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Los mitos de la violencia y los éxitos de la noviolencia

Los mitos de la violencia y los éxitos de la noviolencia

Noviolencia y la crisis de Iraq: ¿Por qué es invisible nuestra mejor opción?

Glen Gersmehl

A pesar de los peligros descritos por Colin Powell en su presentación en el Consejo de Seguridad de la ONU, la mayoría de los estadounidenses siguen sintiéndose cómodos con una guerra de los EEUU contra Iraq. [...] Los enormes riesgos de la guerra -para nuestros soldados, para el pueblo iraquí, para nuestra economía, para la guerra contra el terrorismo, para las relaciones de EEUU con nuestros aliados en el mundo musulmán- han recibido como mucho una atención mediática esporádica. Pero es sorprendente que en todos estos meses sólo unos pocos artículos o editoriales no hayan ofrecido nada más que algunas frases que exploren alternativas realistas a la acción militar que vayan más allá de la diplomacia.

Siendo importante la diplomacia, ésta sólo representa una dimensión de esa alternativa, sólo un tipo de poder junto al poder militar. Consideremos esto: en los últimos 20 años la tercera parte del mundo ha experimentado cambios de la mano de movimientos noviolentos, exitosos más allá de las mayores expectativas de cualquiera. Lograron triunfar contra algunos de los más despiadados regímenes del siglo XX: Marcos en Filipinas, el apartheid en Sudáfrica, Ceaucescu en Rumanía. La mayoría fueron completamente noviolentos del lado de los participantes.

Si se extiende el marco temporal cincuenta años atrás para incluir la liberación de la India, el movimiento de derechos civiles en EEUU, e incluso la resistencia antinazi en Dinamarca y Noruega, el número de personas afectado alcanza los dos tercios de la población mundial. [...]

Pensemos en ello: ¡la vía más poderosa para el “cambio de régimen” en nuestro tiempo ha estado ausente del debate público sobre Iraq! Antes de dar otro paso hacia la guerra, debemos explorar esta opción por nosotros mismos, el pueblo iraquí, la guerra contra el terrorismo, y la comunidad internacional. Un punto crucial para empezar es examinar los malentendidos y distorsiones respecto a la noviolencia que confunden su potencia y capacidades. Aquí van algunas:

1. El poder militar es el único tipo de poder. Es difícil responder a los retos como Iraq o el terrorismo si nuestra principal idea de poder es el poder militar, el poder dominador, el “poder sobre”. Noviolencia no es pasividad o debilidad, sino una forma de poder completamente diferente reflejada en expresiones como “poder con”, “poder moral” o el término preferido por Gandhi: satyagraha, “fuerza de la verdad”. Mientras que la visión ordinaria sobre la noviolencia se centra en su moralidad e integridad, ésta tiene que ver también igualmente con el poder, con cambiar las cosas. [...]

2. Cuando tu única herramienta es un martillo tiendes a ver cualquier problema como un clavo. Si se tienen dudas, se puede seguir la pista del dinero. El presupuesto federal de EEUU en 2003 concede al ejército otra vez más de 200 veces el dinero que concede a todas las respuestas noviolentas a conflictos juntas. [...] Lejos de ser extravagantes, EEUU va por detrás de cualquier nación industrializada en el gasto per cápita dedicado intervenir sobre las causas de la violencia, tales como el hambre o la pobreza extrema.

3. La mitología de que “la violencia funciona” ha sido cultivada constantemente. EEUU alcanzó su independencia a través de una guerra revolucionaria, ¿correcto? Puede que no. John Adams y otros líderes entendieron que nuestra libertad había sido ganada mayoritariamente por medios noviolentos antes de que empezaran los combates. Los colones usaron muchas tácticas noviolentas como organizar la resistencia a las medidas represivas británicas, boicoteando los símbolos de nuestra dependencia económica tales como la ropa inglesa, y acciones de teatro de calles al estilo de las protestas contra la OMC, como la Boston Tea Party. Pero la guerra consigue todo el crédito y ha sido usada siempre para justificar acciones militares que hubieran sido impensables para los colonos -recordemos que rechazaron disponer de un ejército permanente.

