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Carmen Magallón

Las mujeres como sujeto colectivo de construcción de paz

Las mujeres como sujeto colectivo de construcción de paz

Las mujeres como sujeto colectivo de construcción de paz

Las mujeres como sujeto colectivo de construcción de paz

 

Carmen Magallón*

Índice

    1. Introducción
    2. Mujer y paz, una fuerte asociación simbólica
    3. Iniciativas de mujeres por la paz, en la historia cercana
    4. Mujeres organizadas para trabajar por la paz
    5. Mujeres y negociaciones de paz
    6. Epílogo

1. Introducción

Plantearse la contribución de las mujeres a la paz lleva consigo la identificación de uno de los sexos como actor político particular a favor de una causa, que es una causa de interés universal, a saber, la paz. Lo que plantea interrogantes como: ¿son las mujeres más pacíficas que los hombres? ¿Puede decirse que ellas no son responsables de las guerras y las violencias que han marcado el devenir de la humanidad? ¿Pueden las mujeres contribuir de manera específica a la construcción de la paz? El debate sobre estas y otras cuestiones similares es un tema vivo que se ha dado en muchos momentos de la historia, y que se sigue dando en la actualidad. En él se imbrican niveles simbólicos, sociológicos y psicológicos, lo que está en la base de la reiteración del tema, aunque el comportamiento de las mujeres en la historia no permita efectuar afirmaciones de carácter esencialista, caracterizadoras del conjunto de las mujeres. Esto es así también en el caso de los hombres. Lo anterior, no obstante, no nos impide constatar que la mayoría de las acciones violentas que se cometen en el mundo las cometen los hombres y que las mujeres han tenido un importante protagonismo en iniciativas a favor de la paz, tanto en el pasado como en el presente. Dado el secular relegamiento de ellas en los asuntos que tienen relación con la paz y la guerra, este protagonismo, que constituye de por sí una aportación importante a la tarea civilizatoria de la humanidad, ha de ser rescatado, analizado, y confrontado con la problemática que conlleva el avance hacia la erradicación de la violencia y los procesos de construcción de la paz. Algunos grupos de mujeres sí están haciendo, y otros podrían hacer, aportaciones importantes a la causa de la paz

2. Mujer y paz, una fuerte asociación simbólica

En las últimas décadas la presencia de las mujeres ha ido aumentando en los ejércitos profesionales de los países occidentales. Pero su participación como combatientes viene de más lejos. Las mujeres han pertenecido a guerrillas y otros grupos armados, han tomado parte en acciones armadas y han dado su apoyo de diversas formas al ejercicio de la violencia. Con su participación en acciones bélicas y violentas, las mujeres muestran que no poseen una naturaleza especial que les impida comportarse como los hombres. Es más, a lo largo de la historia, a este respecto, las mujeres han sido también cómplices de un modo especial e importante. Han alentado a los hombres a comportarse como héroes, mirando sus acciones armadas con admiración y haciendo elecciones amorosas que han reforzado el modelo de hombre duro. Como escribió Virginia Woolf,

Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural. Sin este poder, (...) las glorias de nuestras guerras serían desconocidas (pues) los espejos son imprescindibles para toda acción violenta o heroica (Woolf, 1977: 148).

Pese a no ser consistente con lo que muestran los hechos a lo largo de la historia y también frecuentes acontecimientos actuales, la unión simbólica entre mujeres y paz se mantiene de modo persistente. Las mujeres son tomadas, junto a los niños, además de como símbolo natural de paz, como símbolo de todo aquello que hay que proteger y, por lo tanto, por lo que hay que luchar. En el imaginario profundo, la lucha, la violencia y la guerra, siguen asociándose a los hombres.

Esta identificación entre mujeres y paz podemos decir que se apoya sobre dos bases. Una, la tradicional exclusión que las ha mantenido alejadas de los aparatos del poder, de los ámbitos donde se toman las decisiones y de los cuerpos armados institucionales; aún hoy, las mujeres siguen estando ausentes o teniendo un peso insignificante en la toma de decisiones acerca de la guerra, la diplomacia y los asuntos internacionales. Y dos, la experiencia de la maternidad para una mayoría de mujeres. Por debajo subyace la idea de que las mujeres por el hecho de ser capaces de dar la vida, son más pacíficas que los hombres, que ser madre y combatiente es una contradicción en los términos.

Esta fuerte asociación simbólica es resaltada en determinadas visiones de la historia, para pasar posteriormente a tomar carta de naturaleza, mediante un proceso, la naturalización, por el que se tiende a identificar un determinado estado de cosas con el orden natural. La naturalización, con su carga de determinismo biológico es un método de legitimación social de la desigualdad, que tiene repercusiones profundas y consecuencias que actúan en contra de la libertad humana y el cambio social. La naturalización de la violencia, que es tomada como una tendencia natural del ser humano, convierte a la violencia, no sin tensiones, en la guía de actuación de los poderes hegemónicos en el mundo, legitimando el ejercicio institucional del recurso a la fuerza en la gestión de los conflictos.

