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La espada de Damocles

La espada de Damocles

Milagros Rubio (Batzarre) afirma que «sabido es que quienes somos tenaces antimilitaristas, opinamos que mejor que no hubiese Ejército alguno. No somos pocas las personas que asumimos la letra de la canción en cuanto a que»la música militar no nos gusta para bailar«. Se dice, por quienes no comparten nuestras ideas, que los ejércitos están para defendernos de posibles agresiones externas y que nuestra posición de abolición de los ejércitos es idílica e imposible de llevar a la práctica. Ciertamente hoy no parece muy posible, pero porque no hay voluntad alguna, ya que si hacemos un repaso de la utilidad de los ejércitos para los menesteres aludidos, observaremos que en el caso del Ejército español, desde luego, no han tenido que defendernos de agresiones externas»

Sacado del Diario de Noticias

Al teniente general Mena le parece «cuestión de honor» velar por la
indisolubilidad de España e invoca, con su particular interpretación,
el polémico artículo octavo de la Constitución Española. También apela
el teniente general al honor para dar su palabra al ministro de
Defensa de que sus declaraciones son sólo suyas y que actúa en
solitario. Desconozco el concepto del honor del señor Mena, pero su reiterada evocación recuerda siglos en los que por cuestión de honor la vida humana valía menos que nada; duelos, venganzas y asonadas militares, todo en defensa del honor público o privado, llenan páginas cruentas de la literatura y, lo que es peor, de la historia cotidiana.

El artículo octavo de la Constitución puede dar pie a que algunos militares se crean el centro interpretativo de las cuestiones de honor de la patria. Dice un medio periodístico afín al Gobierno español que
no es cierto que el artículo octavo responda a concesión alguna a los
militares en la época de la Transición y que, además, las distintas
constituciones de países europeos tienen artículos similares. En cuanto
al por qué del artículo en la Constitución española, a nadie se le
escapa la tensión castrense en la que se produjo el cambio del régimen
franquista al constitucional actual. No es descabellado pensar que en
ese contexto el descontento militar fuese tenido en cuenta a la hora de
redactar ese artículo concreto. Por otro lado, en cuanto a otras
constituciones de los diferentes países europeos, estos días he
repasado la francesa, correspondiente como es sabido a un Estado
centralista donde los haya, y no he encontrado ni una sola alusión a
algo similar. Salvo error de lectura por mi parte, y sin menoscabo de
lo que puedan argüir las normativas militares concretas, la
Constitución francesa dice en su artículo 5 que es el presidente de la
República "el garante de la independencia nacional, de la integridad
del territorio y del respeto a los tratados", en el artículo 16 explica
las consultas previas que dicho presidente tendría que hacer y las
circunstancias que pudieran conllevar la interrupción del
funcionamiento regular de los poderes públicos constitucionales; en el
35 alude a la declaración de guerra diciendo que ha de ser autorizada
por el Parlamento, en el 36 que el estado de sitio lo decreta el
Consejo de Ministros... en fin, nada parecido al artículo octavo de la
Constitución española. El simple hecho de que dicho artículo sea hoy
intocable quizás sea una muestra de que aún produce cierto temor mover
nada que ataña al propio Ejército.


Todavía hay en el Ejército español militares, incluidos algunos de alto
rango, que añoran épocas en las que el poder militar determinaba la
política. Sin embargo, si algún estamento debiera de medir con lupa los
convencimientos democráticos de sus miembros, ése es el Ejército, por
los medios que utiliza para su trabajo . Sabido es que quienes
somos tenaces antimilitaristas, opinamos que mejor que no hubiese
Ejército alguno. No somos pocas las personas que asumimos la letra de
la canción en cuanto a que "la música militar no nos gusta para
bailar". Se dice, por quienes no comparten nuestras ideas, que los
ejércitos están para defendernos de posibles agresiones externas y que
nuestra posición de abolición de los ejércitos es idílica e imposible
de llevar a la práctica. Ciertamente hoy no parece muy posible, pero
porque no hay voluntad alguna, ya que si hacemos un repaso de la
utilidad de los ejércitos para los menesteres aludidos, observaremos
que en el caso del Ejército español, desde luego, no han tenido que
defendernos de agresiones externas. Dicen las malas lenguas, además,
que si se diera el caso, el Ejército español no contaría con medios ni
preparación adecuada para cumplir la función que se le asigna. Pero misiones exteriores aparte, y sin tener en cuenta esa función humanitaria
que últimamente se asigna a los ejércitos cual si de ONGDs se tratase,
los últimos siglos han estado repletos de situaciones en las que el
Ejército se ha impuesto sobre la población por cuestiones de política
interna. Creo que en el momento actual, afortunadamente, las
circunstancias no acompañan tentaciones de este estilo en el Estado
español, pero artículos como el aludido octavo de la Constitución
española, no ayudan. En definitiva, laactividad exterior del
Ejército español ha sido para participar en diversas guerras tales como
las de Afganistán e Irak. Nada más cruel e inútil para la humanidad que
las guerras. Nada más costoso económica, política y, sobre todo,
humanamente que las guerras. Ningún afán, por lo tanto, más noble que
el de negarse a participar en guerra alguna ni en entrenamiento alguno
para ellas. Sin embargo, muchos jóvenes dieron con sus huesos en la
cárcel por tal causa en años recientes y aún no se ha reconocido que
tal atropello fue uno de los mayores dislates de la democracia.

Por
otra parte, volviendo a las declaraciones del teniente general Mena, el
Partido Popular responsabiliza al Gobierno de que existan por el hecho
de que tramite la actual reforma del Estatut. El Partido Popular no
supo perder las elecciones y está alimentando un ambiente que puede
engordar monstruos ocultos. No se ha quedado atrás el presidente del
Gobierno navarro Miguel Sanz, que sin mayor imaginación se ha limitado
a repetir las frases de los dirigentes del PP acerca de la necesidad de
preguntarse por qué se dan dichas declaraciones tras veinte años sin
nada similar. Apostar por la democracia incluye defender el derecho a
que cada partido exponga sus proyectos, incluidos los españolistas,
catalanistas, vasquistas, neoliberales, independentistas, centralistas,
socialistas, anarquistas... y defender tal derecho se esté a favor o en
contra del contenido de tal o cual proyecto. Y, por supuesto, poder
hacerlo sin ninguna espada de Damocles sobre nuestra democracia;
ninguna, ni legal ni ilegal, ni vasca ni española.

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