4. Al contrario de idea popular de que el poder militar puede ser excesivo pero funciona, las acciones militares de EEUU a través de la historia han sido notablemente contraproducentes. Pensemos en los países en los que ha intervenido directamente o a través de otros desde la Segunda Guerra Mundial: Irán, Guatemala, República Dominicana, y a través de Francia, en Vietnam en los 50; Vietnam, Laos e Indonesia en los 60; Chile Camboya y Angola en los 70; Afganistán, Nicaragua y la guerra entre Irán e Iraq en los 80; Iraq y Colombia en los 90. Estas intervenciones se han revelado contraproducentes tan a menudo que la CIA acuñó un término para ello: blowback. [...] Incluso las guerras consideradas “exitosas” han causado a menudo graves problemas futuros.

5. La acción militar es retratada frecuentemente como patriótica y como producto de nuestros más altos ideales democráticos cuando, de hecho, es profundamente antidemocrática. Es obvio que el liderazgo en las unidades militares no es democrático, pero queremos decir más. La guerra y el militarismo frustran invariablemente el progreso hacia la democracia en ambos lados de un conflicto. Además, los gastos de defensa vienen generalmente se hacen a costa de los programas sociales. Por ejemplo, una de las consecuencias de los enormes niveles de ventas de armas de EEUU es que hemos contribuido a menudo a provocar inestabilidad e inseguridad en las áreas de conflicto de todo el mundo.

6. La guerra tiende a alentar y da excusas al autoritarismo: la noviolencia es democrática. Aunque muchos estadounidenses esperaban que la “guerra contra el terrorismo” llevara a aumentar la vigilancia de gobierno, tanto ciudadanos como expertos en libertades civiles se han visto sorprendidos por los nuevos capacidades de intrusión producidas por el reforzamiento de las leyes y el ejército. Estos efectos del militarismo -reducir la democracia e impulsar el autoritarismo- también consiguen deshacer lo que hace que la alternativa sea efectiva: la cohesión social democrática que lleva a la noviolencia más allá del mero gesto simbólico hasta ser “una fuerza más poderosa”.

7. Existe una doble moral inconsciente cuando se compara la acción militar y la noviolencia. Cuando algunas personas resultan heridas o muertas, o hay dificultades en una acción o un movimiento noviolento, se afirma rápidamente que la noviolencia no funciona. Aunque una guerra puede matar a decenas de miles de personas y producir terribles problemas nadie dice “esto demuestra que la violencia no funciona”.

8. No esperemos hasta que la mayoría de las oportunidades para utilizar esta alternativa hayan desaparecido. Cuando la gente pregunta: “¿Cómo se las hubiera arreglado la noviolencia con Hitler?” piensan normalmente “en 1939 o 1940”. La verdadera cuestión es “¿qué debería haber hecho el mundo en 1931, 1925, y 1918?”. Cuando nos ocupamos de los conflictos en sus fases tempranas aumentamos nuestra capacidad responder creativamente a la muy difícil cuestión sobre qué hacer cuando un Hitler a tomado el poder. [...]

La “opción invisible” en acción.

Existe una alternativa en Iraq más allá del falso dilema entre guerra y pasividad o apaciguamiento. Pero esta alternativa ha sido totalmente invisible en el debate sobre Iraq debido a las distorsiones y los malentendidos. La siguiente sección examina algunos de los resultados que la noviolencia ofrece para una más efectiva respuesta. Pueden agruparse en tres categorías.