De modo análogo, la naturalización de los sexos, en las atribuciones estereotipadas de género, asigna valores dicotómicos diferenciados a hombres y mujeres: público-privado, mente-cuerpo, cultura-naturaleza, razón-sentimientos, objetividad-subjetividad, actividad-pasividad, producción-reproducción, son algunos de los pares que el sistema de valores imperante establece, considerando los primeros términos masculinos y femeninos los segundos, y estableciendo una jerarquía en su valoración. En la valoración de las atribuciones de género, las categorías masculinas son consideradas de más valor que las femeninas.

De una combinación de estas categorías emerge el binomio mujer pacífica/hombre violento, que puede incluirse entre las dicotomías que subyacen a una construcción social global de los estereotipos de mujer y hombre. La línea justificadora del binomio mujer pacífica/hombre violento puede rastrearse a lo largo de la historia del pensamiento, en donde vemos su solapamiento con el proceso de naturalización de los sexos.

La mujer como ‘alma bella' y el varón como ‘guerrero justo', son dos paradigmas contrapuestos, cuya construcción puede rastrearse en la tradición del pensamiento occidental. Como dos caras de una misma moneda, se realimentan y se refuerzan mutuamente.

Hegel caracteriza el ‘alma bella' por un modo de conciencia que le permite (a él o a ella) proteger ‘la apariencia de pureza' por medio del cultivo de la inocencia acerca del curso de los acontecimientos históricos del mundo (Elshtain, 1995: 4).

Del proceso de naturalizar a los sexos no se libraron los pensadores ilustrados, aunque el nuevo paradigma de igualdad y libertad que nacía con ellos, así como su correlato político, la democracia, llevaba necesariamente al cuestionamiento de la sociedad patriarcal tradicional. No va a ser así y la mayoría de los partidarios de un universalismo que rompa con los privilegios anteriores, va a seguir recreando la exclusión del sexo. Rousseau, uno de los teóricos del paradigma igualitarista y universalista surgido en el XVIII y a cuyas conceptualizaciones debemos parte de lo que entendemos por orden político, piensa que

Al igual que las sociedades animales permanecen en el orden de la naturaleza, en la esfera de los seres humanos hay rasgos y comportamientos que pertenecen al orden de la naturaleza, luego no deben ser tocados ni cambiados. Son prepolíticos. Lo más relevante en las sociedades humanas que pertenece sin embargo al orden natural es la distinción entre varones y mujeres. No es una mera distinción física ni biológica. Marca lo que deben hacer unos y otras y en qué sentido sus esferas del mundo están separadas. Las mujeres son la parte de la naturaleza que está introducida en la vida espiritual (que es la política), y deben ser a ella reconducidas si intentan salirse. Porque si se salen se producirá un desorden generalizado en lo político (Valcárcel, 1997: 58).

Precisamente, la apelación a este teórico de la igualdad pero mantenedor de la distinción entre un orden político y un orden natural -al que las mujeres pertenecen y del que no deben salir- llevó a Mary Wollstonecraft a escribir la obra fundacional del feminismo, Vindicación de los derechos de la mujer.

Significativamente los discursos a favor de una igualdad no excluyente que se generan en la misma época o en el precedente inmediato, fueron relegados al olvido y sólo en los últimos años han sido revalorizados por las investigadoras feministas. Entre éstos es de destacar la obra del francés François Poulain de la Barre, quien ya en 1673, en lo que constituye uno de los referentes más coherentes de la lucha contra el prejuicio, defendió la igualdad de los dos sexos basándose en que los seres humanos lo son en la medida en que son criaturas racionales. Aplicando el racionalismo cartesiano Poulain afirmará que ‘la mente no tiene sexo'. Un siglo más tarde, otras figuras seguirán en la línea de Poulain, radicalizando los principios de la Ilustración. En 1790, Condorcet defiende la igualdad de las mujeres en el plano educativo y político; en 1791, Olympe de Gouges escribe la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana y Mary Woollstonecraft su obra citada. La suerte de esta tradición queda reflejada en la que corrió Olympe de Gouges, guillotinada por reclamar para las mujeres la libertad, igualdad y fraternidad proclamadas por los revolucionarios franceses.

Podemos interpretar que, sin decirlo, y en un sentido opuesto en cuanto a las relaciones de poder, este autor también naturaliza a los varones cuando considera que, debido a su cuerpo, son ellos los únicos que pueden hacer el servicio de armas y, de ahí, ser auténticos ciudadanos. La diferencia es que esta característica natural, su sexo-varón que lo liga a la fuerza bruta, aun siendo una naturalización implícita es definida como fundamento de la política, y por tanto le concede una posición de poder que niega a las mujeres. Así, el ciudadano es varón, por naturaleza, y la mujer madre del mismo modo. El ciudadano, el concepto de ciudadanía, nace así naturalmente varón y, en el marco de una revolución (francesa) violenta, es decir, por la fuerza de las armas. Servicio de armas y ciudadanía quedan ligados en el legado ilustrado.

La naturalización de las mujeres se acompañó con su asociación a un conjunto de valores y tareas, tomados por menores desde el punto de vista del poder masculino, entre ellos el valor de la paz (pero también la afectividad, la maternidad, etc.). En razón de su sexo, las mujeres fueron excluidas del servicio de armas, excluidas de la ciudadanía y de los espacios públicos y relegadas al papel de madres en un sistema que concedía -y concede- más valor a arriesgar la vida y sobre todo al poder de quitarla, que al mismo hecho de darla. La asociación de las mujeres con la paz fue construida, pues, en interrelación con su discriminación social.

