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El miedo de los palestinos ante el horror que viven los niños

«Soy payasa, no terrorista»

«Soy payasa, no terrorista»

El anhelo de montar una carpa de circo en Nablús es sólo un sueño.

Unos jóvenes palestinos luchan por ello en la ciudad más castigada de Cisjordania.

Una yihad de sonrisas se está gestando en Nablús. Un combate contra los sueños rotos por fusiles de asalto. La voluntad de cambiar esta gran cárcel de 120.000 personas por una carpa de circo. Encontrar otra respuesta al lema circense: «¿Cómo están ustedes? ¡Mal!».
Issam S. Mohammed, de 28 años, afirma que los payasos salvan vidas: «Mi problema no es mi color, confesión o nacionalidad; mi problema es ser de Nablús».

Vive en la ciudad más castigada de Palestina, sitiada y golpeada casi a diario por las tropas israelíes. Una situación que empezó con la segunda intifada (año 2000), cuando fue bautizada por Israel como la mayor fábrica de hombres bomba.

Por eso ha creado Al Sirk Al Saghir (El Pequeño Circo), un taller infantil ‘clandestino’ que quiere proteger a los niños del campo de refugiados de Old Askar, traumatizados por la violencia, «enloquecidos», niños intoxicados que no conocen otro juego que el de la intifada (insurrección que consiste en lanzar piedras a los soldados).

Niños como Allam, de doce años, aprendiz de malabares y acrobacias, al que le encanta patinar, y tiene dos asesinados por los militares en su familia.

«En Nablús nadie puede saber lo que te ocurrirá en los próximos tres minutos», explica, resignado, Isaam.

Hasta su pequeño circo ha sido atacado. Los soldados les dispararon por querer actuar fuera de la ciudad.

«Nos consideran terroristas, y prohibieron nuestra salida: nueve niños y tres adultos tuvimos que colarnos por las montañas», dijo.

Tenían una invitación formal de un circo alemán, Cabuwazi, con los permisos en regla, pero no pudieron cruzar el check point (punto de control militar) de Huwwara, que cerca la salida a Ramala, en donde diariamente se forman angustiosas horas de colas, cacheos, golpes y abusos.

En uno de los letreros se puede leer en hebreo: «Salida, perros», denuncia la ONG israelí Machsom Watch. Una media de 6.000 personas lo cruzan al día. Este reportero pudo comprobar la arbitrariedad de este paso y cómo un soldado apuntaba al rostro de un niño.

El sueño de plantar una carpa es, naturalmente, sólo un sueño.

«Los soldados la acribillarían», dice Issam.

Uno de cada cuatro muertos en esta ciudad es menor. Los niños duermen mal. La noche es hora de batallas: toque de queda, incursiones, combates contra milicianos, bombardeos...

«Para mí, Ramala (capital palestina) es como ir a París; allí puedes hablar, moverte, ser feliz», explica Issam, para que entendamos el especial estatus que sufre Nablús dentro de los territorios ocupados.

«Los jóvenes de entre 20 y 32 años tienen prohibido salir de la ciudad», dice. Y los payasos también.

Issam y Mahmoud, de 27 años, compaginan sus trabajos con su utopía circense. Pero cuando tenían la edad de sus alumnos participaron en el ‘juego’ de la intifada, ley de piedras. Sus amigos muestran orgullosos sus fotografías con los fusiles. O la del abuelo en el móvil, asesinado por los soldados.

Los pósters y los murales de los mártires empapelan los barrios heridos de metralla y edificios derribados.

«Para los niños es irrespirable, con jeeps, tanques y check points a diario. Les disparan; no son balas de goma, nuestros niños mueren», denuncia Mahmoud.

La mitad de la familia directa de Issam también murió en la última intifada.

Fueron de las 85 personas que cayeron en sólo dos días. Su casa se encontraba en el casco antiguo, y el Ejército decidió abrir un paso por ahí. Demolieron el edificio con su abuelo, sus tres tías, el esposo de una de ellas y sus cuatro hijos dentro. Su hermano, policía palestino, fue detenido.

Issam tiene prohibido ir a visitarle a la cárcel. Desde entonces, Nablús se ha convertido en un infierno en tierra sagrada.

«Es como en las películas de Rambo», dice.

Por eso su sueño de un gran circo palestino.

«La gente tiene problemas psicológicos graves; el 75% de las personas son muy jóvenes. En unos años vamos a tener un gran problema. Sus padres no tienen trabajo o cobran una miseria y la vida es muy cara», dice Issam.

Cambiar una cárcel por una carpa, las sonrisas por el odio, soldados volteados por un trapecio, un espacio para respirar.

Una gigantesca cárcel

Nablús era una de las principales ciudades cisjordanas. Sus habitantes la comparaban con Arabia Saudí. A raíz del recrudecimiento del conflicto, la ciudad se ha convertido en tierra quemada. El casco antiguo está dañado. La torretas militares han tomado posiciones. Cuatro check points controlan todas las salidas. Cruzarlos puede ser cuestión de varias horas. Los coches tienen prohibido el paso.

Qué...

Ocupación militar israelí. Más de 500 barreras militares fraccionan la Cisjordania ocupada, un territorio de 5.000 kilómetros cuadrados, como La Rioja. En él habitan 2,5 millones personas. Ciudades como Nablús y Hebrón padecen una severa situación con ‘regímenes especiales’. El Ejército israelí cierra estos pasos a discreción, se cometen asesinatos y la arbitrariedad es norma.

Quién...

El Pequeño Circo. Sin financiación, este grupo palestino, que pertenece a una red internacional de circo, ayuda a los menores en campos de refugiados. Necesitan ayuda. Han realizado actuaciones, pero carecen de los medios necesarios para disponer de un trapecio y demás materiales.

Dónde...

Territorios ocupados. Desde la segunda intifada (año 2000) han fallecido casi 4.000 palestinos (767 menores) en el conflicto y 1.000 israelíes. Sólo en 2006 han muerto 141 menores árabes. Hay 11.000 presos en las prisiones militares, y 2.000 familias no pueden ir a visitarlos al penal. Debido a esta situación, el 30% de las familias están al cargo de mujeres. 1.100 escuelas han sido atacadas por incursiones israelíes. Y el territorio registra un 29% de desempleo (aunque en zonas como Jenin sube hasta el 70%).

(Noticia aparecida en «20 Minutos»)

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