1. ¿Qué podemos aprender de la actividad del gobierno? Muchos libros e informes han sido escritos para reunir las lecciones que EEUU y otros países pueden aprender sobre cómo actuar frente a dictadores como Sadam Hussein. Una lista de sugerencias de particular relevancia para Iraq podría ser: Usar la moderación; ya son demasiados tiros por la culata. Trabajar para descubrir las raíces del conflicto y proponer maneras de interrumpir más que alimentar la “espiral de violencia”. Dar apoyo a los grupos que están trabajando en el interior de Iraq por la justicia y los derechos humanos. No crear enemigos [...]. Buscar un amplio apoyo internacional. Usar y fortalecer las instituciones internacionales. Proporcionar al menos iguales recursos y atención en las medidas preventivas que en las correctivas. Por tanto, la primera prioridad deberían ser los programas para reducir el hambre y la pobreza extrema, y alentar el desarrollo sostenible. En resumen, trabajar para detener las actividades peligrosas y dar apoyo a la democracia y los derechos humanos, no provocar una guerra que crea más problemas de los que resuelve.

2. ¿Qué podemos aprender de los movimientos sociales en situaciones difíciles? Los libros de historia y los líderes políticos tienden a enfatizar la actividad de presidentes y generales más que a la acción ciudadana en la conformación de la historia. Y ello a pesar de que prácticamente en cualquier época y lugar del mundo los movimientos noviolentos han logrado producir grandes cambios, incluidos los de “regímenes” tan brutales como el Sadam Hussein. Estos movimientos emplearon estrategias y tácticas que muchos gobiernos parece preferir que no sean ampliamente comprendidas. Utilizaron formas de poder que son comparables en efectividad con el poder militar pero sin sus limitaciones. Unos ejemplos:

a. La resistencia noruega y danesa contra Hitler implementó varias tácticas que tenían esto en común: retirada del apoyo a los nazis. Las estrategias incluían huelgas de trabajadores, boicots públicos, desafíos de profesores y sabotaje. Cerca del final de la guerra, los líderes nazis urgían a Berlín para que se produjera la retirada: los costes de permanecer sobrepasaban a los beneficios. Aunque miles de resistentes fueron encarcelados o asesinados, las bajas fueron mucho menores que las que hubiera causado la resistencia armada. [...] Tras la guerra, altos líderes militares nazis fueron entrevistados sistemáticamente. Uno de los resultados más sorprendentes fueron sus afirmaciones de que les había resultado mucho más fácil enfrentarse a la resistencia violenta de los partisanos en Yugoslavia y Francia que a las estrategias noviolentas en Dinamarca, Noruega y Rumanía.

b. El movimiento del “poder popular” en Filipinas consiguió derrocar al dictador Ferdinand Marcos en 1986. Este “cambio de régimen” noviolento fue posible gracias al extenso entrenamiento en la teoría y los métodos de la noviolencia. Muchas organizaciones pudieron compartir información y entrenamiento sobre noviolencia entre la mayoría que detestaba y estaba oprimida por ese régimen.

c. La oposición al intento de golpe en Rusia en 1991 se enfrentó a los generales que dirigían a 4 millones de soldados y decenas de miles de tanques, aviones y artillería. Cerca de 100.000 ciudadanos desarmados lograron rodear el edificio del parlamento ruso, proteger a Boris Yeltsin, y hacer fracasar el golpe.

d. El fin del apartheid en Sudáfrica fue retrasada durante años por culpa de la violencia del Congreso Nacional Africano, pero fue conseguida por lo que Desmond Tutu denominó “una fuerza más poderosa...”.

e. En EEUU, el movimiento por las libertades civiles muestra docenas de ejemplos de estrategias y tácticas noviolentas, a menudo bajo condiciones muy hostiles. Los movimientos a favor del medio ambiente, Centroamérica, los granjeros y de la igualdad económica han destilado tácticas adicionales. A pesar de ello pocos estadounidenses conocen la naturaleza y poder de estas estrategias noviolentas en nuestro país y nuestro hemisferio.

Podrían citarse muchos ejemplos más -Gandhi en la India y las revoluciones de Europa del Este de 1989 son dos de los mejor conocidos. En cada caso, el éxito no llegó de la mano de la superioridad militar sino del genuino apoyo popular y la capacidad de extraer el poder de la acción creativa, organizada y noviolenta. Tales ejemplos también ilustran esta realidad: los líderes políticos, incluso los dictadores, obtienen su poder de la gente, y existen más maneras de retirar ese poder que de dominarlo y tenerlo. ¿Podemos ser creativos?