Así un mismo rasgo, el sexo, en su dimorfismo, conduce al desempeño de la fuerza -a través de la concepción predominante de la política- o a la maternidad, que ni es política ni es independiente sino que está al servicio de aquella. Pues para Rousseau existe una ligazón subordinada entre lo natural y lo político. Las madres, son también una figura central en su planteamiento cívico, no como ciudadanas, sino como madres de futuros ciudadanos y de futuras madres de ciudadanos. Su modelo es la madre espartana que, habiendo enviado cinco hijos a la guerra está esperando noticias de la batalla. Llega un mensajero y ella le pregunta cómo fue. ‘Tus hijos murieron', es la respuesta. ‘No pregunto esto sino quien ganó'. Tras saber que la victoria fue para los suyos, la madre da gracias al cielo. Esta es la madre-ciudadana de Rousseau, la que alimenta con su leche (natural), el amor del ciudadano por la patria (política). El hijo que no ama a la madre, el ciudadano que no ama la patria es un desnaturalizado y merece un castigo.

Pese a la incoherencia mostrada por los pensadores ilustrados, el feminismo no renuncia a las ideas igualitarias de la Ilustración, más bien nace exigiendo coherencia a esas mismas ideas, una coherencia que pasa por la deconstrucción o disolución de la diferencia entre un orden natural y un orden político, es decir, que pasa por la crítica a la naturalización. Esta crítica ha de incluir los aspectos que atañen a los varones y, parafraseando a Simone de Beauvoir, lleva a la afirmación de que tampoco el varón nace sino que se hace.

Al tiempo que se rechaza la naturalización en todos sus aspectos, también en lo que atañe a la especial relación entre mujeres y paz, la crítica feminista trata de rescatar el legado de las mujeres en la historia, que Elena Grau y Anna Bosch (1997: 46) en la revista En Pie de Paz, denominaron tarea civilizatoria, pues se trata fundamentalmente de trabajo y actitudes de sostenimiento de la vida. Con una consideración: esta tarea de civilización puede y debe ser responsabilidad de hombres y mujeres. El avance en esta dirección conlleva la puesta en cuestión de que, 'por naturaleza', corresponda a las mujeres el mantenimiento de la paz y de que, en contraposición, los varones, también 'por naturaleza' sean los encargados de la lucha y el ejercicio de la violencia.

3. Iniciativas de mujeres por la paz, en la historia cercana

Mantener que las mujeres no son ni más pacíficas ni mejores que los hombres, no impide reconocer y destacar un hecho importante: que la causa de la paz es uno de los movimientos políticos que más mujeres ha movilizado, a lo largo del último siglo. Su participación en la reclamación de la paz siempre ha estado acompañada de la polémica mencionada en el apartado anterior, de la polémica de si las mujeres, por serlo, tienen algo específico que aportar a la causa de la paz.

A principios de siglo, antes de la primera guerra mundial había un consenso entre las feministas: el triunfo de las mujeres traería consigo un mundo en paz. En la época victoriana la igualdad entre naturaleza femenina y virtudes pacíficas llegó a ser un lugar común. Las sufragistas lo utilizaron en su lucha por el voto, un voto que no dudaban sería un voto hacia la paz. Aunque no todas las voces que se alzaban a favor de la paz estaban de acuerdo con esta postura. Oldfield cita las palabras que Berta von Suttner, primera mujer que recibió el Premio Nobel de la Paz, en 1905, dirigía al Movimiento de Mujeres por la Paz Alemanas, en 1914:

Alguna gente piensa que las mujeres son hostiles a la guerra por naturaleza. Están en un error. Solo las mujeres progresistas, aquellas que han sido capaces de educarse a sí mismas en una conciencia social, que han tenido la fuerza de no dejarse fascinar por instituciones con centenares de años, encuentran también la energía para oponerse a ellas (Oldfield, 1989: 210).

La Alianza Internacional por el Voto de la Mujer, en nombre de doce millones de mujeres de 26 países, antes de estallar la guerra en 1914, lanza un manifiesto llamando a la conciliación y el arbitraje. Unos meses más tarde, en mayo de 1915, alrededor de un millar de mujeres representando a 12 países, beligerantes y neutrales, se reunirían en La Haya en lo que fue el Primer Congreso Internacional de Mujeres. De allí surgiría la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, una organización con pretensiones de unir dos movimientos que se sentían vitalmente vinculados: el movimiento feminista y el movimiento pacifista. Presidido por Jane Adams, Nobel de la Paz en 1931, el Congreso protestó contra la locura y el horror de la guerra y recomendó la mediación inmediata de los países neutrales; finalizado el Congreso, delegadas elegidas hicieron llegar a los gobiernos las resoluciones de paz acordadas por las mujeres (Costin, 1982).

Sin embargo, la guerra, la primera guerra mundial, dividió a las feministas, y con el transcurso del tiempo muchas sufragistas dedicaron sus esfuerzos a lograr que las mujeres se incorporasen a los trabajos abiertos a ellas en apoyo de la guerra, y a incitar a los varones a alistarse voluntariamente.

