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Iñigo Sáenz de Ugarte

Afganistán: hay algo que no nos están contando

Afganistán: hay algo que no nos están contando

Texto original en Guerra Eterna

No fueron sólo 17 vidas las que se perdieron en Afganistán el pasado 16 de agosto. Algo menos valioso, pero de mayores consecuencias políticas, se perdió para siempre en el árido suelo de un país que sólo ha conocido la guerra en los últimos 30 años.

Pocos podrán sostener ya que los militares españoles que han relevado a los fallecidos están realizando una misión simplemente humanitaria. Nuestros soldados tienen encomendada una misión de guerra. Repitámoslo otra vez para que no quede ninguna duda, aunque la palabra haga daño, porque los políticos preferirían que no la utilizáramos: guerra.

Ninguna labor humanitaria exige al piloto de un helicóptero volar a menos de diez metros del suelo. Si la función de la dotación de un helicóptero es atender las necesidades sanitarias y de alimentación de una población, no llevará las puertas abiertas ni los soldados apuntarán con sus armas al exterior.

Y si el helicóptero sufre un accidente, el segundo aparato que le acompaña no hará un suicida aterrizaje de emergencia en una ladera cercana. Y si los habitantes de un pueblo cercano se dirigen a la zona del impacto, los soldados no formarán un perímetro de seguridad y apuntarán a esos campesinos para que se alejen de la zona.

Un país en estado de guerra

Afganistán vive en estado de guerra desde que los talibanes abandonaron el poder en noviembre de 2001. Desde entonces, han continuado hostigando a las tropas extranjeras, los soldados afganos y hasta a las ONG internacionales. Han intentado asesinar al presidente Karzai. Han continuado reclutando a partidarios en la vecina Pakistán.

No han conseguido hacer descarrilar el lento proceso de reconstrucción nacional que se enfrenta a un reto decisivo con las elecciones legislativas del 18 de septiembre. Los afganos no están dispuestos a volver a sufrir un régimen medieval.

Centenares de partidarios de los talibanes se han acogido a una amnistía y han regresado a su país. Algunos de ellos ocuparon cargos en el anterior régimen y ahora han decidido presentarse como candidatos en las próximas elecciones.

«Los talibanes son como una medicina para Afganistán que ya ha caducado» explicaba a un periodista de The Washington Post uno de estos antiguos talibanes. «Quieren que la gente viva como en los tiempos del sagrado profeta [Mahoma]. Yo apoyo lo que hizo. Pero es imposible traer de vuelta esos tiempos. El pueblo de Afganistán necesita algo nuevo».

Declaraciones como éstas pueden hacernos creer que el conflicto de Afganistán está tocando a su fin. Nada más lejos de la realidad. La guerra continúa y, en cierto modo, se ha acrecentado. Este año está siendo el más letal para las tropas de EEUU desplegadas en ese país. 65 soldados norteamericanos han muerto en Afganistán en el 2005, la cifra más alta desde 2001.

Otras fuerzas también están pagando las consecuencias de la guerra. 40 soldados afganos han muerto en combate desde marzo y más de 50 policías han perecido tan sólo en los meses de junio y julio, según cifras oficiales. El número de combatientes talibanes eliminados es probablemente mayor.

El control que el Gobierno afgano tiene de su territorio es relativo. Algunos creen que el título que debe ostentar Karzai no es tanto el de presidente de Afganistán como el de alcalde de Kabul. No controla mucho más que la propia capital en la que reside.

¿Es Afganistán un narcoestado?

Desde luego, no puede decir que tenga mucha influencia en las provincias en las que se cultiva el opio con el que se produce la mayor parte de la heroína que circula en Europa.

Un informe sobre el narcotráfico internacional difundido por la ONU en junio reveló que las hectáreas dedicadas al cultivo de opio fueron 131.000 en el 2004, frente a 80.000 el año anterior. El negocio de la droga no hace más que aumentar. Afganistán produce el 87% de la producción mundial de opio.

A pesar de todas estas evidencias, el ministro de Defensa, José Bono, ha continuado insistiendo hoy en el Congreso, al explicar las circunstancias del accidente helicóptero en el que murieron 17 militares, que las tropas españolas se encuentran embarcadas en «una misión de paz».

La artimaña es similar a la utilizada por el Gobierno de Aznar cuando envió a soldados españoles a otra «misión humanitaria» en Iraq o, por ser más precisos, a lo que Federico Trillo denominó una «zona hortofrutícola» en la que el riesgo no era muy alto.

Se repite una vez más la intención de las autoridades de no contar toda la verdad, de no enfrentar a los españoles a la realidad del país en que están desplegadas nuestras tropas, quizá porque teman que la opinión pública no tenga estómago para asimilar esa información.

Admitir que nuestros soldados están destinados a un país en guerra no obliga en ningún caso al Gobierno a ordenar su retirada inmediata. Pero sí resulta imprescindible que las autoridades dejen claras las condiciones en que se está realizando esa misión. Si lo hicieran, tendrían que estar admitiendo públicamente que el riesgo ha aumentado y que la pacificación de Afganistán es un objetivo a largo plazo que todavía está rodeado de incertidumbre.

La realidad que nos ocultan

Un informe del Gobierno británico, difundido hace unos días, da una información mucho más precisa, actualizada y desgraciadamente real que la que nos están facilitando nuestros gobernantes. Su veredicto tiene poco que ver con la imagen casi idílica a la que estamos acostumbrados:

"El consenso político [en Afganistán] es inestable, con una insurgencia que actúa en varias zonas del país y un terrorismo siempre presente. Los problemas del Gobierno -en especial, la gran corrupción, su capacidad limitada y las instituciones que no funcionan-, afectan a toda la situación.

El narcotráfico es una grave amenaza al imperio de la ley. La seguridad, la reconstrucción y los desafíos políticos en Afganistán son asuntos claramente relacionados. El riesgo de fracaso es real y preocupante".

Éste es el mensaje que no estamos escuchando en España. Otros Gobiernos europeos comparten el deseo del Ejecutivo español de llevar la paz a Afganistán, pero no están obsesionados en ocultar a sus ciudadanos la realidad que afrontan sus soldados.

Quizá la opinión pública española esté más preocupada por otros asuntos. La muerte de 17 compatriotas debería hacerle reflexionar. Y al Gobierno, debe forzarle a adoptar una actitud diferente. Si de verdad nos interesa lo que ocurre en Afganistán, necesitamos saber lo que está ocurriendo allí, lo que están haciendo nuestros soldados y lo que puede ocurrir si fracasamos.

Alternativa Antimilitarista - Moc
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