Culpable de la traducción: Carlos Pérez Barranco

  • 28 de julio de 2005 21:50, por Crates Perestroiko

    Comparto los mitos que se denuncian, pero no los éxitos que se indican.

    Menudos ejemplos: «La oposición al intento de golpe en Rusia en 1991 se enfrentó a los generales que dirigían a 4 millones de soldados y decenas de miles de tanques, aviones y artillería. Cerca de 100.000 ciudadanos desarmados lograron rodear el edificio del parlamento ruso, proteger a Boris Yeltsin, y hacer fracasar el golpe».

    Más aun, menuda mezcla: «Podrían citarse muchos ejemplos más -Gandhi en la India y las revoluciones de Europa del Este de 1989 son dos de los mejor conocidos».

    Lo cierto es que incluir «las revoluciones de la Europa del Este» entre los «éxitos de la noviolencia» es una cosa bastante habitual (cf. por ejemplo Michael Randle/Resistencia civil, editorial Paidos), pero a mí, que soy una fósil, me parece cuestionable.

    Aunque de la desaparición de los regímenes «comunistas» de la Europa del Este hay muchas lecciones de interés para los antimilitaristas -especialmente cómo la militarización de una sociedad socava sus cimientos- ni me parece acertado atribuirla a la «presión popular» interna, ni, suponiendo que fuese el único factor, me parece correcto llamarlo éxito de la noviolencia: en todo caso sería éxito del sabotaje, o del boicot, o de la acción directa, o del tumulto suave, pero no de la noviolencia, si es que la noviolencia la entendemos desde el querido lema de que «los fines están en los medios como el árbol en la semillita».

    Ya no se trata de que nos parezca mejor o peor la situación actual de aquellos países, que no sería poco. ¿Donde estaban «los que protegieron a Yeltsin del golpe» cuando éste se lió menos de dos años después a cañonazos contra el parlamento? Está claro que ahí no había nada que pudiésemos llamar movimiento noviolento, sino simples acciones relativamente desarmadas (pues ni entre los manifestantes proyeltsin habia un compromiso con la noviolencia, ni el movimiento estuvo libre del apoyo de aparatos armados del Estado)-una buena crónica de todo esto, nada sospechosa de «estalinismo», se puede encontrar en Roy Medvedev/La Rusia post-soviética (título original ¿Es posible el capitalismo en Rusia?), editorial Paidos. No parece que los medios presuntamente noviolentos estuviesen animados por fines muy emancipadores.

    El artículo habla de que «la población norteamericana no conoce los éxitos de la noviolencia», pero este éxito (las revoluciones de los países del Este) se lo han pasado por las narices abundantemente, y no hay constancia de que les haya animado a una gran presión contra Bush. Me da que la resistencia de Vieques no se debe a que se hayan puesto doscientas veces el vídeo de la defensa noviolenta de Yeltsin.

    Puedo estar de acuerdo en que la falta de reconocimiento internacional deteriorase un caso que en mi opinión tiene caracteristicas más afines a la noviolencia -por continuidad, constancia, etc-, el de la resistencia en Kosovo. Pero todos recordaremos a cierto «estudiante noviolento» que se nos destapó como portavoz del ELK mientras estábamos aun con los rulos puestos, todos y todas reconoceremos que ahora que hay reconocimiento internacional no queda mucha noviolencia entre la «sociedad civil» albanokosovar. Pero, por las apariencias, sí que era un movimiento noviolento

    Gandhi -y los movimientos que todavía siguen su estela en la India, y que salieron a la luz internacional en el foro social de Mombay- tenía un compromiso con un modo de vida sostenible que me da la impresión de que no podríamos encontrarlo en muchos de las comparsas de estas revoluciones noviolentas de los países del Este ni en sus preclaros líderes, como Havel, que hablaba mucho de noviolencia. Lo mismo me vale para Martin Luther King; mucho habría que aprender de lo relativamente fácil que le fue el éxito en las campañas contra la segregación racial en el Sur -una intervención en un conflicto que no afectaba a las estructuras de máximo poder de E.U.A.- y lo díficil que le fue profundizar sus métodos poniéndolo al servicio de una lucha contra la pobreza (ver el libro de Willian Pepper en editorial Foca y el de Marshall Frady en Mondadori: especialmente ilustrativa en este ultimo la evolución del “estado mayor” de Luther King ).