Algo parecido sucedió entre las mujeres socialistas europeas de esa época, quienes habían creído que su implicación en este movimiento era en favor de la paz ya que los trabajadores del mundo comprometidos con el socialismo nunca tomarían las armas unos contra otros. En Inglaterra una de las mayores campañas de las mujeres trabajadoras fue la Cruzada de las Mujeres por la Paz, iniciada a principios de la guerra y que tuvo su auge en 1917-18 (Lidington, 1983: 202). Líderes destacados como Clara Zetkin, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg pasaron los años de la guerra entrando y saliendo de la prisión, por denunciar la guerra como imperialista, y la hipocresía del militarismo de Alemania y los líderes capitalistas. El 4 de agosto de 1914 su partido había aportado sus 110 votos en apoyo de la petición de créditos para la guerra.

Después de la I Guerra Mundial, se hizo difícil creer que las mujeres eran una fuerza de paz, tal como pensaban inicialmente las feministas: mujeres de ambos lados fabricaron las balas que mataron a los hombres. No obstante, la perspectiva y la capacidad de iniciativa de las mujeres por la paz, reaparece constantemente. Gandhi mantuvo que había aprendido las técnicas de la noviolencia y de la desobediencia civil de las mujeres, principalmente de las sufragistas británicas. Es un hecho que más del 60% de los integrantes de la marcha de la Sal, que tuvo lugar en marzo de 1930 en la India, fueron mujeres; de entre las treinta mil personas arrestadas en esta acción, diecisiete mil eran mujeres (Brock-Utne, 1985).

Durante la guerra civil española algunas fotografías enviadas por el gobierno español a Inglaterra en las que se reflejaban los horrores de la guerra fueron a parar a manos de Virginia Woolf, la escritora del grupo de Bloombsbury. Un amigo se las había enviado junto a la petición de que expresara su opinión sobre cómo se podía evitar la guerra. Con este motivo escribió Tres Guineas, publicado inicialmente en 1938. En una de las reflexiones más lúcidas y profundas que se han hecho sobre los aspectos de género implicados en el problema, V. Woolf afirmará que lo mejor que pueden hacer las mujeres es no repetir las acciones de los hombres y crear sus propias acciones, sus propias palabras.

Para ella la prevención de la guerra requeriría el desmantelamiento del sistema patriarcal de sexo-género: la ruptura de la división entre esferas de varones y esferas de mujeres y la despolarización de la masculinidad y la feminidad. Porque no sólo la masculinidad con su contenido de agresiva afirmación contribuye a la guerra, también las mujeres son responsables al admitir y fomentar estas posturas. Los hombres, dice, han sido socializados en la creencia de que es mejor matar que morir y que su virilidad depende del éxito alcanzado en dominar. Las mujeres a su vez son socializadas para aceptar la dominación.

Virginia Wolf creía que por razones histórico-sociales las mujeres tenían una mayor potencial para oponerse a la guerra, un potencial que no se basa en la maternidad sino en su histórica exclusión del poder y la riqueza. Para ella esa era la razón de que el patriotismo, tantas veces esgrimido para pelear, no tiene sentido para las mujeres. Por el contrario, escribió "en mi condición de mujer no tengo patria. En mi condición de mujer, no quiero tener patria. En mi condición de mujer, mi patria es el mundo entero" (Woolf, 1977: 148).

En el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres formaron parte de la Resistencia y algunas figuras destacadas como Simone Weil, en Francia, Hellen Keller en los EEUU o Sophie Schöll en Alemania, que habían trabajado activamente contra la idea de la guerra, renunciaron a su pacifismo, y pasaron a colaborar en la lucha contra el nazismo. En esto coincidirían con la opción tomada por algunos hombres pacifistas.

En la segunda mitad del siglo el protagonismo de las mujeres en el movimiento por la paz, sobre todo en el pacifismo nuclear, es innegable. Todavía quedan cerca las iniciativas que desplegaron grupos de mujeres de toda Europa contra la instalación de misiles nucleares en los años 80. Las mujeres llevaron a cabo marchas sobre Paris, en 1981; Minsk, 1982 y Washington, 1983, y durante años mantuvieron iniciativas como el campamento de Greenham Common, en las inmediaciones de una base de misiles en Gran Bretaña. Greenham Common llegó a ser una fuente de inspiración para el conjunto del movimiento por la paz. El trabajo en pequeños grupos constituidos por afinidad, las decisiones tomadas por consenso, la firme decisión de unir los fines y los medios y el enfoque de convertir la vulnerabilidad en fuerza, pasó a ser una filosofía que enriqueció el legado histórico de la no-violencia.

4. Mujeres organizadas para trabajar por la paz

Las mujeres se organizan para trabajar por la paz persiguiendo distintos objetivos y compartiendo un denominador común: enfrentarse y deslegitimar la lógica que trata de imponer el triunfo de la fuerza sobre la razón y la vida. Ellas se organizan:

a) Para oponerse a la guerra o las políticas militaristas y de agresión que llevan a cabo sus gobiernos.

b) Para romper las barreras entre grupos y acercar comunidades divididas y enfrentadas.

c) Para la búsqueda de soluciones no militares a conflictos estructurales.

d) Contra la impunidad: para que no se repitan los genocidios, las desapariciones forzosas y las persecuciones sufridas por determinados grupos humanos.

e) Para apoyar a mujeres que viven en situaciones de guerra o de falta de libertad y derechos humanos (guerra contra las mujeres), en países distintos al suyo.

f) Para lograr que el trabajo de base de las mujeres cuente en la toma de decisiones (trabajo de lobby, por ejemplo el que lleva a cabo UNIFEM, algunas mujeres del Parlamento Europeo, y algunos grupos y mujeres de EEUU).

