabajar activamente por la superación del actual modelo social, político y económico.

Dicho lo anterior, teniendo en cuenta que ese cambio social planteado parece lejano, mientras trabajamos en pos de su consecución, como personas sensibles que somos no podemos desentendernos de la realidad que nos rodea. Todo militarismo debe ser denunciado y debe ser exigida su abolición radical. Pero, sin perder de vista ese horizonte utópico (entiéndase lo de utópico en el sentido de “lo que no tiene lugar”, lo cual no quiere decir que no lo pueda tener en un futuro), se hace necesario trabajar en la mitigación inmediata de sus efectos más sangrantes.

Al principio de este escrito recordábamos que la abolición de las fuerzas armadas es algo perfectamente posible. De hecho, como decimos por tercera vez, hay estados en el mundo que han dado ese paso. Por ello nos parece pertinente mantener un discurso abolicionista en esta cuestión. Por contra, nos resultan estratégicamente más arriesgadas las propuestas supuestamente posibilistas -por ejemplo exigir recortes del gasto militar o garantías en materia laboral al personal del ejército-, por lo que puedan tener de legitimación de la propia institución en caso de no ser manejadas con cuidado.

En cambio, y al igual que concluíamos en nuestro análisis de la institución carcelaria, dado que la abolición de la policía no es posible en el presente, mientras nos esforzamos en construir un mejor mundo futuro que abra la puerta a esa posibilidad -la cual debe ser irrenunciable-, hay que trabajar para defender a la actual sociedad del uso y abuso de la función policial.

Las principales herramientas para acometer esa tarea son las mismas que para otras: pedagogía (educación, concienciación, contrainformación...), confrontación (acción directa, desobediencia civil...) y formulación-negociación de propuestas alternativas llamémoslas “de transición”. A la hora de generar esas propuestas se puede dejar volar la imaginación: policías desarmadas que medien noviolentamente en los conflictos, policías sometidas a control y vigilancia popular, retirada de determinadas técnicas, protocolos y armas, disolución de algunos cuerpos, reformas del código penal y del cuerpo legislativo en general que recuperen derechos ciudadanos, participación popular en la gestión del orden de sus comunidades etc. Como decíamos para el tema de la prisión, un paso de primerísimo orden para que la policía perdiera parte de su actual perfil monstruoso sería algo tan simple como que los propios agentes actuaran siempre dentro de los límites legales.

En cualquier caso esta necesaria tarea de orientación garantista no debe perder nunca de vista el horizonte y el discurso de la abolición. Los seres humanos nos merecemos y podemos vivir en una sociedad sin vigilantes armados. Hagámosla posible.

Nota: los comentarios podrán ser eliminados según nuestros criterios de moderación.
  • Policía: La militarización de nuestras vidas

    28 de abril de 2015 23:32, por Julián

    En décadas de movimiento antimilitarista no recuerdo haber leído un posicionamiento de fondo sobre la institución policial. Ya era hora. Enhorabuena por este trabajo.

    Responde este comentario

  • Policía: La militarización de nuestras vidas

    29 de abril de 2015 13:22, por VIVALALIBERTADCONSTITUYENTE.

    EN CORTIJO-BANAÑ NO EXISTE DEMOCRACIA, PUES LO QUE HAY ES UNA OLIGARQUÍA DE PARTIDOS DEL ESTADO.

    TAMPOCO HAY SEPARACIÓN ALGUNA DE PODERES.

    LOS CIUDADANOS (por así llamarlo) NO ESTAMOS REPRESENTADOS, CARECEMOS DE REPRESENTANTES, PUESTO QUE EN ESTE SISTEMA PROPORCIONAL LOS QUE ESTÁN REPRESENTADOS SON LOS PARTIDOS POLÍTICOS, PUESTO QUE LOS AMOS O JEFES O CACIQUES DE CADA PARTIDO SON LOS QUE, A SU ANTOJO, HACEN LAS LISTAS DE PERSONAS QUE REPRESENTARÁN AL PARTIDO QUE AHÍ LOS PONE A DEDO, ES DECIR, A LOS CACIQUES Y DUEÑOS DEL PARTIDO QUE AHÍ LOS PONEN.

    TAMBIÉN LOS SINDICATOS Y PATRONALES SON ÓRGANOS DEL ESTADO, AL IGUAL QUE LOS PARTIDOS POLÍTICOS: LOS CIUDADANOS (digamos LA NACIÓN) NO ESTAMOS REPRESENTADOS, NI NUESTROS INTERESES, LIBERTADES O DERECHOS SE RESPETAN O SE DEFIENDEN O SE REIVINDICAN.

    Escuchen a ANTONIO GARCÍA-TREVIJANO en su emisora de radio en ———-DiarioRC.com (Radio Libertad Constituyente) o bien descárguense sus audios en ———-IVOOX.ES pues este hombre de 87 años fundó y dirigió LA JUNTA DEMOCRÁTICA POR LA RUPTURA DEMOCRÁTICA CONTRA EL FRANQUISMO y conoce la historia y el presente de tantos y tantos psicópatas de la corrupción, de la putrefacción, de la depravación social y política.

    SALUD.

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  • La mafia del CAPITALISMO-TERRORISMO-TORTURAS-USURPACIÓN lo que hace es AUTO-PROTEGERSE, tal y como hicieron los TERRORISTAS Y GENOCIDAS DEL FRANQUISMO cuando palmó EL TERRORISTA; ellos mismos de AUTO-AMNISTIARON y ellos mismos se AUTO-INDULTARON.

    Pues ahora, aquí en ESPAÑA, lo mismo: LOS MAFIOSOS DEL VIGENTE CAPITALISMO-TERRORISMO-TORTURAS-USURPACIÓN lo que hacen es acosar, maltratar, amordazar, torturar, etc. a sus víctimas, es decir, A NOSOTROS, AL PUEBLO, A LA SOCIEDAD CIVIL. Para ello, para AUTO-AMNISTIARSE Y AUTO-INDULTARSE lo que hacen es "INTENTAR CONVERTIR A SUS VÍCTIMAS EN CULPABLES; ES DECIR, ES EL MODUS OPERANDI DE CUALQUIER FASCISMO".

    SON PURA Y DURA MIERDA, PURA Y DURA BASURA, SON CRIMINALES-TERRRORISTAS-PSICÓPATAS: PURA Y DURA MIERDA Y BASURA.

    SALUD COMPEÑEROS ANTIMILITARISTAS.

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