    Creo que tendríamos que ser más críticos a la hora de apuntarnos éxitos, aunque, también es verdad, ¿de dónde sacamos tiempo para estudiar todo esto, los que no tenemos vanguardia?

    (Un año de estos me tendría que escribir un artículo sobre Shostakovich y la «desobediencia sinfónica»).

    • 29 de julio de 2005 23:52, por Pablo

      Sin estar apenas en desacuerdo con lo que expones, tengo la sensación de que sobredimensionas un tanto las sombras que tienen las luces.

      Es posible que usualmente hagamos lo contrario, como insinúas.

      Pero qué caramba, habrá que tener algo que se pueda mirar con esperanza de que fue hermoso y repetible (aunque no perfecto, por dios que horror si lo hubiere).

      Aunque igual la revolución de octubre.... (es broma)

      A lo mejor es cuestión de perspectiva y talante (reivindico el sustantivo talante disociado de una puta vez ya de zapatitos).

      ¿Alguien me puede enseñar a escribir comentarios sin paréntesis?

      • 30 de julio de 2005 00:47, por Crates Stoddard

        Bueno, como de costumbre me he atropellado. Una cosa es lo que hacemos o deshacemos nosotros y nosotras y otra cosa es lo que se hace desde ciertos escritores sobre «noviolencia», normalmente anglofonos, como es el caso de este artículo. Quizás se citen esas experiencias para dorar la pildora y hacer que la recomendación de la noviolencia la traguen el mayor número de lectores, incluida la gente de derechas; pero no creo que pueda reclamarse como parte recuperable de la noviolencia unas movilizaciones que sirvieron más al FMI y a los lavados de cerebro de la CNN de cara a Occidente que a la consolidación de una sociedad más justa. Dado que Bush padre y Helmut Kohl aplaudían esas movilizaciones y se alegraban de su éxito, su éxito no puede ser muy noviolento.

        Me parece muy bien que se publiquen artículos como éste, entre otras cosas para que podamos marcar diferencias los que creemos que hay que marcarlas.

        Insisto que la primera parte me parece muy oportuna y didáctica -comparto la denuncia que hace de ciertos mitos y me parece partícularmente elocuente- pero la segunda cuanto más la leo más me choca.

        Supongo que se volverá a decir que me paso de pejiguero, pero yo no creo que haya que apoyar a grupos de derechos humanos «como alternativa a derrocar a Saddam Hussein por la fuerza». Habrá que apoyarlos por sí mismos, digo yo; y habrá que querer derrocar a Saddan Hussein entre otras cosas en solidaridad con esos grupos y para que ese individuo no les siga haciendo la vida imposible, no favorecer su existencia porque se quiere derrocar a Saddan Hussein.

        Por otra parte, a lo mejor es verdad que hasta las apelaciones más hipocritas y/o institucionalizadas a la noviolencia acaban teniendo algo de positivo y calando para bien. Quizás el 13-M de 2004 a Aznar le explotaron delante de las sedes de su partido todos los llamados que machaconamente reiteraba para «aislar a los violentos y su entorno».

  • 1ro de noviembre de 2006 13:15, por Crates rompetechos

    Podemos encontrar en la red una muy notable obra de Aldous Huxley sobre los mitos y los éxitos de la noviolencia: El problema de la paz constructiva: ¿cómo lo resuelve usted?.

    Si se me permite un pequeño homenaje a la patria chica, una de las ediciones de esta obra en España se debe al vallisoletano «Centro de Documentación e Información sobre el Desarme», en fecha tan poco significativa como 1985.

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