4.1. Las Mujeres de Negro

Un ejemplo de movimiento de mujeres organizadas para disentir de la política y acciones de su gobierno y acercar comunidades enfrentadas, es el que forman los grupos de Mujeres de Negro.

Las Mujeres de Negro nacen en 1988, en Israel, cuando 7 mujeres israelíes se colocan en una plaza de Jerusalén, vestidas de negro, con un cartel que dice: "Stop a la ocupación". En 1991, se constituirían de modo análogo las Mujeres de Negro de Belgrado. Reunidas semanalmente en la plaza principal de su ciudad, se propusieron transformar la amargura, desesperación y sentimiento de culpa, que les embargaban, en resistencia pública, en protesta por la política agresiva del gobierno serbio de Slodoban Milosevic.

En 2001, transcurridos diez años de su existencia, las Mujeres de Negro de Belgrado explicaban así los principios éticos de su política feminista por la paz, expresada a través de su cuerpo en la calle: asumir la responsabilidad propia denunciando a los líderes y negándoles la representación y la asunción de que hablan en su nombre; la disconformidad con las posturas nacionalistas tanto del propio país como del otro enfrentado; la aceptación del rol de traidoras, que así las han llamado persistentemente en las calles de Belgrado, o en las esquinas de Israel; la construcción de lazos de confianza entre mujeres de distintas pertenencias étnicas, sobre todo con aquellas que se rebelan contra la guerra y su bando; el ser antipatriotas, cuando el patriotismo significa no sólo la exclusión, sino la eliminación de otros, de aquellos que son diferentes; la transformación de los sentimientos de culpa en una responsabilidad asumida, y el apoyo a los desertores y objetores de conciencia, aliados de las mujeres para el cambio de la mentalidad patriarcal.

Y todo esto, ¿por qué medios? Las Mujeres de Negro llevan a cabo un trabajo de base, que a través de la relación y la búsqueda de puntos comunes, busca unir a personas de los grupos enfrentados, de los que ellas forman parte; anima a los ciudadanos a ser activos y responsables, a superar el victimismo y la complicidad con el régimen propio. Ellas saltan por encima de las barreras y las divisiones étnicas, simbólica y literalmente, viajando a los países considerados ‘enemigos' y rechazando toda forma de homogeneización; condenan todas las guerras; reniegan de los héroes, ayudan a las víctimas y denuncian, tanto a nivel interno como internacionalmente, a los líderes responsables de la guerra y sus crímenes (Zajovic, 2003).

Siguiendo esta filosofía han crecido grupos de Mujeres de Negro por todo el mundo. En el verano de 2003 tuvo lugar un encuentro en Marina di Massa, Italia, que reunió más de trescientas mujeres venidas de la Ex-Yugoslavia, Italia, Francia, Alemania, España, Gran Bretaña, Finlandia, Suecia, Israel, Palestina, Turquía, Chipre, EEUU, Japón, Colombia...En este Encuentro, además de escuchar los testimonios de mujeres venidas de los lugares difíciles, la red de grupos se reafirmó en su voluntad de seguir trabajando para erradicar la guerra de la historia.

 

4.2. La Ruta Pacífica de las Mujeres Colombianas y la Organización Femenina Popular

Más de 315 organizaciones y grupos de mujeres coordinadas en 8 regionales (Santander, Valle del Cauca, Risaralda, Cundinamarca, Putumayo, Antioquia, Chocó y Cauca) forman parte de la Ruta Pacífica. En un folleto editado por la Ruta, afirman ser:

Una propuesta política feminista, de carácter nacional que trabaja por la tramitación negociada del conflicto armado en Colombia, y por la visibilización de los efectos de la guerra en la vida de las mujeres. Nos declaramos pacifistas, antimilitaristas y constructoras de una ética de la no-violencia en la que la justicia, la paz, la equidad, la autonomía, la libertad, y el reconocimiento de la otredad son principios fundamentales. Surgimos públicamente en 1996 como respuesta a la grave situación de violencia en la que se encuentran las mujeres en las zonas de conflicto, tanto en las áreas rurales como urbanas; violencias que han sido invisibilizadas y subvaloradas por las violencias que se suponen más fatales. Para llevar a cabo nuestras propuestas deconstruimos los símbolos que refuerzan la guerra, la exclusión y el exterminio. Nuestra propuesta construye nuevos símbolos, lenguajes, prácticas sociales y políticas.

En Agosto de 2000, la Organización Femenina Popular y la Ruta Pacífica de las Mujeres acordaron vestirse de negro y protestar contra el conflicto armado colombiano, las guerras y las violencias. Se constituyeron así como Mujeres de Negro. El último martes de cada mes llevan su protesta a las calles de Bogotá, Medellín, Puerto Caicedo, Pereira, Calí, Barrancabermeja, Bucaramanga, Popaya y Quipdó.

 

4.3. Mujeres contra la impunidad: para que no se repita

En muchos lugares, tras la guerra, o el genocidio, son las mujeres las que continúan en la lucha contra la impunidad, y por la recuperación de la verdad y la justicia. Las Madres y las Abuelas argentinas de la Plaza de Mayo, son el grupo paradigmático. Pero hay otros, como la Coordinadora Nacional de Viudas de Guatemala (CONAVIGUA) o el Comité de Madres Oscar Romero, en el Salvador.

CONAVIGUA se constituyó el 12 de septiembre de 1988, por mujeres de origen maya, la mayoría analfabetas, víctimas de la violencia, de la discriminación y la pobreza. Tras la política de violencia generalizada impulsada por el ejército contra las comunidades indígenas y que tuvo como consecuencia la muerte y la desaparición forzada de miles de familiares de estas mujeres, decidieron unirse para combatir el racismo y la discriminación, en defensa de los Derechos Humanos, sobre todo de las mujeres indígenas, en la denuncia y exhumación de cementerios clandestinos, en el acceso a la justicia de los pueblos indígenas y en el impulso del programa de resarcimiento para las víctimas de genocidio.

De modo análogo, el Comité de Madres de Desaparecidos de El Salvador (COMADRES), trabaja por la defensa de los Derechos Humanos, en una lucha que rescata la dignidad de la víctima y del familiar que está vivo. Alicia de García, miembro de este grupo dice que el problema de las víctimas ha de ser de toda la sociedad, que la impunidad es un crimen que lesiona a todo el entorno, que la verdad las víctimas ya la saben y quien no la sabe es la sociedad. Que el sistema también la sabe, pero la oculta. Por eso hay que sacar a la luz esa verdad, porque eso es lo que origina impunidad.

En Ruanda, las mujeres que forman la Asociación de viudas, AVEGA, tras el genocidio se reunieron por primera vez bajo un árbol, en Kigali; una semana más tarde ya eran 50. Su objetivo fue tratar de sobrevivir, ayudarse unas a otras, buscar apoyo psicológico y para la salud, continuar con la vida y hacerse cargo de los niños que habían quedado huérfanos.

4.4. Mujeres que apoyan a otras mujeres: la sororidad internacional

La desigualdad y discriminación que sufren muchas mujeres constituye un tipo de violencia estructural todavía muy extendido en el mundo. Luchar en contra de esta discriminación, es también un trabajo por la paz. Para lograr el avance de la equidad de género, juega un papel fundamental el establecimiento de alianzas entre mujeres, entre organizaciones de distintos países y el apoyo de los organismos internacionales, que establecen compromisos a menudo por la presión de las mujeres de países con más poder e influencia.

Uno de los casos más sobresalientes es el de Afganistán. El régimen talibán, que se mantuvo desde 1996 al 2001, fue terrible para las mujeres. Las Mujeres de Negro italianas, desde 1999 mantuvieron lazos con dos asociaciones de mujeres de la región: RAWA, la única organización de mujeres de ese país que reivindicaba el empoderamiento de las mujeres y el respeto de sus derechos en un estado laico; y HAWCA, asociación para la asistencia humanitaria a los prófugos, a las mujeres y a los niños en Afganistán y Pakistán, sin discriminaciones de etnias.

El lobby de mujeres europeas, europarlamentarias y militantes de organizaciones políticas trabajó a favor de las mujeres afganas. En 1997, Emma Bonino, como Comisaria Europea para la Ayuda Humanitaria del Parlamento Europeo visitó y fue detenida en Kabul. El 8 de marzo de 1998, lanzó el lema "Una flor para las mujeres de Kabul", para llamar la atención sobre las duras condiciones de vida de las afganas. Finalmente, dice Bonino, obtuvimos resultados: "Logramos, con el apoyo de las feministas norteamericanas, evitar que Naciones Unidas reconociese al régimen talibán como gobierno legítimo. ¡Estaban a punto de hacerlo!" (Mujeres en red, 2001: 45).

El 16 de diciembre de 1999, Luisa Morgantini, europarlamentaria italiana, promovió un Encuentro para oir a las mujeres afganas en el Parlamento Europeo. En el plenario del Parlamento pidió: "al Parlamento, al Consejo, a la Comisión y a las Naciones Unidas, que no reconozcan al régimen talibán y que promuevan un plan de acción a favor de las ONGs que operan en Afganistán a favor de la libertad de las mujeres afganas y por su emancipación económica y social, a favor también de las que trabajan con las afganas refugiadas. Pero otra cosa hemos de hacer juntos: conceder el derecho de asilo a las mujeres que se ven obligadas a huir de Afganistán". A lo largo de la sesión, Luisa Morgantini, vistió el burka, obligatorio para las afganas bajo el régimen talibán.

 

5. Mujeres y negociaciones de paz

Muchas mujeres en el mundo hacen esfuerzos desde la base para conseguir una convivencia en paz. Existe una gran diversidad de grupos que se oponen a la guerra y que ofrecen visiones alternativas de la realidad (Magallón, 2002). Pero siguen siendo excluidas de las mesas donde se toman acuerdos, donde se negocia la paz. El argumento que se esgrime para su exclusión es que son las partes contendientes las que han de negociar la paz, y que la presencia de las mujeres no añade nada, ni es necesaria.

A menudo, la razón que se esgrime para excluir a las mujeres es que las negociaciones para acabar con las hostilidades sólo requieren la presencia de las partes que pelean y que asuntos como la participación de las mujeres y la igualdad de género no son relevantes en este proceso (Anderlini, 2000: 54).

Sin embargo, hay que tener en cuenta que la mesa de la paz no es un acontecimiento puntual sino un proceso que va a marcar el futuro desarrollo de la vida en el país. El proceso de negociaciones de paz incluye asuntos como: acuerdos para compartir el poder, para la reconstrucción económica, para la desmovilización y reintegración de los combatientes, legislación sobre derechos humanos, la regulación del acceso a la tierra, a la educación y a la salud, el estatus de las personas desplazadas, el papel de la sociedad civil, etc. Es cuando pensamos en las negociaciones como un proceso, del que depende la estructura social que va a reconstruir la convivencia, cuando se ve la importancia de la participación de las mujeres en él.

En la práctica, sucede que el protagonismo de las mujeres en las organizaciones civiles y de base, no es fácilmente trasladable a la mesa de negociaciones. Existen resistencias por todas partes, y les sucede también a las mujeres que han sido combatientes. Por ejemplo, en Colombia, pese a que un 30% de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) son mujeres, las conversaciones de paz que tuvieron lugar en 1994, aunque sin llegar a ningún acuerdo, sólo incluyeron a una mujer, Mariana Páez (Rehn, 2002: 79).

En la movilización y la defensa del derecho a participar se han construido también lazos y se han compartido estrategias entre mujeres a nivel internacional, logrando apoyos de instituciones y ONGs internacionales. En Africa, por ejemplo, se ha formado la Federación de Redes de Mujeres Africanas por la Paz (Federation of African Women's Peace Networks, FERFAP). Y en el Sureste de Europa, las organizaciones de mujeres de los Balcanes crearon una alianza regional y lograron el apoyo de la OSCE para promover los asuntos de género, dentro de la estructura del Pacto de Estabilidad para el Sudeste de Europa, creado para la reconstrucción económica, política y social de la zona (Anderlini, 2000).

5.1. El caso de Irlanda del Norte

Durante décadas católicas y protestantes trabajaron juntas por el diálogo y la colaboración entre las dos comunidades enfrentadas. Antes de que las conversaciones de paz empezaran en 1985, había en Irlanda del Norte, en torno a 400 organizaciones de mujeres por la paz, en activo. Años atrás, en 1976, las actividades e iniciativas en este sentido, desplegadas por Betty Williams y Mairead Corrigan, de Mujeres Irlandesas por la Paz, les hicieron merecedoras del Premio Nobel de la Paz.

En 1996, el mediador internacional Georges Mitchell puso como condición para participar en la mesa de negociaciones que las partes tenían que ser representantes elegidos. Con este requisito los diez mayores partidos no tenían problema para estar incluidos pero las mujeres carecían de una opción política propia. Ante este vacío, un grupo de activistas convocó una reunión a la que asistieron más de 200 organizaciones de mujeres de ambas comunidades. El resultado fue la creación de la Coalición de Mujeres de Irlanda del Norte (Northern Ireland Women's Coalition, NIWC). La Coalición logró colocar dos candidatas tras las elecciones, lo que les aseguró un lugar en la mesa de negociaciones.

Su programa planteaba como ideas fuerza: la inclusión, la igualdad y el respeto a los derechos humanos.

Helen Jackson, parlamentaria británica que trabajó de cerca con las organizaciones de mujeres en Irlanda del Norte, dice que las preocupaciones que ponen las mujeres sobre la mesa de negociaciones son, a menudo, diametralmente opuestas a las de los hombres. Para muchas, importa más la educación y el cuidado de los hijos y la situación de su hogar que otras cuestiones.

Mo Mowlan, ministra británica que estuvo al cargo de las negociaciones de paz en la zona, atribuye el amplio respaldo que logró entre la población el Acuerdo de paz de Viernes Santo, el 70% de la población en Irlanda del Norte, al trabajo persistente llevado a cabo a lo largo de los años por los grupos de mujeres (Anderlini, 2000:16-17).

5.2. La experiencia de una ex guerrillera colombiana

Un testimonio inestimable lo constituyen las Memorias de Vera Grabe (2000), ex guerrillera del M-19, fundadora y comandante en la guerrilla, que participó en procesos de unidad de los grupos armados colombianos (cumbres guerrilleras, en las que ella fue durante mucho tiempo la única mujer conversando), mantuvo las relaciones internacionales del M-19 con estados (Panamá, Cuba, Nicaragua...) y movimientos afines, y vivió todo el proceso de desmovilización de su grupo, que a partir de un momento tomó una opción libre de abandono de las armas y apuesta por la vía política.

En un país con una violencia estructural profunda, la decisión de dejar las armas no estuvo exenta de dudas:

A pesar de que las armas para nosotros nunca habían sido un principio, sí eran el instrumento para decir lo que pensábamos. Sonaba a traición, a locura; las preguntas iban y venían (...) Si nosotros habíamos nacido para cambiar una historia de traiciones, de frustraciones y de entregas, ¿qué había pasado para que lo que era cierto, ya no lo fuera? ¿Se borraba de un plumazo? Jamás había sido una enamorada de las armas, pero no me cabía en la cabeza un proceso que podría concluir con dejarlas (Grabe, 2001: 344).

En 1985, el grupo guerrillero Ricardo Franco lleva a cabo una masacre en Tacueyó: como resultado de una purga interna elimina a 163 hombres y mujeres de sus propias filas y del M-19, acusados de ser ‘infiltrados del enemigo'. Este sería un punto de inflexión importante, para la evolución del M-19. Escribe Vera Grabe que "sin ser aún visibles, la guerra fue generando sus propios límites como proceso transformador". Y citando a un compañero de la guerrilla, Otty Patiño, comparte su frase para afirmar el pensamiento que finalmente llevaría al abandono definitivo de la vía armada: "La violencia empezaba a dejar de ser partera para convertirse en abortera de la historia" (Grabe, 2001: 296 y 306).

La opción por la vía armada le planteó a Vera dilemas que le dejaron heridas profundas, algo que otros estudios sobre la experiencia de las mujeres en la guerrilla, por ejemplo el trabajo de Clara Murguialday, Cristina Ibáñez y Norma Vázquez (1996) en El Salvador, también han puesto de manifiesto. Entre otros, la necesidad de dejar a los hijos o hijas en otras manos, con la consiguiente pérdida. Con el proceso de paz, se va reencontrando con opciones abandonadas.

La paz era también hacer las paces (...) Con la ampliación de horizontes que activaba el proceso, comencé a valorar el sentido del trabajo específico como y con mujeres. Hasta ahora había sido apenas una intuición, ligeras incursiones cuando nos reuníamos las mujeres a exigirnos y a exigir, cuando nos enfrentábamos al machismo, tanto al de los hombres como al que nosotras teníamos incorporado... Era un acercamiento reciente a lo que otras mujeres ya estaban haciendo. Una de ellas era Nelly Díaz, madre de dos hijas, amiga-militante de tiempo atrás, con quien ahora fundamos en Santo Domingo las Mujeres de Abril. De experiencias anteriores sabíamos que cuando nos reuníamos las mujeres se rumoraban vientos de sublevación. Pero esta vez nos dijimos que más que el estigma habría que asumirlo como un reto, porque el día que la mujer fuera sinónimo de rebeldía, de autonomía, de irreverencia, la democracia habría avanzado. Nos propusimos que las mujeres seríamos un pilar del proceso de construcción de la paz, y jalonadoras de una ética de vida. Nuestro lema era: "Mujer, sin ti la paz no es posible", y estábamos convencidas de que el éxito de un movimiento democrático radicaba en la participación de las mujeres, aunque estaba por verse cómo se daría posteriormente la presencia femenina en el movimiento político que surgió de los acuerdos de paz (Grabe, 2001: 354-355).

Vera Grabe, salió elegida como la primera y única representante a la Cámara por la circunscripción de Bogotá-Cundinamarca, con 31.147 votos, en las elecciones de marzo de 1990, tras el Pacto Político y el Acuerdo de paz (con el presidente Barco), firmado ese mismo mes. En esas elecciones se votaría también a favor de una Asamblea Constituyente. Un poco más adelante encabezaría la lista nacional al Senado y saldría elegida, por la Alianza Democrática M-19.

 

6. Epílogo

La situación de las mujeres en el mundo sigue teniendo unos rasgos de diferencia que las sitúa en una posición desde la que muchos ejemplos en la práctica muestran que es posible construir estrategias de construcción de la paz propias. Es cierto que la diferencia de las mujeres es convertida con demasiada frecuencia en desigualdad, de ahí que la necesidad más urgente siga siendo lograr la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Pero esta convicción no ha de impedir a las mujeres constituirse en sujeto colectivo y ejercer como tal, ya sea para conseguir los derechos que les corresponden, ya para cualquier otro objetivo de carácter universal, la paz, por ejemplo. La libertad de las mujeres no está reñida con la igualdad. De su ejercicio surgen visiones y espacios nuevos para la regulación de la convivencia humana.

Las estrategias de las mujeres han conducido a obtener el respaldo de los organismos internacionales. En octubre de 2000, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, discutió y aprobó una resolución, la 1325, en la que exhorta al Secretario General y a los estados miembros a actuar para el logro de una mayor inclusión de las mujeres en la construcción de la paz y en la reconstrucción postconflicto. El Consejo de Seguridad reconoce no sólo que "la paz está inextricablemente unida a la igualdad entre hombres y mujeres" sino que "el acceso pleno y la participación total de las mujeres en las estructuras de poder y su completa implicación en los esfuerzos para la prevención y la resolución de conflictos, son esenciales para el mantenimiento y la promoción de la paz y la seguridad".

 

Bibliografía

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*directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz


Artículo extraido de la web del Seminario de Investigación para la Paz
http://www.seipaz.org/

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  • 5 de diciembre de 2006 07:09, por Hypatia

    Excelente trabajo. Muy útil para discutir en aula sobre un tema de tanta actualidad e importancia, pero tan poco estudiado en relaciones internacionales y ciencias políticas, en general.

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